– Gracias -dijo Rafe.
– Bueno, a eso había venido -Keely se giró y fue hacia la puerta.
– Te he echado de menos -dijo él y Keely se paró en seco.
– Yo también te he echado de menos – reconoció, todavía dándole la espalda.
– ¿Puedo invitarte a comer?
– Son casi las cuatro -respondió ella, girándose despacio hacia Rafe.
– ¿A cenar entonces?
– Será mejor que dejemos las cosas como están -contestó Keely con una ligera sonrisa-. Al menos hasta que se resuelva todo con mi familia.
– Sí, supongo que tienes razón.
– Y quizá me equivoque -Keely respiró profundo, como tratando de sacar fuerzas de flaqueza-. Tengo que irme… Nos vemos.
Un segundo después se había marchado. Rafe se alisó el cabello. Aquello no era lo que quería: no le gustaba que Keely entrara y saliera de su vida sin saber cuándo volverían a verse, si volvían a hacerlo. Siempre se había alegrado, aliviado incluso, cuando las mujeres con las que había estado desaparecían. Pero con Keely se le creaba un vacío y se sorprendía echándola de menos a los pocos segundos de que se fuera.
– Maldita sea -murmuró. Le repateaba esa sensación de estar viviendo en el limbo. O hacía todo lo posible por que formara parte de su vida o se retiraba definitivamente. No soportaba aquella indecisión-. ¿Pero qué hago?
Miró la hoja que todavía tenía en la mano. Si Lee Franklin podía demostrar la inocencia de Seamus, tendría que encontrarlo y llevarlo a Boston para que le contara su versión. Se dirigió a la mesa y pulsó el botón del interfono. En vez de responder, Sylvie entró al instante en el despacho.
– ¿Sí?
– Quiero que llames a Stan Marks, de seguridad, y le digas que venga de inmediato. Tengo un pequeño trabajo para él.
– ¿Y? -preguntó la secretaria esbozando media sonrisa.
– ¿Y qué?
– ¿Cómo ha ido? Parece muy simpática. Y es guapa. Parece la clase de mujer con la que podrías casarte.
– Sí -murmuró Rafe.
– ¿Sí? -la sonrisa de Sylvie se expandió de una oreja a otra-. Estás embobado. Nunca te había visto así antes. Te sienta bien.
Luego se dio la vuelta y salió del despacho, dejando a Rafe a solas para que interpretara el significado de «embobado». En otras circunstancias, se lo habría tomado como un insulto, pero era evidente que no era más que una conclusión lógica. Porque, de alguna manera, se las había arreglado para enamorarse de la única mujer a la que no podía tener.
Keely miró la fachada de la comisaría de policía del distrito cuatro. Había llamado a casi todas las comisarías de Boston hasta dar con la de Conor y luego había averiguado cuándo terminaba su turno. Le bastaría con estar a la salida para verlo cuando se marchara. Miró la hora. Se suponía que su turno acababa a las seis y eran las seis y media. Quizá no lo había visto salir. Quizá había aparcado por detrás. Quizá…
– ¿Keely?
Se dio la vuelta y encontró a Conor en la acera a unos pocos metros de distancia. Tenía ese aspecto serio e intimidatorio suyo. Keely tragó saliva. Ya estaba. Había llegado el momento que esperaba.
– Hola, ¿cómo estás?
– Bien -Conor frunció el ceño-. ¿Qué haces aquí?, ¿tienes algún problema?
– No, no, estoy bien -Keely negó con la cabeza-. Es que… tengo algo para ti. En realidad es para Seamus. Liam me dijo lo que estaba pasando la última vez que estuve en el pub. Sé que la policía está investigando a Seamus por un asesinato y sé que es inocente. Y creo que podríais necesitar esto para demostrarlo.
– No entiendo.
– Lee Franklin era uno de los miembros de la tripulación. Este es su número de la seguridad social. Si no me equivoco, se puede localizar el paradero de cualquier persona mediante su número de la seguridad social, ¿no?
Conor la miró con incredulidad y agarró el papel que Keely tenía entre los dedos.
– ¿Cómo te has enterado de todo esto?
– Sé muchas cosas -Keely se obligó a sonreír.
– ¿Cómo has conseguido el número? – insistió él.
Keely respiró profundo, trató de serenar los golpes del corazón. Por fin. Había esperado mucho tiempo, pero era el momento.
– Por mi madre.
– Vale, ¿y cómo lo sabe tu madre?
– Llevaba los libros contables del barco pesquero de tu padre -Keely se mordió el labio inferior. ¡Venga!, ¡tenía que decírselo! Conor estaba preparado para oírlo. Solo tenía que soltarlo de una vez-. Y… estaba casada con tu padre -añadió y se quedó esperando la reacción de Conor.
– Mi padre solo estuvo casado con mi madre -contestó él, negando con la cabeza.
– Lo sé -dijo Keely-. Tu padre es mi padre. Y mi madre es tu madre. Me llamo Keely Quinn, nací seis meses después de que mi madre saliera de vuestras vidas -añadió de un tirón. Luego lamentó haberlo anunciado de ese modo. Podría haber tenido más paciencia.
Durante un rato prolongado, Conor se limitó a quedarse mirándola, totalmente anonadado. Luego se giró, dio cuatro o cinco pasos por la acera. Keely contuvo la respiración, desesperada por que respondiera algo, lo que fuera, que le permitiera atisbar lo que sentía. Por fin se dio la vuelta.
– No es posible. Es una locura. Mi madre está muerta, no tengo ninguna hermana.
Keely se sacó el colgante irlandés de debajo del jersey. La esmeralda brilló bajo la luz de las farolas.
– Me lo ha dado mi madre. Dice que Seamus lo reconocerá. ¿Lo reconoces tú?
Conor se quedó sin respiración y corrió hacia Keely. Agarró el colgante con una mano, frotó la esmeralda con el pulgar.
– Sí. Mi madre tenía un collar igual. Nunca se lo quitaba -dijo antes de dejar caer el colgante-. Seamus nos dijo que estaba muerta. No quisimos creerlo, pero con el tiempo nos pareció la única explicación lógica. Nunca intentó ponerse en contacto con nosotros.
– No está muerta -dijo Keely-. Vive en Nueva York. Se fue allí después de abandonar a tu… a nuestro padre. Yo nací allí.
– ¿Está viva? -preguntó asombrado Conor-. ¿Mi madre está viva?
Keely sintió la presión de las lágrimas en los ojos. Sabía por lo que estaba pasando Conor en ese momento: enterarse de que tenía una hermana y de que su madre, a la que creía muerta, no lo estaba.
– Acepté el puesto en el pub para poder conoceros. No quería engañaros, pero no estaba segura de cómo reaccionaríais. Al principio iba a decíroslo a todos a la vez, pero luego me asusté. Además, cuando el bar cerró, ya no sabía cuándo volvería a veros a todos juntos.
– Tienes que venir conmigo -Conor le agarró un brazo y echó a andar.
– ¿Adonde vamos?
– He quedado con mis hermanos en el pub. Tenemos que sacar todas las cosas para que el contratista pueda trabajar. Sean y Liam ya estarán allí. Quiero que les digas lo que acabas de contar.
Keely clavó los talones en el suelo, obligándolo a frenar.
– No sé si eso es buena…
– ¿Qué dices? -Conor rió-. Eres nuestra hermana. Ya es hora de que lo sepa todo el mundo.
– ¿Por qué no me reúno contigo allí? -se resistió Keely-. He venido en coche y necesito estar sola un momento… La verdad es que hasta ahora ha ido todo muy bien, ¿pero quién sabe cómo reaccionarán ellos?
Conor sonrió. Luego, la sonrisa perdió un poco de brillo mientras la miraba.
– Dios, recuerdo la primera vez que te vi fuera del pub, en la acera. Tenías algo que me resultaba familiar. Son los ojos -dijo al tiempo que le ponía dos dedos bajo la barbilla y le elevaba la cara hacia las farolas.