Y así, temiendo siempre lo peor, aguardó entre bastidores a que el telón se levantara en aquella primera representación de su compañía en el Teatro Feydau, que estaba lleno de un público curioso, excitado por lo que había leído en los carteles.
Aunque el argumento de Las picardías de Scaramouche no ha sobrevivido a su autor, según cuenta André-Louis en sus Confesiones, comienza con un parlamento de Polichinela en el papel de celoso enamorado que trata de conquistar a Colombina, la doncella de Climéne, para que acceda a espiar a su ama. Empieza con piropos y zalemas, pero se equivoca, pues la alegre Colombina sólo se deja cortejar por los galanes apuestos, y el jorobado tiene que pasar a las amenazas, anunciando que se vengará si no le obedece incondicionalmente o si le traiciona. Tampoco así consigue su objetivo, y tiene que recurrir a las dádivas, con lo cual consigue vencer al fin la resistencia de Colombina, quien promete a Polichinela que espiará a Climéne y le dará a él toda la información acerca de la conducta de su ama.
La pareja actuó a las mil maravillas, y sin duda a esto contribuyó considerablemente el hecho de que estuvieran tan nerviosos ante un público tan numeroso. Polichinela se mostró orgulloso e insistente; Colombina, indiferente, desfachatada y zumbona, actuó con gran astucia para sacar el mayor partido al soborno que se le ofrecía. Las risas en el teatro se reiteraron augurando un éxito total. Pero el señor Binet, temblando entre bastidores, añoraba las estruendosas carcajadas de los campesinos, que eran su público habitual, y sus miedos no hacían sino aumentar.
Apenas Polichinela salió por la puerta, entró Scaramouche por la ventana. Era una entrada tan sensacional, que por lo general entusiasmaba a los espectadores por su inesperada comicidad. Pero no fue así en aquella ocasión. Pensando en eso al otro día, Scaramouche decidió presentarse bajo un aspecto totalmente diferente. Suprimiría todas las payasadas y chistes groseros con que había deleitado a espectadores más rústicos, y trataría de ser gracioso pero con sutileza. Presentaría al público el arquetipo de un gran bribón cómico, reservado, con cierta dignidad, que mostrara un rostro solemne y expresara un humor atractivo pero sin chocarrerías. Probablemente el público tardaría más en comprenderlo y descubrirlo, pero al final les gustaría más.
Coherente con este plan, actuó haciendo de amigo y aliado de Léandre, el enfermo de amor, a quien daba noticias de Climéne siempre buscando la ocasión de conquistar a Colombina, y su otro designio, nada honrado: la bolsa de dinero de Pantalone. También cambió el traje de Scaramouche. Acuchilló de rojo el jubón negro, un poco a lo Enrique III. El tradicional gorro de terciopelo negro se transformó en un sombrero cónico, con el ala vuelta hacia arriba y una pluma a la izquierda. Y su inseparable guitarra desapareció.
Tras asistir a todas estas transformaciones, el señor Binet esperaba desesperadamente que estallara la risa que siempre saludaba la aparición en escena de Scaramouche. Pero no hubo risas y su desaliento fue total. Pronto advirtió algo inusitadamente alarmante en la actuación de Scaramouche. Como de costumbre, el actor chapurreaba aquel francés con acento español, pero ahora no pronunciaba ninguna de las frases groseras que hacían las delicias del público.
Desesperado, se retorció las manos.
– Nos ha arruinado -se dijo-, y esto me pasa por ser tan imbécil y cederle el control de todo.
Pero el señor Binet se equivocaba de medio a medio. Cosa que advirtió cuando poco después le tocó salir a escena y se encontró con un público atento y la satisfacción reflejada en todos los rostros. No obstante, sólo se sintió seguro de que saldrían de allí con vida cuando oyó los aplausos atronadores al caer el telón en el primer acto.
Por suerte el papel de Pantalone en Las picardías de Scaramouche era el del viejo timorato, despistado e idiota, pues de no haber sido así, Binet lo hubiera echado todo a perder con sus temores. Pero como su miedo aumentaba la vacilación y el estupor tan esenciales en su papel, lejos de perjudicar su actuación, contribuyeron al éxito. Un éxito que justificó todas las expectativas suscitadas por los carteles y el artículo concebidos por Scaramouche.
El éxito de Scaramouche no se limitó al público. Al final de la función, sus compañeros le recibieron con una ovación en el gran vestíbulo del teatro. Su talento, sus recursos y energías habían convertido aquella troupe de saltimbanquis vagabundos en una respetable compañía de actores de primera clase. Así lo reconocieron generosamente todos en un discurso que leyó Polichinela, quien expresó, como prueba de su confianza Scaramouche, que del mismo modo que habían conquistado Nantes, también conquistarían el mundo bajo su guía.
En su entusiasmo olvidaron mencionar al señor Binet, quien ya estaba bastante enojado por la conciencia de su inferioridad con respecto a Scaramouche. Y aunque había visto que el gradual proceso de usurpación de su autoridad tenía sus compensaciones, en el fondo de su corazón, el resentimiento apagaba cualquier chispa de la gratitud debida a su socio. Aquella noche estaba nervioso, tenso, y sufría un sinfín de temores. Y de todo ello culpaba a Scaramouche tan amargamente que ni siquiera el reciente éxito -casi milagroso- salvaba a su socio ante sus ojos.
Y ahora, para colmo de males, los de su compañía lo ignoraban olímpicamente, los mismos actores que con tanto esfuerzo él había seleccionado entre los artistas que encontraba aquí y allá, en la hez de los pueblos. Esto acabó de enfurecerlo, despertando sus peores instintos que tan sólo estaban dormidos. Pero por profunda que fuera su rabia, no le cegó hasta el punto de traicionarse. Sin embargo, concibió la idea de reaccionar en su momento, antes de convertirse en un cero a la izquierda en su propia compañía, en aquel elenco que él dominaba hasta que aquel entrometido llegó para destruir su autoridad.
El señor Binet tomó la palabra cuando Polichinela terminó su discurso. La máscara de pintura que cubría su rostro le ayudo a disimular sus verdaderos sentimientos, y fingió sumarse a los elogios en honor de Scaramouche. Desde luego, dio a entender que todo lo que Scaramouche había logrado, era gracias a él, pues era su mano la que lo guiaba. Según expresó, quería dar las gracias a Scaramouche, pero lo hizo más bien en forma en que un señor agradece a su lacayo el escrupuloso cumplimiento de las órdenes recibidas.
A pesar de sus palabras, no pudo embaucar a la compañía, tampoco desahogarse. Consciente del gesto burlón con que todos le miraban, sólo consiguió incrementar su amargura. Pero al menos había salvado su dignidad dejando claro que él era el jefe de todos.
Tal vez sería exagerado decir que no consiguió engañarlos. Pues en lo que a sus verdaderos sentimientos se refería, sí lo consiguió. Descontando las insinuaciones en las que se atribuía el mérito, todos creyeron que su corazón estaba lleno de gratitud como el de ellos. También lo creyó André-Louis, quien en su breve respuesta fue muy generoso con Binet, más de lo que éste había sido con él.
Acto seguido, Scaramouche anunció que el éxito en Nantes era aún más dulce, pues hacía posible la casi inmediata realización de su deseo más ardiente: convertir a Climéne en su esposa. Una felicidad de la que era indigno, como fue el primero en reconocer. Esta dicha estrecharía más su relación con su buen amigo Binet, a quien debía cuanto había logrado para sí y los demás. El anuncio nupcial causó gran alegría, pues en el mundo del teatro no hay nada tan importante como el amor. Todos aclamaron a la feliz pareja, a excepción del pobre Léandre, cuyos ojos expresaban más melancolía que nunca.