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EMILY DICKINSON,

Cartas

Mi Mujer querida:

Quisiera realmente escribirte una carta, un día de éstos, una carta total, una carta verdadera y total, lo pienso y pienso cómo sería si te la escribiera: estaría escrita con palabras normales y corrientes, ya desgastadas por las muchas personas que las han dicho y casi ingenuas, si bien inflamadas por las pasiones de un tiempo. Y atravesando los oscuros estratos de lava y de arcilla que la vida ha ido sedimentando sobre todas las cosas, con ella te diría que yo sigo siendo yo, y que mantengo mis sueños, sólo que me despierto al alba y que a veces la mano me tiembla al sostener la pluma y el pincel. Y que también la casa es la misma: la vieja madera tiene el mismo olor y se deja roer por la carcoma, a través de la ventana del mirador entra en verano un haz de luz que dibuja en la pared de enfrente, como sombras chinescas, las hojas de la parra trepadora de la reja, y entonces es hermoso tumbarse en el sillón de mimbre, mientras fuera, en los campos de alrededor, reina la calma del mediodía y los grillos no callan un instante, y son sin duda los mismos grillos, es decir, diferentes e iguales a los de siempre. Y que a finales de febrero, la magnolia japonesa sigue floreciendo, incluso antes de que le salgan las hojas y parece un extraño tiesto de flores confitado en el aire, como eterno. Y con ella, algo más apartada en el jardín, está la mimosa que te gustaba tanto. Y también los niños van creciendo, exactamente como entonces. Caterina sigue todavía con la dieta, aunque con cierta reluctancia, pero estaba realmente demasiado regordeta, y, a sus años tiene ya conciencia de su propia dignidad, sigue siendo muy coqueta, como entonces, y de mayor va a ser una mujer fascinante. Nino, por el contrario, está delgado delgado y en el colegio no es que vaya muy bien, pero porque no se esfuerza, porque su inteligencia deja adivinar aquello en lo que se ha convertido. Y además te diría que las veladas son largas, larguísimas, casi infinitas, y lánguidas, pero que mi corazón reacciona como en otros tiempos, y a veces ante una música, un sonido, una voz que pasa por la calle empieza a palpitar como loco, parece un caballo al galope. Sin embargo, si la noche me despierta, como siempre, para calmar esos latidos me levanto y me voy al comedor, enciendo una vela amarilla, porque el amarillo es hermoso en la penumbra, y leo Dulce y clara es la noche, y sin viento, [28] y esas palabras me tranquilizan, aunque el viento fuera sacuda las ramas de los árboles y entonces me digo: lejos de su propia rama, pobre hoja frágil, ¿adonde vas tú? Me lo pregunto e intento volver a quedarme dormido y si no lo consigo reavivo las brasas de la chimenea para que brillen un poco más, y para quedarme dormido pienso que podría escribirte que no sabía que el tiempo no espera, de verdad que no lo sabía, nunca se piensa que el tiempo está hecho de gotas y basta con una gota de más para que el líquido se esparza por el suelo y se extienda la mancha y se pierda. Y te diría que amo, que sigo amando, aunque mis sentidos parezcan cansados, porque lo están, y ese tiempo que era tan rápido e impaciente, ahora se me hace larguísimo a ciertas horas de la sobremesa, sobre todo a medida que se va acercando el invierno, cuando el equinoccio se marcha y la tarde cae a traición y las luces que no te esperabas se encienden en el pueblo. Y te diría también que he preparado las palabras para mi lápida, no son muchas, porque entre la fecha de nacimiento y la que será la de mi muerte todos los días son míos, y he tenido la precaución de dejárselas al hombrecillo que se encarga de estos caritativos servicios, por oficio o por vocación. Y te hablaría además de aquella vez que te vi, mientras tú me enseñabas el paisaje, y que tu figurita que destacaba contra el horizonte me pareció lo más hermoso que el mundo había concebido, y me entraron ganas de interrumpir tu sabia descripción abrazándote con el calor de los sentidos que entonces estaban inflamados. Y además te hablaría de ciertas noches en las que hablábamos, de aquella casa en la playa, de ciertos momentos en Roma, del Anio, y de otros ríos que hemos contemplado juntos pensando en que discurrían solos, sin advertir que nosotros discurríamos con ellos. Y te diría también que te espero, aunque no se espere a quien no puede volver, porque para volver a ser, aquello que fue debería ser aquello que fue y eso es imposible. Pero te diría: mira, aquello que ha sido en todo este tiempo, que parece tan imposible de perforar como cuando el taladro se topa con un estrato de granito, pues bien, todo eso no es nada, no será en absoluto un obstáculo imposible de superar cuando leas la carta que un día te escribiré, ya verás, una carta en la que siempre he pensado, que me ha acompañado durante todo este tiempo, una carta que te debo y que te escribiré de verdad, puedes estar segura, te lo prometo.

Se está haciendo cada vez más tarde

El candil se está apagando

la alcuza no tiene aceite…

No te digo que te vayas

ni te digo que te quedes.

Cuarteta gitana de Andalucía

Avec le fil des jours pour unique voyage.

JACQUES BREL, Le plat pays

Estimados Señores:

A pesar de que ésta sea una circular, nuestra Agencia quisiera, en la medida de lo posible, personalizarla, no tanto en su deseo de una próxima relación con las personas de ustedes, que como comprenderán no resulta posible, cuanto en el respeto de esa forma de cordialidad y espíritu cívico que tan pertinente resulta en las relaciones que hasta ahora hemos mantenido entre nosotros.

Como todos ustedes saben, nuestra Agencia se enorgullece de una experiencia notablemente dilatada, en el curso de cuya actividad ha asistido a las más variadas vicisitudes, la mayor parte de las cuales a todos son ignotas, y algunas conocidas incluso a ustedes en virtud del eco, no raramente exagerado, que artistas de todos los tiempos han sabido dar de ellas.

Preocupaciones y molestias forman parte en todo caso de nuestra profesión; hasta diría que en ocasiones pueden constituir para nosotros motivo de distracción frente a la monotonía y la rutina que por lo general aguarda a nuestra Agencia. Supongo que todos ustedes han tenido ya experiencia con otras Agencias, incluso más sencillas que la nuestra, por ejemplo las que alquilan un vehículo de locomoción. Éstas prevén, por contrato, incidentes cubiertos por un seguro. Con todo, existen imprevistos que ninguna aseguradora en el mundo es capaz de cubrir por la sencilla razón de que lo imprevisto, de por sí, pertenece a lo imprevisible. Les pongo un ejemplo de lo más triviaclass="underline" una rueda que se pincha. El contrato prevé una asistencia adecuada y eficaz según las cláusulas del contrato. Pero no siempre el pinchazo de una rueda tiene lugar en circunstancias en las que puede intervenirse adecuadamente y con eficacia. Prueben los señores a imaginarse a un Cliente cualquiera que conduce su vehículo por un acantilado a pico sobre el mar. La carretera está llena de curvas, y la oscuridad acecha. El desafortunado Cliente se ha dado cuenta de que tiene una rueda pinchada precisamente en un maldito recodo, donde, si llegara un enorme jeep conducido por uno de esos jovenzuelos impacientes (lo que es posible que ocurra y es eso lo que él piensa), lo arrollaría en menos que canta un gallo. El Cliente, cuya angustia ha subido algunos grados, busca en el maletero posterior el redentor triángulo reflector que podría evitarle el choque fatal. Pero no lo encuentra. ¿Por qué? Porque algún técnico (así se llaman siempre en las agencias), al limpiar el vehículo para entregárselo al cliente sucesivo, se ha olvidado de colocar en su sitio el triángulo reflector. El Cliente, ya muy angustiado, a la escasa luz de la tarde que va cayendo, consigue leer no sin dificultad las instrucciones que debe seguir «en caso de necesidad» impresas en el folleto de la agencia que le ha alquilado el vehículo. Por suerte (eso cree él, el pobre) existe un número gratuito para las urgencias y, también por suerte, él dispone de un teléfono móvil, adquirido por consejo de su consorte en previsión de un viaje al extranjero. Él marca el número, pero éste, mecachis, siempre está comunicando. Hasta que… Ah, eso es, por fin, está libre…, pero por desgracia ahora no contesta nadie. Quizá a los Señores esta historia les parezca una tontería, pero puedo asegurarles que para el desgraciado Cliente de quien hablaba éste es un momento dramático de su vida. Siempre se acordará de esos terribles momentos en los que la noche estaba cayendo sobre un acantilado desconocido y su automóvil, con una rueda pinchada en un recodo, corría el riesgo de ser arrollado por un jeep conducido por jovenzuelos desconsiderados o, peor aún, pulverizado por un camión con un conductor al volante adormilado o tal vez borracho.

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[28] Verso inicial del poema «La noche del día de fiesta», de Leopardi. (N. del T.)