Sea como sea, mira…, lo demás me lo imaginé perfectamente, y de verdad no hacía ninguna falta que me lo contaras. A la semana siguiente Gianni te regaló un teléfono móvil (¡uno de los primeros!) y te dijo: cuando estés en apuros, llámame. Naturalmente, te dio instrucciones para llamarlo con las debidas cautelas, porque a alguien de su edad, casado desde hace más de treinta años en segundas nupcias, no le queda más remedio que tomar sus precauciones, y eso también es comprensible. Pero, total, todos sabemos que cuando uno dice que está fielmente casado, está hablando de monotonía, es más, digámoslo francamente: que su matrimonio es un desastre. Y además Gianni, no obstante la edad, sigue siendo un hombre atractivo. Y, sobre todo, sabe cortejar. Pero no con esa corte idiota que normalmente se entiende por cortejar: más bien con una auténtica atención afectuosa, de quien se preocupa de verdad, de quien quiere saber cómo está una mujer, qué tal ha pasado el día, si ha dormido. Y un buen día -eso también es comprensible y podías haberte ahorrado escribirlo- le invitaste a nuestra casa de la playa. Le llamaste con el móvil que te había regalado él y le dijiste: Giannino, gracias a ti y a tu apoyo, he conseguido llegar aquí a la casa entre los olivos, y me gustaría invitarte a cenar. Y él no dejó que se lo repitieras una segunda vez.
Sabes, en toda tu carta, que es tan sincera y que mereció mi más sincera comprensión, hay una cosa que no cuadra. Quizá te pueda parecer extraña, o un detalle insignificante, pero es cuando me dices que respondiste a una solicitud de afecto. O, mejor dicho, que respondiste a una solicitud de amor. A un amor se corresponde cuando se está enamorado, querida mía, y eso es lo que esperaba que me escribieras, con la gran lealtad que siempre ha caracterizado nuestra vida. Habrías podido (mejor dicho, debido) decirme: sabes, lo que ha ocurrido es que mientras tú no estabas, me he enamorado. Poco o mucho no tiene importancia, porque hay varias gradaciones en el amor, al igual que en la fiebre: puede ser un fiebrón o una fiebrecilla, pero en todo caso es una subida de temperatura. Y, en cambio, no, me presentas a tu Giannischicchio sin más, como si fuera un refresco. Como diciendo: sabes, tú no estabas y mientras tanto me he tomado un refresco. A propósito, he leído en un libro de antropología que en la costa cantábrica, lugar histórico de emigración y sobre todo con puertos en los que los hombres se embarcaban como marineros para permanecer alejados de casa durante mucho tiempo, en el pasado las mujeres que se quedaban sin su hombre, para no pasar un periodo triste y solitario, se buscaban un buen hombre que les hiciese compañía, y a esta figura se le llamaba precisamente así: un refresco. No es que vivieran juntos, ni que formaran una nueva familia, nada de eso, se veían sencillamente hasta que volvía el verdadero hombre de la viuda blanca. ¿Quién es ese tío que va de paseo con Fulanita?, se preguntaba la gente. ¿Ése?, es el «refresco» de la María o de la Joaquina. Era un hecho socialmente aceptado, y no escandalizaba a nadie. Ahora bien, no quiero negar que los dos o tres primeros meses Giannischicchio te pudiera servir de «refresco». Entre otras cosas, debe de saber refrescar muy bien: ha tenido dos mujeres y tres o cuatro novias, y quizá en toda su vida no haya pensado en otra cosa que en refrescar a señoras algo acaloradas. Pero me concederás que si uno vuelve después de siete meses a su casa y, en lugar de a su mujer, encuentra una carta que le está esperando sobre la cómoda, tiene derecho a pensar que no se trata simplemente de un refresco. En especial si en esa carta se le dice que. Bueno, escucha, es inútil que continúes con esta carta tuya, tan minuciosa y tan lógica, es inútil que me repitas por enésima vez: con lo bueno que eres no podrás dejar de comprender que yo tenía que llenar mi soledad, y que en el fondo lo he hecho por nosotros, porque el de Gianni es un amor imposible, dada su situación familiar y la edad que tiene: es una manera, en el fondo, de esperarte, porque, total, este absurdo amor no podrá ir muy lejos, me lo dicen hasta mis amigas, que han estado a mi lado en esta historia, aunque la Lore me haya dicho: pues claro que sí, mientras tanto disfruta de este amor, después ya se verá, es un hombre fascinante, y por si fuera poco es tan sólido en términos ideológicos. Con lo bueno que soy, como dirías tú, lo comprendí. Lo comprendí perfectamente. Comprendo que dos personas en vuestra situación puedan marcharse a las cataratas de Iguazú. Brasil es un país fascinante, lo conozco yo también, ya sabes que he trabajado en el Amazonas y en el nordeste, es un país virgen, inmenso, es lo ideal para empezar una nueva vida, y también para ver el mundo, sobre todo para una persona como tú, a quien el mundo se lo contaba yo porque se quedaba en casa. Y si un buen día a Gianni, precisamente a Gianni, que como técnico no ha trabajado en su vida, porque creía ser un gran poeta erótico, si precisamente a Gianni, decía, la Oficina Nacional para los Países en Vías de Desarrollo le ofrece la dirección de los trabajos de una gran obra de ingeniería en ese lejano país, ¿debías dejar que se marchara él también, ahora que por fin había alguien que te llevaba consigo no a lugares desérticos, entre gente exhausta y niños desnutridos, sino a una zona exuberante del planeta, en un hotel de primera categoría justo al lado de las obras, con un sueldo fabuloso para él, y te trataba como una princesa, lo que nunca te había sucedido en la vida? Y además, si Gianni te hubiera propuesto una situación mezquina, a ti, que siempre tuviste espíritu de gitana, si por ejemplo te hubiera dicho: escucha, querida, tengo una bonita casa en Venecia, que entre otras cosas es una ciudad muy romántica, donde podríamos vernos los fines de semana, podrían ser encuentros realmente afectuosos, mientras tanto puedes aprovechar para ir a ver a tu madre, tú te coges tu tren, sencillo, ¿verdad?, yo lo cojo desde Milán y prácticamente emplearemos el mismo tiempo, lo importante es que no se entere mi mujer, ya sabes, tiene incluso tres o cuatro años menos que tú, por ella me jugué mi anterior matrimonio, y a fin de cuentas la quiero, tengo nietos de mi primera mujer e hijos de ésta, comprenderás que a mi edad no me siento capaz de jugármela una tercera vez. Mira, si te hubiera dicho algo así, comprendería que le hubieras mandado a freír espárragos, conozco bien tu orgullo, sin duda le habrías dicho: Giannino, te coges el coche y te vas a la carretera del parque al anochecer, allí encontrarás la mujer que necesitas. Y en cambio él, con la situación en la que se encuentra, con la mujer tan guapa que tiene, que, entre nosotros, no te va a la zaga en absoluto, con su posición, se juega el todo por el todo gracias a un amour fou del que realmente nunca le hubiera creído capaz. ¿Qué podías hacer, más que seguirlo a Iguazú? Sabes lo que te digo, y perdóname la paradoja algo cómica, hasta yo me habría ido. Ah, ojalá hubiera habido un Giannischicchio en mi vida.
En cambio, encontré a Giovanna. Que también me quiere. Y yo a mi vez la quiero. Ingenua, es muy ingenua, no te lo niego, pero hay que considerar la edad que tiene, en el fondo, comparada contigo, es una cría, algo que tú y yo, querida mía, hace tiempo que hemos dejado de ser, y quiso un hijo de mí y lo consiguió, algo que nosotros dos jamás conseguimos. Naturalmente, no tiene tus virtudes, tus arranques, tu atrevimiento, ni sobre todo tu actitud bohemia. En su vida es fundamentalmente una filóloga, en el sentido de que somete a criba palabra por palabra, situación por situación. Date cuenta de que cuando llegó a nuestra casa, lo primero que dijo fue esto: aquí hace falta arreglar el parquet. No es una mujer complicada, su mundo se limita a eso, a los objetos hermosos que ahora tenemos, sin obsesiones por ser ni preocupaciones por conseguirlo, te aseguro que su mayor satisfacción fue arreglar el parquet. Pero por lo menos no se pone nerviosa, y si me voy algunos meses no me lloriquea, no se siente un pobre derrelicto, como les ocurre a algunas mujeres que no son capaces de pasar sin un hombre más de una semana.