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Aquella noche Climéne y André-Louis discutieron. Cuando de nuevo él le aconsejó que no le diera motivos al marqués para que no se propasara, ella le contestó con injurias. André-Louis quedó turbado por el tono violento que por primera vez ella empleaba con él. Trató de mostrarse razonable, y entonces ella le contestó:

– Si te vas a convertir en un obstáculo para mi carrera, cuanto antes terminemos, mejor.

– Entonces ¿no me amas?

– El amor no tiene nada que ver con esto. No toleraré tus incesantes celos. Una actriz para triunfar tiene que aceptar todos los homenajes.

– Estoy de acuerdo, siempre y cuando la actriz no dé nada a cambio.

Pálida y con los ojos llameantes, se volvió a éclass="underline"

– ¿Qué estás dando a entender?

– Más claro ni el agua. Una muchacha en tu situación puede aceptar todos los homenajes que le ofrezcan con tal que los reciba con una digna reserva que implique que no dará en cambio otro favor que no sea el de sus sonrisas. Si es prudente, se las arreglará para que esos homenajes sean colectivos y que ninguno de sus admiradores tenga jamás el privilegio de estar a solas con ella. Si es juiciosa, no alentará ninguna esperanza que más tarde no pueda dejar de cumplir.

– ¡Cómo! ¿Qué insinúas…?

– Conozco este mundo. Y también al señor de La Tour d'Azyr. Es un hombre despiadado, inhumano; que toma cuanto se le antoja, por las buenas o por las malas; sin importarle la desgracia que va sembrando a su paso; un hombre cuya única ley es la fuerza. Piénsalo bien, Climéne, y dime si no es mi deber advertirte.

Entonces André-Louis salió de la posada, pues consideró denigrante seguir hablando del tema.

Los días que siguieron no sólo fueron tristes para él, sino también para otro miembro de la compañía, Léandre, que estaba profundamente deprimido al ver que el marqués no cesaba de hacerle la corte a Climéne. El señor de La Tour d'Azyr no se perdía una función, reservaba siempre el mismo palco, y casi siempre iba solo o acompañado por su primo, el caballero de Chabrillanne.

El jueves de la semana siguiente, André-Louis salió a pasear solo por la mañana. Estaba disgustado, abrumado y humillado, y pensó que un paseo le aliviaría. Al doblar en la esquina de la plaza de Bouffay, tropezó con un hombre delgado, vestido de negro y con una peluca bajo un sombrero redondo. El hombre dio un paso atrás al verle, levantó sus lentes y le saludó asombrado: -¡Moreau! ¿Dónde demonios te habías metido todos estos meses? Era Le Chapelier, el abogado y líder del Casino Literario de Rennes. -Detrás del telón de Tespis -dijo Scaramouche.

– No te entiendo.

– No hace falta. Y tú, Isaac, ¿cómo estás? ¿Qué tal andan las cosas de ese mundo que parece haberse parado?

– ¿Parado? -se echó a reír Le Chapelier-. ¿Pero de dónde has salido? ¡El mundo no está parado! -y señalando un café que había a la sombra de una siniestra cárcel, agregó-: Vamos allí a beber algo mientras charlamos un poco. Eres el hombre que todos buscamos, te hemos buscado por todas partes. ¡Qué casualidad que nos hayamos encontrado! Cruzaron la plaza y entraron en el café. -¿De verdad crees que el mundo se ha parado? ¡Por Dios! Supongo que no estás al tanto de la Real Orden convocando la Asamblea General, ni de los términos en que se expresa, según los cuales vamos a tener lo que pedimos, lo que tú pediste por nosotros en Nantes. ¿No has sabido nada de las elecciones primarias? ¿Ni del tumulto que hubo en Rennes hace un mes? La Real Orden disponía que los tres Estados celebrasen sesión conjuntamente en la Asamblea General, pero en la bailía de Rennes los nobles se mostraron recalcitrantes. Acudieron a las armas, y con seiscientos de sus vasallos bajo el mando de tu viejo amigo, el marqués de La Tour d'Azyr, quisieron amedrentarnos a los miembros del Tercer Estado, quisieron pulverizarnos para poner fin a nuestra insolencia -se echó a reír burlonamente, y prosiguió-: Pero te juro por Dios que nosotros también nos enfrentamos a ellos con las armas. Seguimos el consejo que nos diste en Nantes en noviembre. Dimos una batalla campal en las calles, guiados por tu tocayo Moreau, el preboste, y les perseguimos obligándolos a refugiarse en un convento franciscano. Aquél fue el final de su resistencia a la autoridad del rey y a la del pueblo.

Le Chapelier le contó en detalle todo lo acontecido y, finalmente, llegó al asunto que, como le había dicho, le había movido a buscarlo desesperadamente por todas partes.

Nantes iba a enviar cincuenta delegados a la Asamblea de Rennes, donde debían elegir a los diputados del Tercer Estado, quienes presentarían su pliego de demandas. Rennes estaba bien representada, pero pueblos como Gavrillac sólo enviaban dos delegados por cada doscientos habitantes, o incluso menos. Tres regiones habían pedido que André-Louis fuera uno de sus delegados. Gavrillac lo quería porque era de allí y se sabía cuántos sacrificios había hecho por la causa del pueblo. Rennes lo quería porque había escuchado su discurso el día que mataron a los dos estudiantes, y Nantes, que ignoraba su verdadera identidad, le reclamaba porque era el hombre que se había dirigido al pueblo bajo el seudónimo de Omnes Omnibus, exhortándolos con la demanda que luego evidentemente influyó en Necker a la hora de redactar la convocatoria. Como no lo encontraban, las delegaciones se formaron sin él. Pero ahora había una o dos vacantes en la representación de Nantes, y por eso Le Chapelier había acudido a esta ciudad. André-Louis rechazó la propuesta de Le Chapelier moviendo la cabeza.

– ¿Te niegas? -exclamó su amigo-. ¿Estás loco? ¿Rechazas el deseo de varias regiones? ¿Te das cuenta de que probablemente te elegirán como uno de los diputados, que te enviarán como tal a la Asamblea General de Versalles para representarnos en la hazaña de salvar a Francia?

Pero a André-Louis no le importaba salvar a Francia. Lo que le importaba era salvar a las dos mujeres que amaba -aunque de maneras distintas- de un hombre al que había jurado eliminar. Por eso se mantuvo firme en su negativa.

– Es extraño -dijo André-Louis- que haya estado tan inmerso en frivolidades que no me diera cuenta de que Nantes está políticamente activa.

– ¡Activa! Más que eso, esto es una caldera al rojo vivo. La gente está a punto de estallar. Sólo la creencia de que todo marcha bien mantiene al pueblo acallado. Pero bastaría una insinuación en sentido contrario para que todo salte por los aires.

– ¿De veras? -preguntó Scaramouche pensativo-. Ese dato pudiera resultarme útil -y entonces, cambiando de tema-: ¿Sabías que el marqués de La Tour d'Azyr está aquí?

– ¿En Nantes? ¡Y aún tiene el descaro de estar aquí! La gente aquí no es dócil y conocen su participación en lo de Rennes. Parece mentira que no le hayan apedreado todavía. Pero ya lo harán, más tarde o más temprano. Sólo hace falta que alguien lo sugiera.

– Es muy posible que alguien lo haga -dijo André-Louis sonriendo-. No aparece mucho en público, menos aún en las calles. No es tan valiente como dicen. En cierta ocasión le dije que en vez de coraje lo que tenía era mucha insolencia.

Al separarse, Le Chapelier exhortó de nuevo a su amigo para que aceptara su proposición.

– Si cambias de idea, estaré en la Posada del Ciervo hasta pasado mañana. Si tienes alguna ambición, no dejes pasar esta oportunidad.