Hizo una pausa y miró por la sala, para establecer contacto visual con el máximo posible de huéspedes.
– ¿Cómo abrí yo la puerta? La felicidad para el resto de vuestras vidas depende de lo honradamente que respondáis esta pregunta.
Se detuvo, en apariencia exhausto, y anunció una pausa «para tomar café, té, el aire, ir al lavabo, etcétera». Cuando la gente se levantó de los sofás y sillones y fue saliendo, Mellery miró inquisitivamente a Gurney, que permaneció sentado.
– ¿Ha ayudado algo? preguntó.
– Ha sido impresionante.
– ¿En qué sentido?
– Eres un orador excepcional.
Mellery asintió, de un modo ni modesto ni inmodesto.
– ¿Has visto lo frágil que es todo esto?
– ¿Te refieres a la relación de comunicación que estableces con tus huéspedes?
– Supongo que «relación de comunicación» es una expresión tan buena como otra cualquiera, siempre y cuando te refieras a una combinación de confianza, identificación, conexión, apertura, fe, esperanza y amor; y siempre y cuando entiendas lo delicadas que son estas flores, sobre todo cuando empiezan a abrirse.
Gurney estaba pasándolo mal tomando una decisión sobre Mark Mellery. Si el tipo era un charlatán, era el mejor con el que se había encontrado.
Mellery levantó una mano y llamó a una mujer joven que estaba junto a la cafetera.
– Ah, Keira, ¿puedes hacerme un favor enorme y llamar a Justin?
– ¡Por supuesto! -dijo ella sin vacilar, hizo una pirueta y partió en su búsqueda.
– ¿Quién es Justin? -preguntó Gurney.
– Un joven sin el que cada vez soy más incapaz de estar. En un principio llegó aquí como huésped cuando tenía veintiún años, es el más joven que admitimos. Volvió tres veces, y la tercera vez ya no se fue.
– ¿Qué hace?
– Supongo que podrías decir que hace lo mismo que yo.
Gurney miró a Mellery con expresión socarrona.
– Justin, desde su primera visita aquí, estaba en la longitud de onda correcta, siempre entendía lo que se estaba diciendo, los matices, todo. Es un joven perspicaz, contribuye de manera asombrosa en todo lo que hacemos. El mensaje del instituto estaba hecho para él, y él estaba hecho para el mensaje. Tiene futuro con nosotros, si quiere.
– Mark Jr. -dijo Gurney, más para sí mismo que otra cosa.
– ¿Disculpa?
– Suena al hijo ideal. Absorbe y aprecia todo lo que ofreces.
Un joven de aspecto delgado e inteligente entró en la sala y se dirigió hacia ellos.
– Justin, quiero presentarte a un viejo amigo, Da ve Gurney.
El joven extendió la mano con una combinación de afectuosidad y timidez.
Después de estrecharse las manos, Mellery llevó a Justin a un lado y habló con él en voz baja.
– Quiero que te ocupes del siguiente tramo de media hora, dales varios ejemplos de dicotomías internas.
– Encantado -dijo el joven.
Gurney esperó hasta que Justin fue al aparador a buscar café, y luego le dijo a Mellery.
– Si tienes tiempo, hay una llamada que me gustaría que hagas antes de que me vaya.
– Volvamos a la casa.
Estaba claro que Mellery quería poner distancia entre sus huéspedes y cualquier cosa que pudiera estar relacionada con sus dificultades presentes.
Por el camino, Gurney le dijo que quería que llamara a Gregory Dermott y le pidiera más detalles sobre la historia y seguridad de su apartado postal, así como sobre cualquier recuerdo adicional que pudiera tener en relación con el cheque de 289,87 dólares, extendido a nombre de X. Arybdis, que había devuelto. En concreto, ¿había alguien más en la empresa de Dermott autorizado a abrir el correo? ¿La llave estaba siempre en su posesión? ¿Había una segunda llave? ¿Cuánto tiempo llevaba alquilando ese apartado? ¿Alguna vez había recibido un cheque por error? ¿Los nombres de Arybdis o Charybdis, o de Mark Mellery, tenían algún significado para él? ¿Alguien le había dicho alguna vez algo sobre el Instituto de Renovación Espiritual?
Al ver que Mellery estaba empezando a parecer sobrecargado, Gurney sacó una ficha del bolsillo y se la entregó.
– Las preguntas están todas aquí. Puede que el señor Dermott no tenga ganas de responderlas, pero merece la pena intentarlo.
Mientras caminaban, entre lechos de flores marchitas, Mellery parecía hundirse cada vez más en sus preocupaciones. Cuando alcanzaron el patio que había detrás de la casa elegante, se detuvo y habló en el tono bajo de quien teme que lo escuchen.
– No dormí nada anoche. Esa cuestión del «diecinueve» ha estado volviéndome completamente loco.
– ¿No se te ha ocurrido ninguna relación? ¿Ningún posible significado?
– Nada. Tonterías. Un terapeuta me dio una vez un cuestionario de veinte preguntas para descubrir si tenía problemas con la bebida y puntué diecinueve. Mi primera mujer tenía diecinueve años cuando nos casamos. Cosas así: asociaciones aleatorias, nada que nadie pudiera predecir qué pensaría, por muy bien que me conociera.
– Sin embargo, alguien lo hizo.
– ¡Eso es lo que me está volviendo loco! Mira los hechos. Dejan un sobre cerrado para mí en mi buzón. Recibo una llamada telefónica en la que se me dice que está ahí y que piense en el número que quiera. Pienso en el diecinueve. Voy al buzón a coger el sobre y la carta del sobre menciona el número diecinueve. Exactamente el número en el que he pensado. Podía haber sido el 71.951. Pero pensé en el diecinueve, y ése era el número que salía en la carta. Dices que las experiencias extrasensoriales son una chorrada, pero ¿cómo puedes explicarlo de otro modo?
Gurney replicó en un tono tan calmado como agitado era el de Mellery.
– Se nos escapa algo. Estamos mirando el problema de un modo que nos está haciendo formular la pregunta equivocada.
– ¿Cuál es la pregunta correcta?
– Cuando lo descubra, serás el primero en saberlo. Pero te garantizo que no tendrá nada que ver con las experiencias extrasensoriales.
Mellery negó con la cabeza; el gesto recordaba más un temblor que una forma de expresión. Luego miró atrás, a su casa y al patio en el que estaba. Su mirada inexpresiva decía que no estaba seguro de cómo habían llegado allí.
– ¿Podemos entrar? -sugirió Gurney.
Mellery volvió a concentrarse y dio la sensación de que recordaba algo.
– Se me había olvidado (lo siento) que Caddy está en casa esta tarde. No puedo… O sea, sería mejor que…, lo que quiero decir es que no podré hacer ahora mismo la llamada a Dermott. Tendré que hacerla sobre la marcha.
– Pero ¿la harás hoy?
– Sí, sí, por supuesto. Sólo he de buscar el momento adecuado. Te llamaré en cuanto hable con él.
Gurney asintió, mirando en los ojos de su antiguo compañero, viendo en ellos el temor que provoca una vida que se derrumba.
– Una pregunta antes de irme. He oído que le pedías a Justin que hablara de dicotomías internas y me estaba preguntando a qué te referías.
– No te has perdido gran cosa -dijo Mellery torciendo un poco el gesto-. Dicotomía se refiere a una división, una dualidad con algo. Lo uso para describir los conflictos internos.
– ¿Como el doctor Jekill y Mr. Hyde?
– Sí, pero va más allá. Los seres humanos estamos cargados de conflictos internos. Forman nuestras relaciones, crean nuestras frustraciones, arruinan nuestras vidas.
– Dame un ejemplo.
– Puedo darte un centenar. El conflicto más simple es el conflicto entre la forma en que nos vemos nosotros mismos y la forma en que nos ven los demás. Por ejemplo, si estamos discutiendo y tú me gritas, vería la causa en tu incapacidad de controlar tu temperamento. En cambio, si yo te grito a ti, no veré la causa en mi temperamento, sino en tu provocación, algo en ti frente a lo cual mi grito es una respuesta apropiada.
– Interesante.
– Parece que tendemos a creer que mi situación causa mis problemas y, en cambio, es tu personalidad la que causa los tuyos. Esto crea problemas. Mi deseo de tenerlo todo a mi manera parece tener sentido, mientras que tu deseo de tenerlo todo a tu manera parece infantil. Un mejor día sería uno en el que yo me sienta bien y tú te comportes mejor. La forma en que veo las cosas es la forma en que son. La forma en que las ves tú está sesgada por tus planes.