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Estuvimos hablando de los viejos tiempos de la facultad, y de Fulano, Mengano y Zutano. Y de ciertos episodios, por ejemplo una reunión de departamento que yo había borrado completamente de mi memoria y que él, en cambio, recordaba hasta en sus más mínimos detalles, cuando Sabatini (¿no te acuerdas?, aquel que enseñaba Estética, con aspecto de perro San Bernardo, más bueno que el pan) estuvo a punto de enzarzarse a puñetazos con el director administrativo a causa de una beca sobre la que éste había dejado caer alusiones algo pesadas. E, inevitablemente, acabamos hablando de ti, aunque procurara decir lo menos posible: sí, claro, yo estaba bien tal y como estaba, Tommaso y su mujer son muy afectuosos, me llaman por teléfono todas las noches, ¿que si tengo una nuera fantástica?, claro que tengo una nuera fantástica, de todas formas, Tommaso se merecía una persona así. Tommaso es una persona de grandes virtudes, ¿que si es verdad que se ha convertido en un magnate de las finanzas?, bueno, tampoco exageremos, Tommaso ya en el colegio era un as para las matemáticas, con las cifras y los números no le ganaba nadie, es un don natural, tras licenciarse en economía había hecho prácticas en un gran banco de Milán, pero el mérito es sobre todo de quien enseña, aunque haga falta un alumno que aprenda, y Tommaso había aprendido realmente bien, de todas formas el mérito era de aquel genio de las finanzas que le había cogido cariño y que se lo había enseñado todo, en todo caso, en eso de que Tommaso fuera un genio de las finanzas quizás estuvieran exagerando, digamos que es alguien que cuenta en el mundo financiero, sí, es verdad que actúa de consejero del ministro, pero sólo son consejos esporádicos, cuando se le hacen consultas, no como profesión, entre otras cosas porque alguien como él no puede pasarse días y días encerrado en un ministerio, ya os lo imaginaréis, Tommaso necesita dejarse caer por Londres o Nueva York una vez al mes por lo menos, va por allí, toma el pulso a la Bolsa, no es que le haga falta mucho tiempo, ya sabéis, Tommaso es así, se pasa tres días en Wall Street y ya ha intuido qué vientos soplarán durante los próximos tres meses en Europa, para esas cosas es todo un genio. Y entonces la mujer de Caponi va y dice: la verdad, ¿quién iba a imaginárselo?, un chico tan difícil como su Tommaso, con una adolescencia tan tormentosa. Difícil hasta cierto punto, atenué la cosa yo, manteniéndome en un terreno vago; ya se sabe, los chicos, de chicos, a veces pueden parecer difíciles, pero después es un momento que acaba pasando. Por desgracia no se dan cuenta de lo que pueden provocar, continuó la señora Caponi, y quizá cuando se les pasa ya ha sucedido lo irremediable. Intenté desviar la conversación hacia otro terreno, y no sin esfuerzo acabé por conseguirlo, aunque la mujer de Caponi se había empeñado en sonsacarme lo que había sucedido, debía de haber pensado: por fin conseguiremos entender algo de todo ese asunto, o esta noche o nunca. Pues no fue esa noche, querida mía, te lo aseguro, ya sabes que nunca he soltado prenda sobre la historia de Tommaso. Además, tengo que decirte -y esto no tengo más remedio que decírtelo, perdóname- que Tommaso siempre ha hecho todo lo posible para darte la razón. Actuaba inconscientemente, es evidente, eso está ya claro a la vista de aquello en lo que se ha convertido, con su seguridad y todo lo demás. Pero en los primeros tiempos se comportaba de modo que nadie pudiera contradecirte o desmentirte, procurando de todas las maneras poner en evidencia sus llamados «problemas», los problemas que te causó, quiero decir. Algo así como una especie de «coacción a la culpa». Mira que no es una definición sólo de Greta, quien te lo siguió la que más, con enorme atención y paciencia, sino también de un eminente especialista, un psiquiatra de Ginebra adonde lo llevé seis meses después de lo sucedido. El consejo había sido de Greta, porque ni ella misma entendía ya nada, tras tu marcha me correspondía a mí llevarlo a las sesiones, y un buen día Greta me dijo: en toda esta historia hay algo que no me cuadra, pero yo sola no consigo desenredarlo, quizá como psicoterapeuta no sea la más adecuada para un caso tan complicado, aquí hace falta ayuda ajena, conozco a una eminencia en psiquiatría infantil cuya opinión me gustaría escuchar. Y me mandó al profesor de Ginebra, confiándome todos los papeles con los apuntes tomados durante las sesiones del año en el que tú le habías llevado a Tommaso, incluidas aquellas en las que hablabas tú porque Tommaso se había quedado en casa. También ese día en Ginebra Tommaso hizo de todo para darte la razón. El viaje en tren fue un infierno. Estaba inquieto, molestaba a nuestra vecina de asiento, salió al pasillo y le hizo la zancadilla a una chica guapa que estaba pasando, que por poco no le suelta una bofetada. En cambio, con el psiquiatra se portó muy bien, mirando angelical al techo. El profesor era un hombre robusto, de muñecas sólidas, pelirrojo y con los ojos azules, parecía más un obrero que un gran psiquiatra, y hablaba procurando que se le entendiera: en resumen, una persona de las que te inspiran confianza. Preferiría que nos dejara solos, me dijo, y me hizo pasar a la salita contigua, mientras ordenaba a Tommaso que se desnudara y se tumbara en una camilla. Fue un reconocimiento largo, de aproximadamente una hora. Después me dejó entrar y Tommasino estaba sentado en un taburete, ya vestido, mirando al techo. Esta vez le tocó a él marcharse, el profesor le hizo pasar a la salita que antes ocupaba yo. Me miró, sacudió la cabeza y se puso a examinar los papeles que le mandaba Greta. Leía y murmuraba: ésta está loca. De repente, me pregunta: ¿cuántos años tiene su hijo? Doce, casi trece, respondí yo. Él no hizo ningún comentario y siguió con su lectura, mascullando: complejo de…, complejo de…, aquí hay otro complejo…, manías…, trastornos no identificables… ¿Cuántos años me ha dicho que tiene su hijo?, me preguntó de nuevo. Doce, casi trece, repetí yo. Me devolvió los papeles y me miró directamente a los ojos. Estimado señor, me dijo, por lo que atañe a la esfera genital, y me refiero al órgano masculino, su hijo podría tener veinte años, o treinta, mire, estimado señor, es exactamente como usted o como yo, e incluso algo más, no sé si me explico. No, dije yo, la verdad es que no mucho. Pero ¿quién es esta loca?, insistió él. No respondí, porque no me gustaba poner a Greta en esa situación, además había sido precisamente ella la que me había conducido hasta aquella eminencia. ¿Fue usted tan precoz en su pubertad?, me preguntó. No, contesté, fui normal. Bueno, dijo él, la norma es como las estadísticas, ¿y en su familia? Que yo sepa, no, dije. Existe una ciencia que se llama endocrinología, dijo el profesor, estudia el sistema hormonal, mire que el asunto no es más que eso, su hijo tiene un sistema hormonal algo fuera de la norma respecto a su edad, con los órganos correspondientes, y aún no sabe obviamente qué uso hacer de ellos, su sistema hormonal le empuja a utilizarlos hacia el fin para el que la naturaleza los ha creado, pero dígame, ¿habría sabido usted qué hacer con ellos a los doce años?, naturalmente que no, sólo es cuestión de tener algo más de paciencia, deje que crezca un poco, resígnese a esperar cinco o seis años, y todo volverá a esa sincronía que en este momento un sistema hormonal algo singular ha desfasado ligeramente, ¿me he explicado ahora? Perfectamente, contesté. Dio un golpe con la mano sobre los papeles que tenía delante y me preguntó de nuevo: pero ¿quién es esta loca? Como puedes suponer, la situación era realmente embarazosa: si había llegado hasta ese profesor de Ginebra que por fin había conseguido resolver el problema que nos había atormentado tanto, se lo debía precisamente a Greta, que además de ser una psicoterapeuta muy respetable siempre había sido tu mejor amiga. De modo que contesté: es una colega suya, profesor, una psicoterapeuta de nuestra confianza, pero preferiría no citar su nombre. No me refiero a ella, continuó el profesor, me refiero al delirio de esta otra persona, es un auténtico delirio, ve espectros por todas partes, ni siquiera se ha dado cuenta de lo mal que está, eso es lo preocupante, es una persona que está en una situación realmente trágica. Lo estaba, contesté, se suicidó hace seis meses. ¿Qué quiere decir?, preguntó él. Su madre, dije, mi mujer. Las madres a veces se apresuran, dijo el médico, y se preocupan demasiado por sus hijos.