Así van las cosas por aquí, querida mía, hasta el extremo de que llego a envidiar el sitio en el que te encuentras. Vivimos realmente tiempos extraños. Hoy también, en la televisión, he visto un reportaje sobre no sé qué país africano azotado por una calamidad o por varias: se veían niños esqueléticos con el vientre enorme y la carita chupada casi totalmente ocupada por dos ojos enormes, y totalmente cubiertos de moscas. Y un poco más tarde, aunque en un programa distinto, al que acuden a hablar los políticos, y donde se presentan todos muy elegantes, uno de ellos ha dicho que uno de los puntos destacados del programa de su partido es el problema de las adopciones, porque es necesario simplificarlas más, explicaba sonriendo, nuestra burocracia para las adopciones es demasiado complicada, muchos padres deseosos de un hijo esperan con impaciencia un hijo adoptivo. Es decir: cada año mueren en el mundo varios millones de niños por enfermedades y desnutrición, pero consolémonos, estimados telespectadores, porque si mi partido gana las elecciones el próximo año les dejaremos que adopten a un centenar más.
Después de comer me he echado una siestecita en el sillón, en el de siempre, ya sabes que a mí con un cuarto de hora me es suficiente, después me he puesto a jugar al ajedrez con Tommaso. No sé si te he dicho ya que Tommaso ha dejado de ser un mentiroso, lo que siempre supuso una cruz para ti, y se sincera conmigo. Yo había intuido que había algo que no marchaba bien: a veces su mirada está ausente, a veces está alegre sin motivo, otras veces te sale con algo que no le has preguntado. He aprovechado que estábamos cara a cara y le he hecho la pregunta a quemarropa. Tommaso, digo, hay otra mujer, ¿verdad? Y él va y dice: sí. ¿Cómo que sí?, digo yo, ¿cómo que sí? Tú me lo has preguntado y yo te he contestado, ha concluido él. Tommaso siempre ha sentido hacia las mujeres una atracción algo especial, casi desde que era un niño, lo sabes mejor que yo. Pero con esa mujer que tiene, guapa, buena, una compañera extraordinaria, y además, qué madre, si vieras cómo cría a Masino; Tommaso, le digo, con la mujer que tienes, ¿pero cómo se te ocurre? Me ha mirado y se le han saltado las lágrimas. Es algo pasajero, ha susurrado, verás como es algo pasajero, quizá sea una pequeña manía, tal vez me parezca a mamá, verás cómo se me pasa enseguida. Me ha dado un poco de pena. Sus sienes empiezan a blanquear, para las canas ha sido más precoz que yo, que he conservado mi pelo negro hasta pasados los cincuenta. Le he dicho: Tommaso, sincérate conmigo. Y él me ha contestado abriendo los brazos: déjalo correr, papá, así es la vida, nunca se sabe en qué dirección va, ya verás como acabará recobrando su curso normal. Te podrá parecer extraño, pero me ha tranquilizado. Es curioso que un padre se sienta tranquilizado por un hijo cuando se preocupa precisamente de que las cosas le vayan mal a ese hijo. Porque yo, en lo que a mí se refiere, ya me he resignado. Me he retirado a mi vida privada, como suele decirse. Mi colega Caponi, aquel que ganó el proyecto para el plan urbanístico de nuestra ciudad y que en aquella época te parecía un tiburón, en realidad no es más que una sardina, pobriño. Se ha comprado una parcela cerca de nuestra casa, un terreno edificable, y se ha hecho una casa para pasar allí los años de la jubilación. El proyecto obviamente es suyo, y la casa, te parecerá raro eso también, no es nada fea. No es que como arquitecto sea gran cosa, nunca lo ha sido, yo era mejor, incluso en la facultad, eso lo sabía todo el mundo, pero por lo menos la casa no le ha salido mal. Tiene un gran ventanal que da al jardín de la ladera (se levanta sobre la colina de levante) y desde allí se domina todo el valle. Como concepción espacial se parece mucho (demasiado, diría yo) a la casa de la catarata de Wright, obviamente en pobre, sobre todo porque no hay catarata, pero, con todo, el conjunto es de aspecto agradable y el interior está decorado con bastante gusto. La semana pasada me invitó a cenar, y la velada no estuvo mal. Me llamó: querido amigo, dice, hace siglos que no nos vemos, ahora que somos vecinos de casa, me parece una idiotez que ambos hagamos como si nada, y además tengo muchas ganas de verte, mi mujer y yo estamos aquí solos, ya sabes que mi hijo, desde que se casó, vive definitivamente en París, ¿por qué no te vienes a cenar mañana por la noche?