– ¿Por qué siempre tienes que burlarte de ti mismo? -preguntó ella.
– Supongo que porque formo parte de un mundo que está loco. ¿Cómo quieres que me tome en serio a mí mismo? Acabaría por perder la lucidez, sobre todo desde que he descubierto quiénes son mis padres.
– ¡No hables así, André! -suplicó Aline-. No eres sincero.
– Claro que no lo soy. ¿Cómo se puede esperar sinceridad de los hombres si la hipocresía es la verdadera clave de la naturaleza humana? En ella nos crían, en ella nos educan, en ella vivimos, aunque rara vez nos demos cuenta. La hemos visto predominar en Francia durante los cuatro últimos años: hipocresía en labios de los revolucionarios, hipocresía en boca de los defensores del antiguo régimen; todo esto no ha sido más que un turbulento río de hipocresía cuyo resultado es este caos. Y yo, que todo lo critico en esta mañana de sol que es un regalo de Dios, soy el más redomado y despreciable de todos los hipócritas. Esta certidumbre es lo que me ha tenido en vela toda la noche. Durante dos años he perseguido por todos los medios a mi alcance… al señor de La Tour d'Azyr… -había hecho una pausa antes de pronunciar aquel nombre, como si ahora no supiera cómo debía llamarle-… y durante estos dos años me he engañado acerca del motivo que me impulsaba. Él hablaba de mí anoche llamándome la pesadilla de su vida, e incluso reconoció que era justo que así fuera. Tal vez tuviera razón, pues es probable que, de no haber muerto Philippe de Vilmorin, todo hubiera sido igual. Hoy sé que hubiera sido así. Y por eso digo que soy un hipócrita, un pobre hipócrita que se engaña a sí mismo.
– Pero ¿por qué, André?
Él se detuvo para contemplarla:
– Porque todo lo hacía por ti, Aline. Porque tú eras la única causa que me hacía luchar contra él, intransigentemente. Porque sólo pensaba en derribarle a tiempo para impedir que fueras víctima de tu propia ambición. No me gustaría tener que hablar de él más de lo necesario. A partir de este momento espero no tener que volver a mencionarlo. Antes de que nuestras vidas se cruzaran, ya le conocía por los rumores que corrían por el campo. Ya entonces me resultaba detestable. Ya le oíste anoche aludir a esa infeliz señorita, la Binet. Ha brás oído que para justificar su falta, sacó a relucir su estilo de vida, su formación. Supongo que ésa es su explicación. Es el tipo de hombre que corresponde a su clase. ¡Y con eso ya está dicho todo! Pero para mí era la encarnación del mal, del mismo modo que tú has sido siempre la personificación del bien. Él representaba al pecado, y tú la pureza. Yo te había colocado en un trono muy alto, Aline. ¿Podía soportar que la ambición te hiciera descender de ese altar, que el mal que yo detestaba se uniera a la bondad que yo tanto amaba? ¿Qué podías encontrar en él, como te dije aquel día en Gavrillac, sino la condenación? Por eso mi odio hacia él se convirtió en un asunto personal. Resolví salvarte a toda costa de un destino tan horrible. Si me hubieses dicho sinceramente que le amabas, todo hubiera sido distinto. En ese caso, yo hubiera podido confiar en que una unión santificada por el amor le hubiera podido elevar hasta tu pureza. Pero que tú, por otras consideraciones, y sin amor, te unieras a él… ¡Oh, eso era una infamia y me entristecía! Por eso luché contra él, como lucha un ratón contra un león, implacablemente, hasta que vi cómo el amor sustituía a la ambición en tu corazón.
– ¡Hasta que viste cómo el amor sustituía a la ambición en mi corazón! -las lágrimas empañaban los ojos de Aline. El asombro era más fuerte que su emoción-. ¿Cuándo notaste eso? ¿Cuándo?
– Ahora sé que estaba equivocado. Sin embargo, una vez… aquella mañana, cuando viniste a suplicarme que no fuera al duelo con él en el Bois, ¿lo que te impulsaba era tu interés por él?
– ¿Por él? No, era por ti -exclamó ella sin pensar en lo que decía.
Pero eso no le convenció.
– ¿Por mí? ¡Tú sabías, como todo el mundo, lo que había sido capaz de hacer durante aquella semana!
– Sí, pero él era superior a tus otros adversarios. Tenía fama de ser insuperable. Mi tío me aseguró que era invencible, y me convenció de que estabas perdido.
André la miró frunciendo el ceño.
– ¿Estás segura, Aline? -preguntó gravemente-. Comprendo que, habiendo cambiado desde entonces, ahora quieras negar tus sentimientos hacia él, pero… en fin, supongo que eso es normal en las mujeres.
– ¿Qué estás diciendo, André? ¡Qué equivocado estás! Sólo te he dicho la verdad.
– ¿Y fui yo también la causa de que te desmayaras cuando le viste regresar herido del duelo? Eso me abrió los ojos.
– ¿Herido? Yo no vi su herida. Le vi sentado en su coche, al parecer sano y salvo, y deduje que te había matado como había jurado hacer. ¿Qué otra cosa podía pensar?
André-Louis vio como una luz resplandeciente, cegadora, que le asustó. Dio un paso atrás y arrugó la frente:
– ¿Y por eso te desmayaste? -preguntó incrédulo.
Ella le miró sin contestar. Ahora empezaba a darse cuenta de cuan lejos había llegado para darle a entender su error, y a sus ojos asomó un miedo súbito. Él le tendió las manos.
– ¡Aline! ¡Aline! -dijo con un nudo en la garganta-. Entonces fue por mí que…
– ¡Oh, André-Louis, qué ciego estabas, siempre ha sido por ti, siempre! Nunca pensé en él, ni siquiera para un matrimonio de conveniencia, excepto durante un breve tiempo, cuando… cuando esa actriz entró en tu vida -y aquí se interrumpió y volvió la cara con expresión de desagrado-. Sólo entonces, al ver que no tenía otro camino que seguir, decidí dejarme llevar por la ambición.
Al oírla, André-Louis se quedó estupefacto.
– Estoy soñando, por supuesto. ¿O estoy loco?
– Más bien estás ciego, André. Totalmente ciego -aseguró ella.
– Ciego sólo porque tenía la presunción de ver.
– Y sin embargo, que yo sepa, nunca has sido muy modesto que digamos -contestó ella, y por un instante fue la misma Aline de siempre.
Poco después, el señor de Kercadiou se asomó a la ventana de la biblioteca, y los vio cogidos de las manos, contemplándose beatíficamente, como si cada uno viera en el rostro del otro el paraíso.
1 La sociedad francesa en el Antiguo Régimen se dividía en tres estamentos: el eclesiástico, el nobiliario y el Tercer Estado que, bajo la denominación general de «pueblo», agrupaba a la burguesía, a los artesanos y a los campesinos. (N. del T.)
1 Espanto en francés. (N. del T.)
1 Canevas o scenario en el original. Más que una obra de teatro, es un esquema muy general que permite la improvisación de los actores. Lo más aproximado en castellano es «argumento». (N. del T.)
1 11En francés en el original. (N. del T.)
1 Amis en francés significa «amigos». (N. del T.)
1 Tennis-court en el original. El juramento tuvo lugar en la sala del Jeu de Paume: «juego de pelota» en francés. Era el ancestro del actual tenis, y también se jugaba en salas techadas. (N. del T.)
1 Carta cerrada con el sello real que exigía el encarcelamiento o el destierro de una persona. (N. del T.)
1 Ayuntamiento. (N. del T.)