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Cuando llegó a la posada encontró a toda la compañía sentada a la mesa. No más entrar se hizo un repentino silencio, así que sospechó que habían estado hablando de él. Arlequín y Colombina habían hecho correr de boca en boca el cuento de un príncipe disfrazado, recogido por el carruaje de una princesa, y la fantástica historia no hacía más que crecer a medida que la contaban una y otra vez.

Climéne había permanecido callada y pensativa, cavilando acerca de lo que Colombina llamaba su novela romántica. Evidentemente su Scaramouche no era lo que parecía, pues de otro modo no hubiera tratado con tanta familiaridad a aquella gran señora, ni ella a él. Ella lo había amado tal como creía que era, y ahora iba a recibir la recompensa por su desinteresado afecto.

Hasta la secreta hostilidad del viejo Binet contra André-Louis se había extinguido ante aquella revelación y le pellizcó cariñosamente el lóbulo de la oreja a su hija, diciéndole:

– ¡Aja! Así que fuiste capaz de descubrirlo a pesar de su disfraz.

El comentario la ofendió.

– De ninguna manera -dijo-. Siempre creí que era lo que aparentaba ser.

Su padre le guiñó un ojo con picardía y se echó a reír.

– Sí, por supuesto. Pero siendo hija de tu padre, que es también un caballero y conoce sus modales, descubriste una sutil diferencia entre ese joven y los que hasta ahora, por desgracia, te habían rodeado. Tú sabes tan bien como yo que ese aire altanero, esa capacidad de mandar que él posee, no se adquieren en un mohoso bufete de abogados, y que su forma de hablar y sus ideas no son las del burgués que él pretende ser. Eres muy sagaz, Climéne. Estoy orgulloso de ti.

Ella le volvió la espalda dándole la callada por respuesta. Las palabras de su padre la ofendían. Obviamente Scaramouche era un gran caballero, un poco excéntrico si se quiere, pero de ilustre cuna. Y cuando ella fuera su esposa, su padre tendría que tratarla de otro modo.

Cuando André-Louis entró en el comedor del hotel, por primera vez ella le miró tímidamente. Sólo entonces advirtió el garbo que desplegaba al andar y esa gentileza en los ademanes que sólo poseen los que en su adolescencia tuvieron profesores de baile y maestros de esgrima.

Y casi le irritó verle tratar a Arlequín como a un igual, y mucho más ver cómo Arlequín trataba con la misma confianza de siempre a aquel caballero, máxime ahora que sabía quién era.

CAPÍTULO IX El despertar

– Todavía estoy esperando la explicación que me debes -le dijo Climéne cuando se quedaron solos en la sobremesa de aquella comida a la que André-Louis había llegado tan tarde. Él llenaba su pipa, pues desde que era actor se había acostumbrado a fumar. Los demás cómicos habían salido, unos para tomar el aire, otros, como Binet y Madame, para que André-Louis pudiera explicarle a solas a Climéne algo que a él no le parecía tan importante. Con toda su santa paciencia, encendió la pipa y frunció el ceño:

– ¿Explicar qué?

– Explicar el secreto que ocultas a todos, incluyéndome a mí.

– ¿Qué secreto?

– ¿Acaso no es un secreto ocultar a tu futura esposa tu verdadera identidad? ¿No lo es hacerte pasar por un abogaducho de provincia, cosa que se ve a la legua que no eres? Me parece muy romántico, pero… en fin, ¿te quieres explicar?

– Entiendo -dijo él soltando la pipa-. Si hay algún secreto en mi vida que no te haya contado ya, es porque no lo considero importante. Pero estás equivocada, jamás he pretendido ser lo que no soy. Y no soy ni más ni menos que lo que parezco ser.

Esta persistencia empezó a enojar a Climéne, alterándole la voz y enrojeciéndole el rostro.

– Y esa fina dama de la nobleza a la que tratas con tanta confianza y que te ha llevado en su coche, mostrando por cierto muy poca consideración para conmigo, ¿quién es?

– Es como una hermana para mí -dijo él.

– ¡Como una hermana! -Climéne estaba indignada-. ¡Arlequín nos dijo que dirías eso, y le divertía mucho, pero yo no le veo la gracia! Supongo que esa especie de hermana tendrá algún nombre…

– Claro. Es la señorita Aline de Kercadiou, sobrina de Quintín de Kercadiou, señor de Gavrillac.

– ¡Oh! Un nombre de mucha alcurnia y abolengo para ser una especie de hermana tuya.

Por primera vez desde que se conocían, André-Louis notó en la joven actriz un matiz de vulgaridad que no le gustó nada.

– Para ser más exactos, tal vez debí decir que es una supuesta prima.

– ¡Una supuesta prima! ¿Y me puedes explicar qué clase de parentesco es ése?

– Eso exige una explicación.

– Eso es exactamente lo que te pido, aunque pareces reacio a dar explicaciones.

– ¡Oh, no se trata de eso! Simplemente es que no veo qué importancia pueda tener. Pero, en fin, el tío de esa dama, el señor de Kercadiou, es padrino mío, por lo cual ella y yo crecimos juntos. En el pueblo aseguran que ese caballero es mi padre. Lo cierto es que él cuidó de mi educación desde niño y a él debo el haber estudiado en Louis Le Grand. Le debo todo cuanto tengo, mejor dicho, cuanto tenía, pues por mi propia voluntad me separé de él tras una discrepancia, y hoy sólo poseo lo que puedo ganarme en el teatro, o en cualquier otra parte.

Frustrada en su orgullo, Climéne se quedó aturdida y palideció. Si aquello él se lo hubiera contado un día antes, no le habría impresionado, no le habría dado la menor importancia. Pero ahora, después de haberlo imaginado como un noble, después de las fantasiosas suposiciones de Arlequín y Colombina, que la habían convertido en la envidia de toda la compañía; después de que todos la creyeran destinada a convertirse en una gran señora, aquello era como echarle un jarro de agua fría. ¡Su príncipe de incógnito no era más que el desheredado bastardo de un caballero provinciano! Esa revelación la convertiría en el hazmerreír de toda la compañía, de todos aquellos que hasta hacía unos minutos habían envidiado su suerte de heroína de novela romántica.

– Deberías habérmelo dicho antes -le reprochó con voz ahogada en un esfuerzo por aparentar serenidad.

– Tal vez tengas razón. Pero ¿qué importa todo eso?

– ¿Que qué importa? -dijo Climéne reprimiendo su furia-. ¿No dices que la gente asegura que ese señor de Kercadiou es tu padre? ¿Y eso qué significa exactamente?

– Exactamente lo que te he dicho. Porque es un rumor al que no doy crédito. Una corazonada me dice que no debo creer en esa hablilla. Además, una vez se lo pregunté al señor de Kercadiou, y me dijo que no era él. El señor de Kercadiou es hombre de honor y yo creo en su palabra. Sobre todo cuando coincide, como en este caso, con mis intuiciones. Me aseguró que no sabía quién era mi padre.

– Y tu madre, ¿tampoco sabía quién era? -preguntó Climéne con un desdén que él no advirtió, pues en ese momento ella estaba de espaldas a la luz.

– No quiso decirme su nombre. Pero sí me confesó que era muy amiga suya.

La muchacha contestó a estas palabras con una risita desagradable que hirió a André-Louis.

– Una amiga muy íntima, puedes estar seguro, bobalicón. Y ¿cuál es entonces tu apellido?

André-Louis reprimió la indignación que empezaba a arderle en las venas para contestar tranquilamente:

– Moreau. Es el nombre del pueblo donde nací. En verdad no me lo merezco. De hecho, mi único nombre es Scaramouche, pues me lo he ganado. De modo que ya ves, querida -concluyó-, nunca te oculté ningún secreto.

– Ya lo veo -replicó la joven riéndose mientras se disponía a levantarse-. Estoy muy cansada…

Al instante él se puso en pie para ayudarla, pero ella le rechazó con un gesto.

– Voy a descansar hasta que empiece la función -dijo.

Y avanzó hacia la puerta, que él corrió a abrirle. Climéne pasó por su lado sin dignarse a mirarlo siquiera.