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– ¿Detective Gurney?

– Retirado -dijo Gurney, como si añadiera una nota al pie.

– ¿Sí? -dijo Tom Cruise sin interés-. Ha de estar bien. Sígame. Cuando siguió a su guía por el camino que rodeaba el edificio principal y se dirigía hacia la residencia que había detrás de éste, le sorprendió la diferencia que una nevada de diez centímetros había causado en la apariencia del lugar. Había creado un lienzo simplificado y había eliminado detalles superfluos. Caminar por el minimalismo del paisaje blanco era como pisar un planeta recién creado; una idea en absurda discordancia con la realidad enrevesada que tenía ante sí. Rodearon la vieja casa georgiana donde Mellery había vivido y se detuvieron de golpe al borde del patio cubierto de nieve donde había perdido la vida.

El lugar de su muerte era obvio. La nieve aún conservaba la impresión de un cuerpo, y en torno a la zona de la cabeza y los hombros de esa importa se extendía una enorme mancha de sangre. Gurney había visto antes ese asombroso contraste rojo y blanco. El recuerdo indeleble correspondía a la mañana de Navidad de su primer año en el cuerpo. Un policía alcohólico al que su mujer le había cerrado la puerta de su casa se suicidó disparándose en el corazón, sentado sobre un montón de nieve.

Gurney eliminó de su mente la vieja imagen y centró su aguzada mirada profesional en la escena que tenía ante sí.

Un especialista en huellas se había arrodillado junto a una fila de pisadas en la nieve, al lado de la mancha de sangre principal, y estaba rociándolas con algo. Desde su posición, Gurney no veía la etiqueta de la lata, pero suponía que era cera para huellas de nieve, un producto químico que se utilizaba para estabilizar las huellas en la nieve lo suficiente para la aplicación posterior de un compuesto para moldes dentales. Las huellas en la nieve eran extremadamente frágiles, pero cuando se trataban con cuidado proporcionaban un nivel de detalle extraordinario. Aunque había sido testigo del proceso con cierta frecuencia, no pudo menos que admirar la mano firme y la intensa concentración del especialista.

Habían colocado cinta policial amarilla en un polígono irregular en torno a la mayor parte del patio, incluida la puerta trasera de la casa. Habían establecido pasillos de la misma cinta amarilla a ambos lados del patio: para incluir y preservar las rutas de llegada y partida de un conjunto distinto de pisadas procedentes de la dirección del enorme granero situado al lado de la casa, que llegaban a la zona de la mancha de sangre y luego se alejaban del patio, por encima del césped cubierto con un manto de nieve, hacia el bosque.

La puerta trasera de la casa estaba abierta. Un miembro del equipo de la Escena del Crimen estaba en el umbral. Parecía estudiar el patio desde la perspectiva de la casa. Gurney sabía exactamente lo que el hombre estaba haciendo. Cuando estabas en la escena del crimen, tendías a pasar mucho tiempo sólo en captar una sensación, muchas veces intentando verla como podría haberla visto la víctima en sus momentos finales. Había reglas claras y bien entendidas para localizar y recoger indicios sangre, armas, huellas dactilares, huellas de pisadas, cabello, fibras, desconchaduras de pintura, sustancias minerales o vegetales fuera de lugar, etcétera, pero también había un problema de enfoque fundamental. Por decirlo de un modo sencillo, tenías que permanecer con la mente abierta respecto a lo que había ocurrido, dónde había ocurrido exactamente y cómo había ocurrido, porque si saltabas a conclusiones demasiado apresuradas, era fácil perderse indicios que no encajaban en tu visión del escenario. Al mismo tiempo, debías empezar a desarrollar al menos una hipótesis amplia para guiar tu búsqueda de pruebas. Uno podía cometer dolorosos errores por convencerse demasiado deprisa de cómo era el escenario de un crimen, pero también podía perderse mucho tiempo y recursos de personal peinando con un cepillo fino varios kilómetros cuadrados buscando Dios sabe qué.

Lo que hacían los buenos detectives lo que Gurney estaba seguro que estaba haciendo el detective del umbral era una especie de inconsciente ir adelante y atrás entre una perspectiva inductiva y otra deductiva. ¿Qué veo aquí y qué secuencia de hechos sugieren estos datos? Y, si ese escenario es válido, ¿qué pruebas adicionales debería buscar y dónde debería buscarlas?

La clave del proceso, según Gurney se había convencido después de mucho ensayo y error, estaba en mantener el justo equilibrio entre observación e intuición. El mayor peligro era el ego. Un detective supervisor que se queda indeciso sobre la posible explicación de los datos de una escena del crimen podría desperdiciar tiempo al no concentrar los esfuerzos del equipo en una dirección concreta lo bastante pronto, pero el tipo que sabe, el que a primera vista anuncia con agresividad lo que ha ocurrido exactamente en una habitación salpicada de sangre y pone a todo el mundo a probar que tiene razón, puede terminar causando problemas muy graves, entre los que la pérdida de tiempo sería el menos importante.

Gurney se preguntó qué enfoque prevalecería en ese momento.

Fuera de la barrera de cinta amarilla, en el lado más alejado de la mancha de sangre, Jack Hardwick estaba dando instrucciones a dos hombres jóvenes de aspecto demasiado serio: uno de ellos era el aspirante a Tom Cruise que acababa de conducirlo hasta allí, y el otro parecía su hermano gemelo. En los nueves años transcurridos desde que habían trabajado juntos en el infame caso Piggert, la edad de Hardwick parecía haberse duplicado. El rostro era más rojo y más gordo; el cabello, más escaso; y la voz había desarrollado esa clase de aspereza que es consecuencia del tabaco y del tequila.

– Hay veinte huéspedes -estaba diciendo a los dobles de los personajes de Top Gun-. Cada uno de vosotros se ocupa de nueve de ellos. Declaraciones preliminares, nombres, direcciones, números de teléfono. Verificad datos. Dejadme a Patty Cakes y al quiropráctico. También hablaré con la viuda. A las cuatro de la tarde me ponéis al día.

Intercambiaron más comentarios entre ellos en voz demasiado baja para que Gurney les oyera, puntuados por la risa crispante de Hardwick. El joven que lo había escoltado desde la puerta delantera hizo un último comentario, ladeando la cabeza significativamente en dirección a Gurney. Acto seguido, el dúo partió hacia el edificio principal.

Cuando se perdieron de vista, Hardwick se volvió y ofreció a Gurney un saludo a medio camino entre una sonrisa y una mueca. Sus extraños ojos azules, que habían sido brillantemente escépticos, parecían cargados de un cinismo cansado.

– Que me aspen si no es el profesor Dave -dijo con voz áspera, rodeando la zona encintada en dirección a Gurney.

– Sólo un humilde instructor -le corrigió Gurney, que se preguntó qué más habría tratado de averiguar Hardwick sobre su puesto de profesor de Criminología en la universidad estatal, que ocupaba después de dejar el Departamento de Policía de Nueva York.

– Ahórrate la humildad. Eres una estrella, amigo, y lo sabes.

Se estrecharon las manos sin demasiado afecto. A Gurney le sorprendió que la actitud bromista del viejo Hardwick se hubiera retorcido hasta convertirse en algo tóxico.

– No hay muchas dudas sobre el lugar de la muerte -comentó Gurney, que señaló con la cabeza hacia la mancha de sangre.

Estaba ansioso por ir al grano, informar a Hardwick de lo que sabía y largarse de allí.

– Hay dudas sobre todo -proclamó Hardwick-. Muerte y duda son las dos únicas certezas de la vida.

Al no obtener respuesta de Gurney, continuó:

– Te garantizo que habrá menos dudas sobre el lugar de la muerte que acerca de otras cosas. Maldito lunático. La gente de aquí habla de la víctima como si fuera del Deepdick Chopup en la tele.

– ¿Te refieres a Deepak Chopra?

– Sí, Dipcock o lo que sea. Dios, ¡dame un respiro!

A pesar de aquella incómoda reacción, que estaba ganando terreno en su interior, Gurney no dijo nada.