Выбрать главу

– ¡Imbécil! -dijo Scaramouche con desdén-. ¡Elefante con cerebro de mosquito! ¿Qué importa que Cordemais se haya ido con quince luises, si nos ha dejado algo que vale veinte veces más?

El señor Binet le miró sin comprender.

– Creo que has bebido más de la cuenta.

– Sí, he bebido en la fuente de Talía. ¿Es que no te das cuenta? ¿No ves el tesoro que Cordemais nos ha dejado tras de sí?

– ¿Qué rayos nos ha dejado?

– Una idea genial para un nuevo argumento. Lo veo todo clarísimo. La nueva comedia se titulará Las picardías de Scaramouche, y si el público de Maure y de Pipriac no se desternilla de la risa, seré yo quien en el futuro haga el papel del lerdo Pantalone.

Polichinela se dio una palmada en la frente.

– ¡Genial! -exclamó-. ¡Sacar fortuna del infortunio, convertir la pérdida en ganancia, a eso le llamo yo auténtico talento!

Scaramouche inclinó la cabeza cortésmente.

– Polichinela -dijo-, te llevo en el alma. Me gusta la gente que sabe reconocer mis méritos. Si Pantalone tuviera la mitad de tu inteligencia, beberíamos Borgoña esta noche, a pesar de la fuga de Cordemais.

– ¿Borgoña? -bramó el señor Binet. Pero antes de que pudiera continuar, Arlequín dio un par de palmadas:

– ¡Eso es tener valor, señor Binet! ¿Ha oído, posadera? El señor Binet ha pedido vino de Borgoña para todos.

– Yo no he pedido nada.

– Pero la posadera sí lo ha oído.

– Todos lo hemos oído -dijeron a coro los demás mientras Scaramouche sonreía dándole palmaditas en la espalda al desconsolado Pantalone.

– Vamos, hombre, ánimo. ¿No decías que la fortuna nos abría sus puertas? Venga, hagamos un brindis por el éxito de Las picardías de Scaramouche.

Y el señor Binet, aunque a regañadientes, recuperó un poco el ánimo y empezó a beber como los demás.

CAPÍTULO VI Climéne

Las más exhaustivas investigaciones llevadas a cabo entre los muchos argumentos para los actores que improvisaban en la época, no han podido sacar a la luz el original de Las picardías de Scaramouche que, según se afirma, consolidó la fortuna de la Com pañía Binet. La comedia se estrenó en el pueblo de Maure, una semana después de los sucesos antes narrados. La representó André-Louis, quien ahora era conocido, tanto por la compañía como por el público, con el nombre de su personaje: Scaramouche. Si en el Fígaro Scaramouche se había lucido, en la nueva obra, cuyo argumento era superior, hizo un derroche de destreza histriónica.

Después de Maure, dieron cuatro funciones en Pipriac: dos de cada una de las farsas que ahora formaban lo más selecto del repertorio de Binet. En ambas Scaramouche desplegó toda habilidad. Tan bien marchaba todo, que André-Louis le sugirió a Binet la idea de ir -después de las representaciones de la semana próxima en Fougeray- a probar fortuna en el Teatro Real de la importante ciudad de Rédon. En un principio, esa perspectiva asustó a Binet, pero tras pensarlo mejor, y halagado en su ambición por André-Louis, cedió a la tentación.

André-Louis creía haber encontrado su verdadera vocación, y no sólo empezó a cogerle el gusto, sino que llegó a pensar que en su doble carrera de actor y autor podría llegar a ser miembro de la Comedia Francesa, donde tendría más posibilidades de desarrollar su nuevo oficio. De bosquejar argumentos para los actores que improvisaban en la escena, podría llegar a escribir diálogos, verdaderas obras dramáticas, en el sentido exacto de la palabra, magníficas e inolvidables comedias al estilo de Chenier, Eglantine y Beaumarchais.

Estos sueños revelaban la afición que el sedicioso de Rennes sentía ahora por aquella profesión en la que la madre Azar y el señor Binet le habían iniciado. Su talento como autor y como actor era indudable. Y no había que descartar que pudiera conquistar un puesto preeminente entre los dramaturgos franceses, realizando así su sueño. Pero a pesar de estas ilusiones, André-Louis no descuidaba el lado práctico de las cosas.

– ¿Te has dado cuenta -le dijo un día a Binet- de que tu fortuna está en mis manos?

Ambos estaban sentados frente a frente, en la sala de la posada de Pipriac, bebiendo una botella de Volnay. Acababa de terminar la cuarta y última representación de Las picardías de Scaramouche en aquel pueblo, donde el negocio había sido tan bueno como en Maure y en Guichen, cosa que el lector sin duda habrá deducido ya por el detalle de que estuvieran bebiendo un excelente vino de Volnay.

– Me daré cuenta, mi querido Scaramouche, cuando sepa lo que te traes entre manos.

– Considero que los incentivos que recibo son insuficientes. Por quince libras al mes ningún hombre vende dones tan excepcionales como los míos.

– Hay una alternativa -dijo Binet siniestramente.

– No la hay. No seas tonto, Binet.

Binet se irguió como si le hubieran pinchado. Ningún miembro de su compañía se atrevía a enfrentarse con él tan directamente.

– De todos modos, puedes apelar a esa alternativa si quieres -prosiguió Scaramouche con indiferencia- Sal y notifícale a la policía que puede echarle el guante a un tal André-Louis Moreau. Pero eso será el fin de tu sueño de ir a Rédon y de actuar por primera vez en tu vida, en un verdadero teatro. Sin mí no podrás hacerlo, y yo no voy a Rédon ni a ninguna otra parte más, ni siquiera a Fougeray, hasta que hagamos un contrato más justo.

– ¡Diablos! -se lamentó Binet-. ¿Crees que tengo alma de usurero? Cuándo hicimos nuestro anterior contrato yo no tenía idea de que fueras tan valioso, ¿cómo podía tenerla? Pero basta que me lo recuerdes, querido Scaramouche. Soy un hombre justo. A partir de hoy te daré treinta libras al mes. Te doblo el sueldo en el acto. Como ves, soy un hombre generoso.

– Pero no ambicioso. Ahora escúchame un momento.

Y procedió a exponer un plan que dejó mudo de terror a Binet.

– Después de Rédon, iremos a Nantes -dijo-, a Nantes y al Teatro Feydau.

El señor Binet iba a coger una copa y el brazo se le paralizó en el aire. El Teatro Feydau era una especie de Comedia Francesa a escala provincial, y el gran Fleury había actuado allí ante uno de los públicos más exigentes y críticos de Francia. Sólo la idea de ir a Rédon le parecía al gordo Pantalone una temeridad. Y el teatro de Rédon era un guiñol comparado con el de Nantes. Y a pesar de todo, aquel atrevido muchacho a quien él había recogido por casualidad tres semanas atrás y que, de abogado de provincia, había pasado a convertirse en autor y actor, se atrevía a hablar de Nantes y del Teatro Feydau sin mudar de color.

– Pero ¿por qué no me propones ir a París y a la Comedia Francesa? -dijo Binet irónicamente, cuando al fin pudo recobrar el aliento.

– A su debido tiempo -respondió Scaramouche con desenfado.

– ¿Eh? Tú estás borracho, amigo mío.

Pero André-Louis detalló el plan que tenía en mente. Fougeray sería una especie de ensayo general para saltar a Rédon, y a su vez, Rédon sería lo mismo para luego lanzarse a Nantes. Permanecerían en Rédon mientras el público pagara por ir a verlos, trabajando con ahínco para perfeccionarse y pulir hasta los más mínimos detalles. Añadirían a su elenco tres o cuatro actores talentosos. Él escribiría tres o cuatro nuevos argumentos, que serían ensayados y mejorados, hasta que la compañía contara con un repertorio de por lo menos media docena de obras de indiscutible calidad. Una parte de los beneficios se destinaría a comprar mejores decorados y vestuario, y finalmente, si todo salía bien, en un par de meses la Compañía Binet estaría preparada para probar fortuna en la ciudad de Nantes. Ciertamente a las compañías que iban al Teatro Feydau solía exigírseles cierto prestigio. Pero, por otra parte, desde hacía muchas generaciones en Nantes no se había visto una compañía que hiciera teatro improvisado. Eso sería una gran novedad. Y Scaramouche se comprometía, si todo quedaba en sus manos, a resucitar la Comedia del Arte con todas sus viejas glorias que excederían las expectativas del público de Nantes.