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– Gran idea -dijo Kline, sin retirar la mirada de Thrasher.

El forense empezó a hablar como si desde el primer momento su intención hubiera sido presentar su exposición en el momento de su llegada.

– Recibirán el espantoso informe escrito dentro de una semana, caballeros. Hoy les voy a dar el esqueleto.

Si aquello pretendía ser un chiste, caviló Gurney, pasó sin ser apreciado. Quizá lo repetía con tanta frecuencia que el público se había vuelto sordo.

– Un homicidio interesante -continuó Thrasher, estirándose hacia su vaso de café.

Tomó un largo y reflexivo sorbo y volvió a dejar el vaso en la mesa. Gurney sonrió. Esa cigüeña arrugada de cuello largo tenía gusto por la sincronía y el drama.

– Las cosas no son exactamente como parecían al principio continuó el forense.

Hizo una pausa hasta que la sala estuvo al borde de explotar de impaciencia.

– El examen inicial del cadáver in situ inducía a la hipótesis de que la causa de la muerte había sido el seccionamiento de la arteria carótida por múltiples cortes y heridas de punción, infligidos con una botella rota, descubierta posteriormente en la escena. Sin embargo, los resultados iniciales de la autopsia indican que la causa de la muerte fue el corte de la arteria carótida por una sola bala disparada casi a quemarropa en el cuello de la víctima. Las heridas de la botella rota fueron posteriores al disparo y se infligieron después de que la víctima hubiera caído al suelo. Hubo un mínimo de catorce heridas de punción, quizás hasta veinte, varias de las cuales dejaron astillas de vidrio en el tejido del cuello. Cuatro de ellas atravesaron por completo los músculos y la tráquea, y aparecieron por la parte posterior del cuello.

Hubo un silencio en la mesa, acompañado de varias miradas intrigadas y de desconcierto. Rodríguez juntó las yemas de los dedos en forma de campana. Fue el primero en hablar.

– ¿Un disparo?

– Un disparo -dijo Thrasher, con el alivio de un hombre que amaba descubrir lo imprevisible.

Rodríguez miró acusadoramente a Hardwick.

– ¿Cómo es que ninguno de tus testigos oyó el disparo? Me has dicho que había al menos veinte huéspedes en la propiedad. Además, ¿cómo es que no lo oyó la mujer?

– Lo oyó.

– ¿Qué? ¿Desde cuándo lo sabes? ¿Por qué no me lo habías dicho?

– Ella lo oyó, pero no sabía que lo había oído -dijo Hardwick-. Dijo que oyó algo como una bofetada ahogada. En ese momento no sabía qué había oído realmente, y a mí tampoco se me ocurrió hasta este preciso instante.

– ¿Ahogada? -dijo Rodríguez con incredulidad-. ¿Me estás diciendo que usó un silenciador?

El nivel de atención de Sheridan Kline subió un peldaño.

– ¡Eso lo explica! -gritó Thrasher.

– ¿Qué explica? -preguntaron al unísono Rodríguez y Hardwick.

Los ojos de Thrasher brillaron de triunfo.

– Los rastros de plumas de ganso en la herida.

– Y en las muestras de sangre de la zona que rodeaba el cadáver-. La voz de la pelirroja era tan poco específica en cuanto a su sexo como su traje.

Thrasher asintió.

– Por supuesto, también estaría allí.

– Todo esto es muy sugerente -dijo Kline-. ¿Alguno de los que entienden lo que se ha dicho puede tomarse un momento para explicármelo?

– Plumas -atronó Thrasher, como si Kline fuera duro de oído.

La expresión de profunda perplejidad de Kline empezó a petrificarse.

Hardwick habló como si acabara de comprender la verdad.

– El amortiguamiento de los disparos combinado con la presencia de plumas sugiere que el efecto silenciador podría haberse producido envolviendo la pistola en alguna clase de material acolchado, tal vez una chaqueta de esquí o una parka.

– ¿Estás diciendo que un arma puede silenciarse sólo metiéndola dentro de una chaqueta de esquí?

– No exactamente. Lo que estoy diciendo es que si empuño la pistola en una mano y la envuelvo una y otra vez (sobre todo en torno al cañón) con un material acolchado lo bastante grueso, es posible que alguien diga que el disparo suena como un bofetón, si lo escucha desde el interior de una casa bien aislada con las ventanas cerradas.

La explicación pareció satisfacer a todo el mundo menos a Rodríguez.

– Quiero ver los resultados de algunos test antes de creerme eso.

– ¿No crees que fuera un silenciador real? Kline sonó decepcionado.

– Podría haberlo sido dijo Thrasher. Pero entonces tendríamos que explicar todas esas partículas microscópicas de alguna otra forma.

– Así pues -dijo Kline-, el asesino dispara a la víctima a bocajarro.

– No a bocajarro -lo interrumpió Thrasher-. A bocajarro implica contacto entre el cañón y la víctima, y no hay indicios de eso.

– Entonces, ¿desde qué distancia?

– Es difícil decirlo. Había unas cuantas quemaduras de pólvora de punto único en el cuello, que situarían el arma a un metro y medio, pero las quemaduras no eran lo bastante numerosas para formar un patrón. La pistola podría haber estado incluso más cerca, con las quemaduras de pólvora minimizadas por el material que envolvía el cañón.

– Creo que no se ha recuperado ninguna bala-. Rodríguez dirigió su crítica a un punto en el aire situado entre Thrasher y Hardwick.

La mandíbula de Gurney se tensó. Había trabajado para hombres como Rodríguez, hombres que confundían su obsesión por el control con liderazgo y su negatividad con tenacidad.

Thrasher respondió primero.

– La bala no dio en las vértebras. En el tejido del cuello en sí no hay mucho que pueda frenarla. Tenemos un orificio de entrada y otro de salida; ninguno de los cuales fue fácil de encontrar, por cierto, con todas las heridas infligidas después.

Si estaba esperando cumplidos, pensó Gurney, no era el lugar adecuado. Rodríguez pasó su mirada inquisitiva a Hardwick, cuyo tono se situó de nuevo al borde de la insubordinación.

– No buscamos una bala. No teníamos razones para pensar que hubiera una bala.

– Bueno, ahora las tienes.

– Excelente observación, señor -dijo Hardwick con un atisbo de burla.

Sacó su teléfono móvil, marcó un número y se alejó de la mesa. A pesar de su voz baja, estaba claro que estaba hablando con un agente de la Escena del Crimen y solicitando que, de un modo prioritario, buscaran la bala. Cuando regresó a la mesa, Kline preguntó si había alguna posibilidad de recuperar una bala disparada en el exterior.

– Normalmente no -dijo Hardwick-, pero en este caso hay posibilidades. Considerando la posición del cadáver, probablemente le dispararon con su espalda dando a la casa. Si no se desvió mucho, podremos encontrarla en el lateral de madera.

Kline asintió lentamente.

– Pues muy bien, como empezaba a decir hace un minuto, sólo para que me quede claro: el asesino dispara a la víctima desde una corta distancia, ésta cae al suelo, con la arteria carótida seccionada; le brota sangre del cuello. Entonces el asesino saca una botella rota, se agacha junto al cadáver y lo apuñala con ella catorce veces. ¿Es ésa la imagen? preguntó con incredulidad.

– Al menos catorce veces -dijo Thrasher-, probablemente más. Cuando se solapan los cortes resulta difícil contarlos.

– Lo entiendo, pero a lo que voy es a por qué.

– ¿El móvil? -dijo Thrasher, como si el concepto fuera en el mismo par científico que la interpretación de los sueños-. No es mi área. Pregúnteles a mis amigos del DIC.

Kline se volvió hacia Hardwick.

– Una botella rota es un arma de conveniencia, un arma del momento, un sustituto de barra de bar de un cuchillo o una pistola. ¿Por qué un hombre que ya tenía una pistola cargada sintió la necesidad de usar una botella rota, y por qué la usó después de que ya había matado a su víctima con la pistola?