Justo por casualidad he sabido que Gianni y tú habíais vuelto. La presa está terminada, y ya era hora de que volvierais, me lo ha dicho por casualidad el médico que se ocupa de Gianni, que como sabes es un buen amigo mío. A él también le gustaría trabajar como médico para las Naciones Unidas, porque es generoso y tiene un enorme espíritu, pero su mujercita le tiene las riendas bien cogidas, con la excusa de que ella no puede dejar su trabajo.
De modo que no te sorprendas si después de siete años te copio la carta que me dejaste encima de la cómoda, entre otras cosas, estoy convencido de hacerte un favor, porque sin duda no tuviste tiempo de sacar una copia, dada la prisa con la que me dejabas. Es verdad que el tiempo es largo, y que te parecerá raro recibir copiada una carta tuya de hace siete años, pero ya sabes, la vida está hecha así, de idas y venidas. Y yo he pensado: y, ahora ya, para qué me hace falta su carta, dado que sus idas y venidas han terminado, por lo menos las de Gianni. Sabes, ayer pasé por la consulta del doctor Baudino, ese querido amigo mío cuyo laboratorio se ocupa de enfermedades tropicales. Sabía que Gianni había vuelto con cierta preocupación por haber contraído una ameba o una enfermedad semejante, pero no es que eso me preocupara especialmente. Mi amigo no estaba, parece ser que se había ido a celebrar sus bodas de plata con la ameba, porque ya hace más de veinte años que se ocupa de enfermedades tropicales. Estaba su secretaria, que es una buena chica, aunque algo ingenua. Va y me dice: el doctor no está, hasta mañana no podrá verle. No importa, le digo, voy a sentarme un momento en su despacho, les echo un vistazo a sus papeles, que en el fondo son también los míos.
Los análisis de Gianni estaban bien a la vista. Es un sarcoma, querida mía, un sarcoma en la próstata. No sé si tú estás al corriente, quizá no, de que el sarcoma es una forma de cáncer de las más agresivas, se extiende inmediatamente, y creo, en efecto, que Gianni ya tiene metástasis. El amigo Baudino tendrá que decírtelo un día de éstos, porque es inútil que te engañe con la excusa de una enfermedad tropical, cuando se trata de algo bien distinto. Pero quizá, pobrecillo, quién sabe cuántos problemas y consideraciones humanas se planteará para comunicártelo, sabe que tú has sacrificado un matrimonio por Gianni, que por él te la has jugado, que por él te has inmolado, y que ya no eres una muchacha. Así pues, con lo bueno que soy, se me ha ocurrido avisarte yo, puesto que a pesar a todo sigo siendo amigo tuyo. Cuando se produce una metástasis total, los dolores son muy fuertes, verdaderamente muy fuertes, y Gianni se quejará como un perro. Y tú estarás aterrorizada, porque los aullidos de un enfermo así son de lo peor que puede oírse. Y en un país como el nuestro, donde las terapias paliativas no se toman en absoluto en consideración, harán que te sufra realmente como un animal, porque los médicos tienen miedo de enfrentarse con los rigores de la ley si recetan dosis de morfina superiores a las consentidas. En el caso de que esto suceda así, como creo que sucederá, puedes dirigirte tranquilamente a mí, yo tengo dos maletas de morfina, con las que viajo por el mundo, no tengo problema alguno en darte lo que te haga falta. En todo caso, dímelo antes de finales de diciembre, porque después Giovanna y yo tenemos planeado un largo viaje por México y probablemente no volvamos hasta bien entrada la primavera, recorreremos Yucatán entero, quién sabe, hasta es posible que lleguemos hasta Guatemala.
Libros nunca escritos, viajes nunca hechos
Allons! Whoever you are come travel with me!
Travelling with me you find what never tires. [15]
WALT WHITMAN, Leaves of Grass
Na véspera de não partir nunca
ao menos não há que arrumar malas. [16]
FERNANDO PESSOA,
Poemas de Álvaro de Campos
Amor mío:
¿Te acuerdas de cuando no fuimos a Samarcanda? Elegimos la mejor época del año, a principios del otoño, cuando los bosques y los matorrales de los alrededores de Samarcanda, allá donde declinan las colinas áridas y asoma la vegetación, se inflaman de hojas rojas y amarillo ocre, y el clima es dulce, decía nuestra guía, ¿te acuerdas de nuestra guía?, la habíamos comprado en una pequeña librería de la Île Saint-Louis, Ulysse, especializada en libros de viajes, casi todos usados y a menudo subrayados y anotados por las personas que habían hecho esos viajes dejando en las guías sus apuntes, por lo demás utilísimos, del tipo: «fonda recomendable», o bien «evitar esta carretera, peligrosa», o bien «en este mercado se venden alfombras finas a precios asequibles», o bien «atención, en este restaurante estafan en la cuenta».
A Samarcanda puede llegarse de varias maneras, decía la guía, y la más rápida es el avión, pero naturalmente es también la más trivial. Por ejemplo, se puede partir de París, de Roma o de Zurich y volar directamente a Moscú, pero hay que hacer noche allí, porque no existe conexión aérea para Uzbekistán que permita llegar por la noche. ¿Y nos convenía hacer noche en Moscú? Lo discutimos a fondo una noche en Luigi, aquel restaurante del callejón donde lo mejor era el pescado y donde había un amabilísimo camarero homosexual que nos atendía con exquisitez. Por mi parte, era una hipótesis que no me sentía capaz de excluir. Por qué no, decía, ¿te acuerdas?, piénsalo: la Plaza Roja de noche vista desde ese enorme hotel que Aeroflot pone a disposición de los turistas que deben hacer noche en Moscú, es otoño, en Moscú ya hace frío, la place rouge estará vacía como en la canción de Gilbert Bécaud, yo te llamaré Nathalie, bajaremos de un taxi que en la Unión Soviética parecer ser que son como limusinas para jefes de Estado, lo he leído en algún sitio, en el restaurante del hotel nos ofrecerán caviar de esturión del Volga, tal vez haya ya algo de niebla alrededor de los faroles como en las novelas de Pushkin, y será precioso, estoy seguro, incluso podríamos ir al Bolshói, adonde es obligatorio acudir si uno está en Moscú, y ver acaso el Lago de los cisnes.
Pero era la elección más trivial, por lo que la dejamos correr de común acuerdo. Era muy preferible el viaje por tierra, el tren, y por éste nos decidimos: Orient-Express y después o en Transiberiano o vía Teherán. El Orient-Express, ya se sabe, ejerce su fascinación incluso sobre los intelectuales más esnobs, que nosotros creíamos no ser pese a serlo quizá, y por eso nos dijimos: en tren, en tren. ¡Ah, el tren! ¿Sabes que cuando Georges Nagelmackers pensó en construir el trazado para su tren expreso de lujo tuvo que negociar con Francia, Baviera, Austria y Rumania, que se sentían todas amenazadas en su integridad territorial? La inauguración tuvo lugar en 1883 y el primer viaje fue minuciosamente descrito por Edmond About, aquel periodista que era también humorista y había escrito La nariz de un notario. Nagelmackers nunca lo habría conseguido sin el apoyo de Leopoldo II de Bélgica, que era también su socio. Y quizá te sorprenda saber que ya en aquella época ciertas locomotoras superaban la velocidad de ciento sesenta kilómetros por hora, eran Buddicoms británicas, con un sistema de frenos de aire comprimido. ¿Quieres saber el menú del cuatro de enero de 1898?, me he hecho con él. Prepárate porque no se trata de un tentempié: de entrada, ostras, sopa de tortuga o potage de la reine; después trucha asalmonada à la Chambord, solomillo de chevreuil à la duchesse, chochas, parfait de foie gras, trufas al champán, fruta y postre. Y después los wagon-lit, el traqueteo del viaje que de noche llegaba amortiguado por los cristales de la ventanilla, mientras el tren recorría países y los amaba sin tocarlos, así como Chardonne decía a sus amigos: «si vous aimez une femme, n’y touchez pas», y el wagon-lit, que nos permitía tocar un país con la punta de los dedos, como aquel poeta que deseaba tocar el gesto de la intérprete de arpa sin tocar su mano. Te recitaba de memoria poesías sobre trenes, y en un bistrot al lado de la Gare d’Austerlitz declamaba a Valery Larbaud: «¡Oh, Orient-Express, préstame tu vibrante voz de diapasón, la respiración leve y fácil de las esbeltas locomotoras que arrastran sin esfuerzo cuatro vagones amarillos con letras doradas en las soledades montañosas de Serbia y a través de una Bulgaria llena de rosas…»