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– ¿Por qué? -preguntó Kline, moviéndose hacia delante en su silla.

– No sé por qué. Es sólo una posibilidad. Pero es más probable, dado el contenido de las notas que precedieron a la agresión y las molestias que se tomó llevando la botella rota, que el apuñalamiento tenga algún significado ritual.

– ¿Satánico? -La expresión de terror convencional de Kline apenas ocultaba su apetito por el potencial mediático de semejante móvil.

– Lo dudo. Por locas que parezcan las notas, no me suenan tan locas en ese sentido particular. No, me refiero a «ritual» en el sentido de que cometer el asesinato de un modo específico era importante para él.

– ¿Una fantasía de venganza?

– Podría ser -dijo Gurney. No sería el primer asesino en pasar meses o años imaginando cómo sería saldar cuentas con alguien.

Kline parecía preocupado.

– Si la parte clave del ataque era el apuñalamiento, ¿por qué molestarse con la pistola?

– Incapacitación instantánea. Quería asegurarse, y una pistola es una forma más segura que una botella rota para incapacitar a la víctima. Después de toda la planificación que acompañaba este asunto, no quería que algo saliera mal.

Kline asintió, luego saltó a otra pieza del rompecabezas.

– Rodríguez insiste en que el asesino es uno de los huéspedes.

Gurney sonrió.

– ¿Cuál?

– No está preparado para decirlo, pero apostaría su dinero en ello. ¿No está de acuerdo?

La idea no es completamente absurda. Los huéspedes se alojan en los terrenos del instituto, lo cual los pone a todos, si no en la escena, al menos convenientemente cerca de ella. Son, sin lugar a dudas, un grupo extraño: drogadictos, emocionalmente erráticos, al menos uno con relaciones con la mafia.

– Pero…

– Hay problemas prácticos.

– ¿Cómo cuáles?

– Huellas de pisadas y coartadas, para empezar. Todos coinciden en que la nevada empezó alrededor del anochecer y continuó hasta la medianoche. Las huellas de las pisadas del asesino entraron en la propiedad desde la calle después de que la nevada hubiera cesado por completo.

– ¿Cómo puede estar seguro de eso?

– Las huellas están en la nieve, pero no hay nieve nueva en las huellas. Para que uno de los huéspedes hubiera dejado esas huellas, tendría que haber salido del edificio principal antes de que cayera la nevada, porque no hay huellas en la nieve que se alejen de la casa.

– En otras palabras…

– En otras palabras, habrían echado en falta a alguien ausente desde el anochecer a la medianoche. Pero eso no ocurrió.

– ¿Cómo lo sabe?

– Oficialmente no lo sé. Digamos que oí un rumor de Jack Hardwick. Según los resúmenes de los interrogatorios, cada individuo es visto por al menos otros seis individuos en distintos momentos de la tarde. Así que, a menos que todos estén mintiendo, nadie se ausentó.

Kline parecía reticente a dejar de lado la posibilidad de que todos estuvieran mintiendo.

– Quizás alguien de la casa contó con ayuda dijo.

– ¿Quiere decir que alguien de la casa contrató a un sicario?

– Algo así.

– Si fuera así, ¿para qué estar allí?

– No le sigo.

– La única razón de que los huéspedes sean sospechosos en cualquier grado es su proximidad física al asesinato. Si alguien contrató a un sicario para que cometiera el crimen, ¿por qué ponerse tan cerca para empezar?

– ¿Excitación?

– Supongo que es concebible -dijo Gurney con una obvia falta de entusiasmo.

– Muy bien, olvidémonos de los huéspedes por el momento -dijo Kline-. ¿Qué tal un golpe mañoso preparado por alguien que no fuera uno de los huéspedes?

– ¿Es la segunda teoría de Rodríguez?

– Cree que es una posibilidad. Por su expresión, intuyo que no comparte esta opinión.

– No le veo la lógica. No creo que se le hubiera ocurrido?siquiera si Patty Cakes no fuera uno de los huéspedes. Primero, ahora mismo no se sabe nada de Mark Mellery que pudiera convertirlo en el objetivo de la mafia

– Espere un momento. Supongamos que el gurú persuasivo consiguiera que uno de sus huéspedes (alguien como Patty Cakes) le confesara algo, ya sabe, en pro de la armonía interior o de la paz espiritual o del rollo que Mellery le estuviera vendiendo a esta gente.

– ¿Y?

– Y quizá después, cuando llega a casa, el tipo se pone a pensar que a lo mejor ha sido un poco impulsivo con tanta honradez y franqueza. La armonía con el universo puede ser algo fantástico, pero quizá no merezca el riesgo de que alguien posea información que podría causarte graves problemas. Quizá cuando está lejos del encanto del gurú, el tipo vuelve a pensar de un modo más pragmático. Tal vez contrata a alguien para eliminar el riesgo que le preocupa.

– Es una hipótesis interesante.

– Pero…

– Pero no hay ningún sicario en el mundo que se moleste con la clase de enigmas que tenemos en este asesinato. Los hombres que matan por dinero no se molestan en colgar las botas en las ramas de árboles ni dejan poemas en los cadáveres.

Kline dio la impresión de que podría rebatir tal opinión, pero se detuvo cuando alguien abrió la puerta tras una somera llamada. La elegante criatura de la recepción entró con una bandeja lacada en la cual había dos tazas de porcelana con sus correspondientes platitos, una elegante cafetera, un delicado azucarero, una jarrita de leche y un plato Wedgwood con cuatro galletas. Puso la bandeja en la mesita de café.

– Ha llamado Rodríguez -dijo la mujer, mirando a Kline. Luego, como si respondiera a una pregunta telepática, añadio-: Está en camino, ha dicho que llegaría dentro de cinco minutos.

Kline miró a Gurney como si estuviera tratando de interpretar su reacción.

– Rod me ha llamado antes -explicó-. Parecía ansioso por manifestar algunas opiniones sobre el caso. Le sugerí que se pasara mientras usted seguía aquí. Quiero que todo el mundo sepa lo mismo al mismo tiempo. Cuanto más sepamos, mejor. Sin secretos.

– Buena idea -dijo Gurney, sospechando que Kline quería tenerlos allí al mismo tiempo por una razón que nada tenía que ver con la franqueza, más bien por su afición a controlarlo todo mediante el conflicto y la confrontación.

La asistente de Kline salió del despacho, pero no antes de que Gurney captara la sonrisa de Mona Lisa en su rostro, que confirmaba lo que había pensado.

Kline sirvió sendos cafés. La porcelana parecía antigua y cara; sin embargo, él la manejaba sin ningún orgullo ni preocupación, lo cual reforzaba en Gurney la impresión de que el maravilloso fiscal del distrito era de buena cuna y de que las fuerzas del orden constituían un paso hacia algo más consecuente con su origen patricio. ¿Qué era lo que Hardwick le había susurrado en la reunión del día anterior? Algo sobre un deseo de ser gobernador. Quizás el viejo y cínico Hardwick tuviera razón otra vez. O puede que Gurney estuviera viendo demasiadas cosas sólo en la manera en que un hombre sostenía una taza.

– Por cierto -dijo Kline, apoyándose en la silla-, que la bala en la pared, la que pensaban que era una trescientos cincuenta y siete, no lo era. Era sólo una hipótesis basada en el tamaño del agujero en la pared. Balística dice que es una treinta y ocho especial.

– Es raro.

– Muy común, en realidad. El arma estándar en la mayoría de departamentos de Policía hasta los años ochenta.

– Calibre común, pero elección rara.

– No le sigo.

– El asesino se tomó muchas molestias para amortiguar el sonido del disparo, para hacerlo lo más silencioso posible. Si el ruido era una preocupación, una treinta y ocho especial era una elección de arma rara. Una veintidós habría tenido mucho más sentido.

– Quizás es la única arma que tenía.

– Quizá.

– Pero ¿no lo cree?

– Es un perfeccionista. Tuvo que asegurarse bien de que contaba con la pistola adecuada.