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– Buenas noches, Scaramouche -dijo con tanta ternura que André-Louis se quedó sin respiración, mirándola con ardor.

Pero su turbación sólo duró un instante. Tomó las puntas de los dedos que ella le ofrecía, e inclinándose, los besó. Después volvió a mirarla. La intensa femineidad de aquella mujer le seducía hasta dejarlo desarmado. Tenía el rostro muy pálido, los ojos brillantes, los labios entreabiertos en una sensual sonrisa y, bajo el chal, palpitaban unos pechos que completaban el cuadro de sus encantos.

Tirando suavemente de su mano, André-Louis la atrajo hacia sí, y ella le dejó hacer. Entonces Scaramouche le quitó la palmatoria y la puso sobre el mueble más cercano. Acto seguido la estrechó entre sus brazos, y el leve cuerpo de Climéne se estremeció mientras él la besaba murmurando su nombre como una plegaria.

– ¿Ahora soy cruel? -suspiró ella. Por toda respuesta, él volvió a besarla-. Me creías cruel porque no eras capaz de ver -murmuró Climéne.

En eso se abrió la puerta y entró el señor Binet, quien no pudo dar crédito a sus ojos. Se quedó estupefacto mientras los dos jóvenes, lentamente y con demasiado aplomo para ser natural, se separaban.

– ¿Qué sucede aquí? -preguntó el señor Binet alterado.

– ¿No es evidente? -respondió Scaramouche-. Climéne y yo hemos decidido casarnos.

– ¿Y mi opinión no os importa?

– Claro que sí. Pero no puedes ser tan desalmado ni tener tan mal gusto para negarnos tu consentimiento.

– ¡Ah! Es decir, que ya lo das por hecho, como es costumbre en ti. Pero no creas que voy a entregarte mi hija así como así. Tengo planes para ella. Esto es una fechoría, Scaramouche. Has traicionado mi confianza y estoy muy disgustado.

Avanzó unos pasos, lenta y silenciosamente. Scaramouche se volvió a Climéne sonriendo, y le devolvió la palmatoria.

– Si nos dejas solos, querida Climéne, pediré tu mano al señor Binet como es debido.

La muchacha hizo mutis, algo confundida, pero más encantada que nunca. Scaramouche cerró la puerta y se enfrentó al enfurecido Binet, que se había hundido en un sillón al lado de la mesa. En pie, delante de él, el joven dijo:

– Mi querido padre político. Te felicito. Esto significa un puesto en la Comedia Francesa para Climéne dentro de poco. Tú también brillarás en el firmamento de su gloria. Como padre de madame Scaramouche, llegarás a ser famoso.

El semblante de Binet, que miraba a André-Louis boquiabierto, se puso rojo como un tomate. Su rabia aumentaba a medida que comprendía que, por más que quisiera impedirlo, aquel joven acabaría por convencerle. Al fin pudo recobrar el habla.

– ¡Eres un maldito bandido! -gritó dando un puñetazo en la mesa-. ¡Un bandido! Primero te mezclas en mis asuntos y me despojas de la mitad de mis ganancias, y no contento con eso, ahora quieres robarme a mi hija. ¡Pero mal rayo me parta si se la entrego a un don nadie como tú, sin oficio ni beneficio, a quien sólo aguarda la horca!

Scaramouche tiró del cordón de la campanilla. Se mostraba sereno. Sonriente. Sus ojos resplandecían. Aquella noche estaba contento del mundo y de la vida. Realmente debía estarle agradecido al señor de Lesdiguiéres.

– Binet -dijo-, olvídate aunque sea por una vez de que eres Pantalone, y compórtate como un amable suegro que acaba de obtener un yerno de relevantes méritos. Vamos a beber por mi cuenta una botella del mejor Borgoña que se encuentre en Rédon. ¡Ánimo, hombre! Corta la bilis con el vino, pues nada estropea tanto el paladar como los malos hígados.

CAPÍTULO VII La conquista de Nantes

La Compañía Binet debutó en Nantes -como puede aún leerse en algunos ejemplares del Courrier Nantais- en la celebración de la Purificación con Las picardías de Scaramouche. Pero esta vez los comediantes no entraron en la ciudad como solían hacer en las aldeas, desfilando y anunciándose por las calles. André-Louis imitó la forma de anunciarse de las compañías de la Co media Francesa. Así pues, en Rédon ordenó la impresión de carteles, y cuatro días antes de la llegada de la compañía a Nantes, los fijaron en la puerta del Teatro Feydau y en otros lugares concurridos de la ciudad. En aquel entonces los anuncios y los carteles no eran tan usuales, y llamaron bastante la atención del público de Nantes. El encargado de pegarlos fue uno de los actores recién llegados a la compañía, un joven llamado Basque, quien fue enviado por delante con este propósito.

Aún pueden verse esos carteles en el Museo Carnavalet. En ellos aparecen los actores sólo con sus nombres artísticos, a excepción del señor Binet y de su hija, sin contar que el que hacía de Trivelino en una obra aparecía como Tabarino en otra, lo cual hacía aparecer al elenco cuando menos la mitad de grande de lo que en realidad era. En esos afiches se anunciaba el estreno de Las picardías de Scaramouche, a la que seguirían otras cinco comedias, cuyos títulos se mencionan, y otras no mencionadas, que se estrenarían si el favor del público de la culta ciudad de Nantes animaba a la Compañía Binet a prolongar sus representaciones en el Teatro Feydau. Los carteles también decían que la compañía se especializaba en el género teatral de la improvisación, al antiguo estilo italiano, cosa que no se veía en Francia desde hacía medio siglo, y se exhortaba al público de Nantes a no perder la ocasión de ver cómo aquellos farsantes resucitaban las viejas glorias de la Comedia del Arte. Siempre según los carteles, la presencia de la compañía en Nantes no era más que el preludio de una visita a París, donde rivalizarían con la Comedia Francesa, mostrando al mundo cuan superior es el arte de los que improvisan comparado con los actores que depende, palabra por palabra y gesto por gesto, del texto de un autor y que repiten lo mismo cada vez que salen a escena.

Era un cartel audaz, y eso asustó al señor Binet, a pesar de la poca lucidez que le quedaba con tanto Borgoña a su disposición. En su momento, protestó vehementemente, pero André-Louis no le hizo el menor caso.

– Ya sé que es una osadía -fue la respuesta de Scaramouche-. Pero a tu edad ya deberías saber que en este mundo no se triunfa sin audacia.

– Te prohíbo terminantemente que distribuyas esos carteles -insistió el señor Binet.

– Eso ya me lo esperaba. Del mismo modo que sé que después me agradecerás que te desobedezca.

– Nos llevas a una catástrofe.

– Te llevo a la fortuna. La peor catástrofe que pudiera ocurrimos sería tener que volver a actuar en los mercados de las aldeas. Os llevaré a París, aunque no quieras. Déjame hacer las cosas a mi manera.

Después de los carteles, André-Louis escribió un artículo acerca de la Comedia del Arte italiana, anunciando su resurrección gracias al gran mimo Florimond Binet. El nombre de Binet no era Florimond, sino Pierre. Pero André-Louis tenía una gran intuición teatral. Aquel artículo era una ampliación del texto contenido en los carteles. Y persuadió a Basque, que tenía relaciones en Nantes, para que usara su influencia con el fin de que aquel artículo se publicase en el Courrier Nantais, dos días antes de la llegada de la Compañía Binet. Basque lo consiguió, y no es de extrañar tomando en consideración el mérito literario y el interés intrínseco del artículo.

Así las cosas, en la primera semana de febrero, cuando llegó la Compañía Binet, ya la estaban esperando con curiosidad. De haber sido por Binet, hubieran entrado en Nantes como de costumbre, en una cabalgata carnavalesca, a golpe de bombo y platillo. Pero André-Louis se opuso tajantemente.

– Pondríamos en evidencia nuestra pobreza -dijo-. En vez de eso, entraremos sin ser vistos para que el público ponga su imaginación a trabajar.

Como de costumbre, Scaramouche se salió con la suya. Binet ya estaba cansado de pelear contra el joven, sobre todo ahora que la lucha era desigual, pues Climéne, obviamente apoyaba a su amado Scaramouche, reprobando los procedimientos anticuados de su padre. Metafóricamente hablando, el señor Binet rindió la guardia, y maldijo el día en que había dejado entrar en su compañía a aquel joven tan atrevido que hacía con él lo que le daba la real gana. Estaba seguro de que tarde o temprano su intrepidez acabaría hundiéndole. Mientras tanto, trataba de olvidar con el Borgoña que ahora tenía en abundancia. Nunca había bebido tanto en su vida. Y tal vez las cosas no iban tan mal como imaginaba. Al fin y al cabo tenía que agradecerle a Scaramouche todo aquel Borgoña. Y aunque se temía lo peor, albergaba la esperanza de que todo fuera bien.