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– No mucho -coincidió Nardo, pero tenía otra cosa in mente. Parecía inquieto.

– ¿Qué pasa? -preguntó Gurney.

– ¿Qué? Nada. Nada, en realidad. Sólo me preguntaba…, ¿cuánto le molestaba realmente que alguien estuviera matando borrachos?

Gurney no supo qué decir. La respuesta adecuada habría tenido algo que ver con no juzgar el valor de la víctima. La respuesta cínica podría ser que le preocupaba más el reto del juego que la ecuación moral, más el juego que la gente. En cualquier caso, no tenía ganas de discutirlo con Nardo. Pero sentía que debía decir algo.

– Si lo que está preguntando es si estaba disfrutando de los placeres de una venganza indirecta sobre el conductor borracho que mató a mi hijo, la respuesta es no.

– ¿Está seguro de eso?

– Estoy seguro.

Nardo lo miró con escepticismo, luego se encogió de hombros. La respuesta no parecía convencerle, pero tampoco parecía querer seguir con el asunto.

El teniente explosivo al parecer había sido desactivado. El resto de la tarde estuvo ocupado con el proceso de selección de las prioridades inmediatas y los detalles de rutina para concluir una gran investigación de homicidio.

Gurney fue trasladado al hospital general de Wycherly junto con Felicity Spinks (nacida Dermott) y Gregory Dermott (nacido Spinks). Mientras la madre, con los chapines de rubí todavía en los pies, era examinada por un auxiliar médico, Dermott fue trasladado, todavía inconsciente, a Radiología.

Entre tanto, una enfermera, cuyas maneras parecían inusualmente íntimas (impresión potenciada en parte por una voz casi jadeante y por lo cerca de él que había estado mientras se ocupaba con esmero de la cabeza de Gurney), había limpiado, cosido y vendado la herida de Gurney. Le dio una impresión de disponibilidad inmediata que le resultó incongruentemente excitante dadas las circunstancias. Aunque era sin duda un camino peligroso, por no decir descabellado, por no decir patético, decidió aprovecharse de la simpatía de la enfermera de otro modo. Le dio su número de móvil y le pidió que lo llamara directamente si se producía algún cambio significativo en el estado de salud de Dermott. No quería estar desinformado y no se fiaba de que Nardo le dijera nada al respecto. La enfermera accedió con una sonrisa, después de lo cual un joven y taciturno policía de Wycherly lo llevó de nuevo a la casa de Dermott.

Por el camino llamó a la línea de emergencia nocturna de Sheridan Kline y saltó una grabación. Dejó un sucinto mensaje en el que relataba los puntos esenciales. Luego llamó a casa, le salió su propio contestador, y dejó un mensaje para Madeleine para contarle todo lo sucedido, salvo lo de la bala, la botella, la sangre y los puntos de sutura. Se preguntó si ella habría salido o estaba allí de pie, escuchando mientras él dejaba el mensaje sin querer hablar con su marido. Gurney carecía del asombroso instinto de su esposa en tales cuestiones y no tenía idea de cuál era la respuesta correcta.

Cuando volvieron a la casa de Dermott, había transcurrido casi una hora y la calle estaba llena de vehículos de la Policía de Wycherly, del condado y del estado. Big Tommy y Pat estaban de guardia en el porche. Gurney fue dirigido a la pequeña sala que daba al pasillo central, donde había tenido su primera conversación con Nardo. Éste volvía a estar allí, sentado a la misma mesa. Dos especialistas dedicados a registrar la escena del crimen con su mono blanco, botines y guantes de látex acababan de abandonar la sala para dirigirse a las escaleras del sótano.

Nardo pasó a Gurney un bloc amarillo y un bolígrafo barato por encima de la mesa. Si quedaba alguna emoción peligrosa en el hombre, estaba bien oculta bajo una gruesa capa de embrollo burocrático.

– Siéntese, necesitamos una declaración. Empiece por el momento de su llegada aquí esta tarde, la razón de su presencia. Incluya todas sus acciones relevantes y las observaciones directas de acciones de otros. Incluya un cronograma, en el que indique en qué puntos se basa en información específica y en qué puntos es estimada. Puede concluir la declaración en el momento en que lo escoltaron hasta el hospital, a no ser que durante su tratamiento en el hospital haya salido a la luz nueva información relevante. ¿Alguna pregunta?

Gurney pasó los siguientes cuarenta y cinco minutos siguiendo estas directrices. Nardo se mantuvo fuera de la sala casi todo el tiempo. Llenó cuatro páginas rayadas con caligrafía pequeña y precisa. Gurney usó la fotocopiadora que estaba sobre la mesa apoyada en el otro lado de la habitación para hacerse dos copias de la declaración firmada y fechada antes de entregarle el original a Nardo.

Lo único que dijo el teniente fue:

– Estaremos en contacto-. Su voz era profesional, neutra. No le ofreció la mano.

53

Final, principio

Cuando Gurney cruzó el puente de Tappan Zee y enfiló su trayecto por la Ruta 17, la nieve estaba cayendo con más intensidad, y parecía encoger en la práctica el mundo visible. Cada pocos minutos abría la ventanilla para que una ráfaga de aire helado mantuviera su mente en el presente.

A pocos kilómetros de Goshen casi se salió de la carretera. Sólo la fuerte vibración de los neumáticos en la banda sónica impidió que se estrellara en la cuneta.

Trató de no pensar en nada más que el coche, el volante y la carretera, pero era imposible. Empezó a imaginar el interés de los medios por el caso. Habría una conferencia de prensa en la cual Sheridan Kline, sin lugar a dudas, se felicitaría por el papel de su equipo de investigación, por hacer del país un lugar más seguro y por terminar con la carrera sanguinaria de un criminal demoniaco. Los medios ponían a Gurney de los nervios. Su estúpida cobertura de un crimen era un crimen a su vez. Lo convertían en un juego. Por supuesto, a su propia manera, él también lo hacía. Por lo general, veía un homicidio como un enigma por resolver, a un asesino como a un oponente al que vencer. Estudiaba los hechos, imaginaba los ángulos, salvaba las trampas y entregaba su presa a las fauces de la maquinaria judicial. Luego pasaba a la siguiente muerte por causas no naturales que exigiera una mente inteligente que la aclarara. Sin embargo, en ocasiones veía las cosas de un modo muy diferente, cuando le superaba el cansancio de la caza, cuando la oscuridad hacía que todas las piezas del rompecabezas se volvieran similares o que ni siquiera parecieran piezas, cuando su cerebro atribulado vagaba desde su cuadrícula geométrica y seguía sendas más primitivas, que le daban atisbos del verdadero horror de la tragedia que le ocupaba y en la cual había decidido zambullirse.

En un lado, estaba la lógica de la ley, la ciencia de la criminología, las sentencias. En el otro, estaban Jason Strunk, Peter Possum Piggert, Gregory Dermott, dolor, rabia homicida, muerte. Y entre estos dos mundos surgía la cuestión peliaguda, inquietante, ¿qué tenían que ver uno y otro?

Abrió de nuevo la ventanilla y dejó que la nieve le golpeara en la cara de perfil.

Preguntas profundas y sin sentido, diálogos internos que no conducían a ninguna parte: era algo tan familiar en su paisaje interior como para otro hombre podía serlo calcular las posibilidades de victoria de los Red Sox de Boston. Esta forma de pensar era una mala costumbre y no auguraba nada bueno. En las ocasiones en que había insistido tozudamente en exponérsela a Madeleine, se había topado con aburrimiento o impaciencia.