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– Una vida interesante cuando se es joven -comentó él con cierta melancolía.

– ¡Ponme una pinta, Seamus!

Este se giró y se alejó de ella sin añadir una palabra más. Keely exhaló un suspiro pequeño antes de dar un trago largo a la Guinness.

– Bueno, de momento ha ido bastante bien -murmuró. No parecía mal tipo. Después de la imagen que se había formado por las descalificaciones de su madre, no sabía qué esperar. Pero Seamus aparentaba ser la clase de hombre que la acogería con alegría. Al fin y al cabo, era su única hija.

La música, irlandesa, atronaba por los altavoces y poco a poco Keely fue adaptándose al ambiente. Se bebió la cerveza tan rápido como pudo para poder pedir otra. Sean y Liam seguían atendiendo en la barra. Keely había oído sus nombres a los clientes que los llamaban a gritos pidiéndoles nuevas consumiciones. Liam era el más joven, el que más se acercaba a la edad de Keely, y sintió una conexión especial con él. Si hubiesen pasado la infancia juntos, seguro que habrían sido grandes amigos.

– ¿Otra? -le preguntó Liam.

– Pero solo media esta vez -contestó Keely. Si se tomaba otra pinta entera, estaría borracha antes de poder dirigirle una sola palabra a Seamus. Pero Liam no volvió con otra jarra de cerveza, sino con una copa de champán-. ¿Y esto? -preguntó inquieta.

– Te invita ese de ahí -Liam se encogió de hombros.

Keely miró hacia el otro lado de la barra y el corazón se le detuvo nada más verlo.

– Dios -dijo al tiempo que se echaba hacia atrás en la banqueta. Lo último que esperaba era encontrarse con Rafe Kendrick.

El corazón le golpeaba contra el pecho. Por un instante, no supo qué hacer. No se decidió a tiempo. Segundos después. Rafe ocupó el espacio que había junto a su banqueta, rozándola con el cuerpo. Keely cerró los ojos y sintió un escalofrío al recordar la sensación de las manos de ese hombre por su cuerpo.

¿Por qué no se le había ocurrido siquiera? Se había encontrado con Rafe fuera del Pub de Quinn hacía un mes. No hacía falta ser un genio para imaginar que podría aparecer de nuevo. Pero había estado tan concentrada en el encuentro con su padre y sus hermanos que ni había pensado que pudiese cruzarse con Rafe allí.

– ¿Vas a hacer como si no estuviera? -preguntó él.

Keely se puso roja. Nada más respirar reconoció su colonia. La almohada del hotel había conservado el olor de Rafe tras haberse marchado.

– Hola, Rafe. ¿Cómo estás?

– Hola, Keely. Bien. ¿Y tú qué tal?

Su voz sonaba profunda, su boca estaba tan cerca que podía sentir su aliento en el cuello. No se atrevió a mirarlo a la cara.

– Bien -contestó con voz trémula. Keely se preguntó qué pasaría si se giraba hacia él. A juzgar por el sonido de su voz, eso dejaría sus labios a escasos centímetros de los de Rafe. Quizá no tuvieran que mantener la compostura con una conversación violenta. Quizá pudieran perderse en un beso largo y profundo.

– Me sorprende verte.

Le pareció advertir cierta irritación en el tono y, de pronto, Keely sintió como si estuviese jugando con ella.

– ¿Por?

– No sé, quizá porque en la nota que me dejaste decías que me llamarías la siguiente vez que vinieras a Boston. Y aquí estás, y yo sin enterarme de nada.

Definitivamente, estaba jugando con ella. Sus palabras sonaban cargadas de sarcasmo. ¿Qué quería?, ¿una disculpa?, ¿una explicación? Permanecieron callados durante un largo silencio, tapado por el estruendo de la música y los clientes. Se había imaginado aquel reencuentro, pero, en sus fantasías, no había animadversión entre ambos, sino pasión y lujuria.

– No esperaba que estuvieras aquí esta noche -contestó por fin.

– ¿Esa es tu explicación?

Keely se decidió a mirarlo y la sorprendió la expresión de su cara. Rafe parecía dispuesto a pelearse.

– ¿Estás enfadado conmigo?

– No estoy acostumbrado a que me planten -respondió.

– ¿Es eso? -Keely soltó una risilla-. ¿Cuestión de orgullo?

¡Qué típico de los hombres! Si ellos se marchaban y no volvían a llamar, perfecto; pero si ella hacía lo mismo, les parecía un insulto a su virilidad. Esas actitudes la desquiciaban. Keely sabía que lo prudente sería levantarse y marcharse, pero el instinto le pedía guerra. Así que se giró hacia él y contestó en voz baja:

– Fue un rollo de una noche. Si intentas que me sienta culpable por haberme ido, no lo vas a conseguir. Sabes mejor que yo que todo acabó en la habitación del hotel. Puede que hubieses vuelto esa noche y hubiéramos cenado y nos hubiésemos dado otro revolcón en la cama, pero habría terminado al poco tiempo. Solo te ahorré las molestias.

Rafe estiró un brazo y le acarició la cara. Keely se quedó sin respiración. Si alguien estuviera mirándolos, pensaría que se trataba de una caricia seductora. Pero Keely sabía exactamente lo que pretendía. Quería demostrar que el tacto de sus dedos seguía afectándola, que solo tenía que recordarle aquella noche para que volviese a desearlo. ¡Pues no se dejaría atrapar! Esa vez no. Disimuló el calor que había prendido en su cuerpo y lo miró con indiferencia.

– Dime, Keely. ¿Cuántas veces has pensado en esa noche? Apuesto a que estás pensando en ella ahora mismo -dijo él con voz baja, todavía con sorna-. Deseando repetir.

Keely agarró la copa y le lanzó el champán a la cara.

– ¡Nos acostamos! Estuvo genial. Fin de la historia. ¿Ya estás contento?

Solo tras pronunciar las palabras reparó en que el arrebato de tirarle el champán había llamado la atención de los clientes más próximos, que se habían quedado en silencio… lo suficientemente callados para oír su evaluación de la noche.

Liam se acercó dispuesto a interceder. Abochornada, Keely dejó algo de dinero en la barra, agarró el bolso y echó a andar hacia la puerta. Lo último que quería era montar una escena delante de su padre y sus hermanos. Pensarían que era una putita de tres al cuarto sin haber tenido tiempo siquiera para conocerla.

Cuando llegó a la calle, respiró profundo y trató de controlar el temblor de las manos. ¿Cómo se atrevía? Los dos sabían lo que estaba ocurriendo aquella noche. Acto seguido, oyó abrirse la puerta y se giró. Rafe estaba en el escalón de arriba. ¿Por qué tenía que ser tan atractivo?, ¿no se podía haber liado con un tío normal y corriente?

– Aléjate de mí -le advirtió ella.

– Lo siento. No sé por qué te he dicho eso -Rafe avanzó hacia ella despacio, con las manos levantadas, como en una rendición burlona-. Venga, vuelve al bar. Ya me voy yo. Fin de la historia.

– ¿Se puede saber qué te pasa? -contestó Keely-. ¿,Con qué derecho te enfadas tanto conmigo? Compartimos una noche agradable, nada más. Estoy segura de que has pasado noches agradables con otras muchas mujeres antes -añadió, aunque en el fondo quería creer que la suya estaba entre las mejores.

– Tienes toda la razón -dijo él-. Olvídate de que me has visto esta noche. Me marcho.

La pasó de largo y se alejó entre las sombras de la noche.

Keely lo miró, tuvo que contener el impulso de llamarlo, lanzarse a sus brazos y llegar hasta el final otra vez. ¿Por qué estaba tan enfadado? No había hecho sino lo que se suponía que debía hacer tras un rollo de una noche,¿no?

De pronto, el corazón le dio un vuelco. ¿Y si resultaba que no había sido un simple rollo para él? Se mordió el labio inferior para no soltar una retahíla de palabrotas.

– Genial. La primera vez que tienes un rollo de una noche y la fastidias -Keely bajó los escalones del bar-. Alguien debería escribir un manual, indicar las reglas.

Miró hacia Rafe, preguntándose si debía ir tras él y disculparse. Pero, ¿qué se suponía que debía decir? ¿Lo siento, fue una noche fantástica, pero no pensé que para ti fuese igual de fantástica, así que me marché?