Querida mía, resultaría superfluo decirte el dolor que supuso para todos que te arrojaras al pozo y, como te he dicho, Tommaso, que sin comprender había comprendido, con tal de no renegar de ti jugó a hacerse el anormal durante cuatro o cinco años más. Después lo dejó, es más, se ha vuelto normal, normalísimo, incluso demasiado. A mí me gusta verlo así, tan normal, pero te aseguro que pasar un día entero con él es de un aburrimiento mortal, no sé cómo se las arregla para soportarlo su mujer, que es una mujer llena de curiosidad e imaginación, sería ella la que tendría que buscarse un amante y no al contrario, como está ocurriendo. Pero no quisiera que pensaras que lo de Greta y yo fue inmediato. Naturalmente, el dictamen del profesor de Ginebra contribuyó al entendimiento, a una recíproca comprensión. Por lo demás juntos, lo que se dice juntos, no hemos estado nunca, me refiero a lo de vivir en la misma casa. Lo intenté durante algunos meses, pero la verdad es que no fui capaz, y preferí volverme a nuestra vieja casa, donde por lo menos me quedaba tu querida presencia. Es que Greta, pobrecilla, con todas las virtudes que tiene, es a su vez la persona más aburrida del mundo, quizá porque es la persona más normal del mundo: jamás un impulso, jamás una idea algo loca, jamás una intuición, jamás un deseo repentino y caprichoso como los que tenías tú, que son las cosas que en el fondo dan sabor a la vida. Llegar cansada por la noche, después de todas las historias de sus pacientes, tomarse una ensalada y una fruta y sentarse delante del televisor: llegó hasta a prepararse una bandeja para ver mejor la televisión y cenaba allí, estaba fascinada por un periodista untuoso que entrevistaba a todos los políticos del país, algo increíble, y yo me iba a la cama a leer. Sabes lo que te digo, hasta he llegado a pensar que quizá la verdadera locura sea la obviedad, ¿no te parece?
Lo cierto es que fue una verdadera pena que hicieras aquel gesto. Los años han ido pasando, muchos, querida mía, muchos de verdad. Y, sin embargo, ya ves como todavía te recordamos, te recuerdo. Estás siempre conmigo, lo sabes, me acompañas en cada momento de mi vida. Aunque ésta funcione ahora al diez por ciento. Pero cuando funcionaba al ciento por ciento como la tuya, qué hermoso fue, y qué grande fue nuestra pasión. Tan grande que las células de mi cuerpo siguen embebidas en ella, como una esponja que conserva el agua marina que la nutrió. Porque después, querida mía, sólo ha habido agua dulce, a menudo dulzona, y ¿qué sentido tiene, me pregunto, seguir viviendo sin que sal alguna reavive mi paladar?
¿Para qué sirve un arpa con una cuerda sola?
Si ‘sta voce te sceta ‘int’a nuttata mentre t’astrigne ‘o sposo tuio vicino, statte scetata, si vuò sta scetata,
ma fá vedè ca duorme, a suonno chino. [12]
Voce ‘e notte, canción napolitana
de E. Nicolardi y E. De Curtis
Amor mío:
He sabido por casualidad que todavía estás viva. El verdulero de Sharia Farassa es un viejecillo nieto de italianos que insiste en querer mantener lazos con su país de origen, así que debe de estar suscrito a un periódico que le llega a la tienda y que él seguramente ni siquiera lee, y con el que al día siguiente envuelve la lechuga. Una vez a la semana hay unas páginas de crónica de la provincia, esa donde nos conocimos y que no he olvidado, ¿sabes?, recuerdo perfectamente aquellas avenidas de cipreses que cruzábamos en bicicleta, y algunas mañanas de otoño en las que una bruma azulada subía de los montes de encinas, y los caseríos de la llanura, y el primer grupo de casas donde vivían tus padres, y tu sonrisa, y es realmente extraño que ésta te sonría desde un periódico arrugado del que, en la mesa de tu habitación, sacas la fruta y las verduras, y ves que es la misma sonrisa de hace cuarenta años, de cuando me dijiste: adiós, mañana nos vemos.
Cómo van las cosas, y lo que las guía: una nimiedad. En las tardes de agosto, con la puesta del sol, los pinos marítimos que hay en nuestra tierra se inflaman, de ese verde intenso que tienen de día se vuelven primero rubios, y después rosados, y después color ladrillo, quizá sea por eso por lo que Luxurius se ha convertido en Rossore, Rojez, a veces las falsas etimologías llevan a conclusiones acertadas. Pensé: rojez, rubor. Y pensé en la vergüenza. Bajé de la bicicleta, y sentía el rostro en llamas, como el color sobre el bosque de pinos. Justo a pocos pasos, tras la vereda enmarcada por un muro redondeado, estaba la casa de los Ascoli. Sólo había quedado Luciana, con su primo, el más pequeño, y sus tíos no habían regresado. Y ya habían pasado tres años desde que había acabado la pesadilla, todos nosotros sabíamos lo que había sido de ellos, ¿por qué seguir esperando?, y ¿por qué yo no había ido nunca a decirles nada: un buenas tardes, una sílaba? Ya sé lo que me habrías contestado: ya, y, entonces, tus tíos, ¿por qué sigues esperando a tus tíos?, no hablas nunca de ellos, como si hubieran salido de casa a dar un paseo y estuvieran a punto de volver. Porque sí, te habría contestado, porque sí, porque todo era tan absurdo, tan intolerablemente absurdo que yo también fingía, como todos los demás, que nuestros parientes regresarían al día siguiente, bien que nos habíamos reído de las leyes de aquel miserable enanejo disfrazado de emperador y la de chistes que nos habíamos inventado a su costa, mientras pensábamos: total, no nos puede pasar nada, no son más que monstruillos vulgares sacando pecho, nosotros tenemos cultura, tradición, y también algún dinero. Y por el contrario, en un instante, habían desaparecido todos. Pensé: entro, no entro, entro, no entro, como si deshojara una margarita. No entré. Entretanto, me fumé una decena de Giubek, aplasté las colillas bajo la suela de los zapatos, monté de nuevo en la bicicleta y volví a mi casa, donde no había nadie esperándome y donde ya no esperaba a nadie.
Amor mío, perdóname si aún te llamo así como te llamaba entonces, después de todos estos años, pero no sé de verdad cómo llamarte. ¿Cómo se dirige uno a la mujer amada a la que se dijo adiós, hasta mañana, y a la que se abandonó sin dejarle ni tan siquiera una nota de explicación? Porque mi amor lo has seguido siendo tú durante toda mi vida, y también mi mujer, porque las raras mujeres que he tenido han sido encuentros furtivos para la satisfacción de la carne, y en cambio, todas las noches, cuando intentaba quedarme dormido, abrazando el aire junto a mí en mi cama solitaria, te decía amor mío, y el hecho de pensar en tenerte entre mis brazos siempre me ha parecido un raro privilegio. Recuerdo la primera noche de fuga, en Nápoles, en la pensioncilla que fue mi primer asilo, en la oscuridad canturreaba en voz muy baja Voce ‘e notte, como si al cantar en la oscuridad esa canción mi voz pudiera llegar hasta ti augurándote que encontraras un marido honesto, un hombre que te quisiera y que pudiera abrazarte por la noche y que en su abrazo tú pudieras olvidar todo el daño que yo te había hecho, y que fuera una buena persona, y carente de culpa, y un inocente, y no fuera víctima de nadie, porque entretanto, sintiéndome víctima, yo había dejado de ser inocente, y contigo me había vuelto el último de los culpables, y el más vil.