– ¿Eso le parece? -El tono de Nardo estaba lleno de hostilidad sin un objetivo claro.
– Si quiere -dijo Gurney-puede ponerme al corriente de lo que ha descubierto aquí.
– ¿Lo que he descubierto aquí? He descubierto que el policía que envié a esta casa a petición suya está muerto. Gary Sissek. A dos meses de la jubilación. He descubierto que su cabeza estaba casi cortada por una botella de whisky rota. He descubierto un par de botas al lado de una puta silla plegable detrás del seto. Hizo un ademán un poco exagerado hacia la parte de atrás. Dermott nunca había visto la silla antes. Su vecino tampoco la había visto nunca. Entonces, ¿de dónde coño ha salido? ¿Este loco de atar se ha traído una silla plegable?
Gurney asintió.
– De hecho, la respuesta es que es muy probable que sí. Parece formar parte de un único modus operandi. Como la botella de whisky. ¿Por casualidad era Four Roses?
Nardo lo miró, inexpresivo al principio, como si hubiera un ligero retraso en la transmisión de la cinta.
– Joder -dijo-, será mejor que entre.
La puerta daba a un amplio pasillo vacío. Sin muebles, sin alfombras, sin imágenes en las paredes, sólo un extintor y un par de alarmas de incendio. Al final del pasillo estaba la puerta trasera, detrás de la cual, supuso Gurney, se hallaba el porche donde Gregory Dermott había descubierto esa mañana el cadáver del policía. Voces solapadas sugerían que el equipo que estaba registrando la escena del crimen todavía estaba ocupado, en el patio de atrás.
– ¿Dónde está Dermott? -preguntó Gurney.
Nardo levantó el pulgar hacia el techo.
– En la habitación. Tiene migrañas, y éstas le dan náuseas. No está de muy buen humor que digamos. Bastante mal estaba antes de la llamada telefónica que le decía que era el siguiente, pero entonces… ¡Jesús!
Gurney tenía preguntas, a montones, pero parecía mejor dejar que Nardo marcara el ritmo. Miró a su alrededor y observó lo que se veía del piso de abajo. Al otro lado del umbral que tenía a su derecha había una gran habitación con paredes blancas y suelo de madera. Vio media docena de ordenadores colocados uno al lado del otro en una larga mesa en el centro de la sala. Teléfonos, faxes, impresoras, escáneres, discos duros auxiliares y otros periféricos cubrían otra larga mesa situada contra la pared del fondo. En la misma pared del fondo también había otro extintor. En lugar de una alarma de humos, había un sistema incorporado de rociadores antiincendios. Sólo había dos ventanas, demasiado pequeñas para el espacio, una en la parte delantera y otra en la trasera, lo que daba una sensación de túnel a pesar de la pintura blanca.
– Dirige su empresa de informática desde aquí y vive arriba. Usaremos la otra sala -dijo Nardo, que indicó una puerta situada al otro lado del pasillo.
La sala, de similar aspecto inhóspito y puramente funcional, era la mitad de larga que la otra y sólo tenía una ventana a un lado, lo cual daba más la sensación de cueva que de túnel. Nardo pulsó un interruptor cuando entraron y cuatro bombillas empotradas en el techo convirtieron la cueva en una caja blanca que contenía archivadores contra una pared, una mesa con dos ordenadores contra la otra pared, una mesa con una cafetera y un microondas contra una tercera pared, así como una mesa cuadrada vacía con dos sillas en medio del cuarto. La habitación tenía tanto sistema de rociadores como sensor de humos. Le recordó a Gurney una versión más limpia de la sombría sala de interrogatorios de su última comisaría. Nardo se sentó en una de las sillas e hizo un gesto a Gurney para que tomara asiento en la otra. Se masajeó las sienes durante un minuto largo, como si tratara de sacudirse la tensión. A juzgar por la expresión de sus ojos, el masaje no estaba funcionando.
– No me creo ese rollo del cebo -dijo, arrugando la nariz como si la palabra «cebo» oliera mal.
Gurney sonrió.
– Es cierto en parte.
– ¿Cuál es la otra parte?
– No estoy seguro.
– ¿Viene aquí para ser un héroe?
– No lo creo. Tengo la sensación de que mi presencia aquí puede ayudar.
– ¿Sí? ¿Y si yo no comparto esa sensación?
– Es su caso, teniente. Si quiere que me vaya a casa, me voy.
Nardo le dedicó otra mirada cínica. Al final pareció cambiar de idea, al menos de un modo tentativo.
¿La botella de Four Roses forma parte del modus operandu
Gurney asintió.
Nardo respiró hondo. Tenía aspecto de que le dolía todo el cuerpo, o de que le dolía todo el mundo.
– Muy bien, detective. Quizá será mejor que me cuente todo lo que no me ha contado.
48
Gurney habló de las huellas hacia atrás en la nieve, de los poemas, de la voz antinatural en el teléfono, de los dos inquietantes trucos numéricos, del pasado de alcoholismo de las víctimas, de su tortura mental, de los retos hostiles a la Policía, de el mensaje «redrum» en la pared y del registro del «señor y señora Scylla» en The Laurels, de la elevada inteligencia y del orgullo desmedido del asesino. Continuó proporcionando detalles de los tres asesinatos hasta que le pareció que Nardo estaba a punto de dejar de prestarle atención. Entonces concluyó con lo que consideraba más importante:
– Quiere probar dos cosas. Primero, que tiene el poder de controlar y castigar a los borrachos. Segundo, que los policías son tontos de solemnidad. Sus crímenes están construidos de manera intencionada como elaborados juegos, enigmas. Es brillante, obsesivo, meticuloso. Hasta el momento no ha dejado ni una sola huella dactilar inadvertida, ningún pelo ni gota de saliva ni fibra de ropa o huella no planificada. No ha cometido ningún error que hayamos descubierto. El hecho es que sabemos muy poco de él que no haya decidido revelarnos, de sus métodos, de sus motivos. Con una posible excepción.
Nardo levantó una ceja cauta pero curiosa.
– Cierta doctora Holdenfield, que ha escrito el estudio más actual sobre asesinos en serie, cree que ha alcanzado una fase crítica en el proceso y que está a punto de acometer algún tipo de acción culminante.
Los músculos de la mandíbula de Nardo se tensaron. Habló con feroz contención.
– ¿Lo que convertiría el asesinato de mi amigo en el porche de atrás en una vuelta de calentamiento?
No era la clase de pregunta que uno pudiera o debiera responder. Los dos hombres se quedaron sentados en silencio hasta que un ligero sonido, quizás el de una respiración irregular, atrajo simultáneamente la atención de los dos hombres hacia el umbral. Era el gigantón tamaño NFL que antes había estado custodiando el sendero de entrada. Parecía que le estuvieran arrancando una muela.
Nardo se dio cuenta de lo que se avecinaba.
– ¿Qué, Tommy?
– Han encontrado a la mujer de Gary.
– Oh, Dios mío. Vale. ¿Dónde está?
– De camino a casa desde el garaje municipal. Conduce el autobús escolar.
– Sí, sí. ¡Mierda! Debería ir yo, pero no puedo salir de aquí ahora mismo. ¿Dónde coño está el jefe? ¿Aún no lo ha encontrado nadie?
– Está en Cancún.
– Joder, ya sé que está en Cancún, pero ¿por qué coño no revisa sus mensajes?- Nardo respiró hondo y cerró los ojos-. Hacker y Picardo probablemente eran los más cercanos a la familia. ¿Picardo no es primo de la mujer? Cielo santo, envía a Hacker y Picardo. Pero dile a Hacker que venga a verme antes.
El joven y gigante policía se fue con el mismo silencio con que había entrado.
Nardo volvió a respirar hondo. Empezó hablando como si le hubieran dado una patada en la cabeza y esperara que hablar fuera a ayudarle a aclarar sus ideas.
– Así que me está diciendo que eran todos alcohólicos. Bueno, Gary Sissek no era alcohólico, ¿qué significa esto?
– Era policía. Quizá con eso baste. O tal vez se interpuso en el ataque planeado a Dermott. O quizás haya otra conexión.