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– Son del mismo color que los tuyos -dijo ella.

– Lo que demuestra que soy un policía buenísimo. Ni siquiera me lo imaginé -bromeó Conor, sin dejar de mirarla fijamente-. No puedo creer que seas real. Que estés aquí después de tantos años.

– Yo tampoco -Keely soltó una risilla-. Si supieras el tiempo que he tardado en atreverme a decírtelo.

– Pues te aseguro que el resto de mis hermanos se van a llevar una alegría.

– Quizá deberías decírselo tú -dijo Keely, poco confiada.

Conor le agarró la mano y le dio un pellizquito para animarla.

– No, creo que será mejor que se enteren por ti. Tengo el coche en esta misma calle. Quedamos a la salida del pub, ¿de acuerdo?

Jamás hubiera imaginado que fuese a resultar tan bien. Decírselo a Conor había sido tan sencillo… demasiado. Quizá llegaran los problemas a continuación. Pero, en tal caso, tendría que hacerles frente.

– Perfecto. Nos vemos en el pub -contestó por fin.

Por una parte, no quería separarse de él, pero necesitaba estar a solas un rato para renovar fuerzas. Al menos, Conor estaba de su parte. Y tenía la impresión de que era el cabecilla oficioso de la familia, el hermano al que los demás se dirigían cuando había un desacuerdo que dirimir. Si él quería que formase parte de la familia, encontraría el modo de convencer a los demás de que era parte de ella.

Keely corrió al coche, entró, apretó el volante. Estaba acelerada. No sabía si quería llorar o reír.

– Hola, soy Keely Quinn.

Por primera vez, le pareció que tenía sentido llamarse con ese apellido. Ya no era un sueño. Era Keely Quinn. Exhaló un suspiro profundo y arrancó el coche. Al terminar la noche, tendría una familia.

El trayecto hasta el pub pasó como en una nebulosa, distraída con pensamientos sobre lo que se avecinaba. Se sentía un poco mareada y se preguntó si no debería haber aceptado la invitación de Conor a ir en su coche. Pero le bastó con bajar la ventanilla para que el aire le despejara la cabeza. Una vez que se presentara a sus hermanos, tendría que llamar a su madre. Y luego llamaría…

Dejó el pensamiento a medias. No podía llamar a Rafe. Aunque estaba deseando oír su voz, no formaba parte de eso. No sería justo arrastrarlo de vuelta a su vida tan egoístamente. Cuando resolviera su vida familiar y el problema de Seamus, quizá pudiera volver a prestar atención a su vida amorosa.

La calle estaba casi vacía cuando aparcó en la acera frente al pub. Vio a Conor sentado en los peldaños de la entrada, acurrucado contra el frío. Era un hombre realmente agradable, seguro, en el que confiar. Le gustaba tenerlo de su parte. Keely lamentó no haber tenido oportunidad de crecer con él. Pensó que podría haber aprendido muchas cosas de su hermano mayor.

Aunque quizá siempre había tenido una parte de él en su interior. Había sido una Quinn desde que había nacido. Por mucho que hubiera intentado ser la hija de su madre, Keely sospechaba que se parecía más a sus hermanos: era emotiva, impulsiva, testaruda y porfiada, cien por cien Quinn. Por primera vez en su vida, sintió que encajaba en algún sitio.

Salió del coche y se acercó a Conor despacio. Este se puso de pie, sonrió.

– ¿Preparada?

– Supongo -Keely asintió con la cabeza.

Conor subió los escalones de dos en dos, abrió la puerta. Keely entró en el pub, tenuemente iluminado, forzándose a sonreír. Una melodía irlandesa sonaba a todo volumen por los altavoces, lo que impidió que advirtieran su llegada. Pero todos se giraron cuando Conor gritó:

– ¿Queréis quitar eso?

Liam alcanzó el mando del volumen y lo giró para bajar la música.

– ¡Keely! ¿Qué tal?, ¿qué haces por aquí? Suponía que ya habrías encontrado trabajo en otro sitio.

– Todavía no -Keely sonrió-. No hay muchos puestos vacantes para camareras patosas.

– Keely ha venido a contaros algo -terció Conor-. Vamos, díselo.

– No puedo soltarlo así -dijo ella, ruborizada.

– De acuerdo -Conor le agarró una mano y tiró de Keely hacia la barra. Luego, sujetándola por la cintura, la sentó sobre el borde. Los hermanos se reunieron alrededor, extrañados por su comportamiento-. Diles cómo te llamas.

– Ya lo sabemos -contestó Brian.

– No, no lo sabéis -Keely negó con la cabeza-. Mi verdadero nombre es Quinn. Keely Quinn.

Los cinco hermanos reaccionaron con sorpresa moderada.

– ¿Somos parientes? -preguntó Dylan.

– Totalmente -dijo Conor-. Miradle los ojos.

Todos se acercaron para examinarla como si fuese un gusano en un frasco de laboratorio. Keely esbozó una tímida sonrisa. Uno a uno, fueron tomando conciencia de la verdad y su expresión pasó de la curiosidad al asombro.

– Dios -murmuró Liam.

– ¿Es posible? -dijo Sean.

– Keely, diles quién es tu madre -intervino Conor de nuevo.

– Fiona McClain.

– ¿Y tu padre? -preguntó él y Keely tuvo que tragar saliva antes de responder.

– Seamus Quinn.

Conor asintió con una sonrisa radiante en la cara. Se giró a sus hermanos:

– Keely es nuestra hermana. Se quedaron los cinco en el más absoluto de los silencios.

– No tenemos ninguna hermana -dijo Brendan por fin-. ¿Cómo íbamos a tener una hermana y no saberlo?

– Enséñales el colgante, Keely.

Con dedos temblorosos, se sacó el colgante de debajo del jersey. Dylan se acercó un poco más.

– Me acuerdo de él. Mamá lo llevaba siempre. Cuando nos metía en la cama por la noche, le colgaba del cuello y yo enredaba los dedos en él hasta que me daba otro beso.

– Yo tengo una foto en la que está con ese colgante -dijo Sean.

– ¿Tienes una foto de nuestra madre? – preguntó Conor, girándose, al igual que el resto de sus hermanos, hacia Sean.

– Sí -reconoció este con el ceño fruncido-. La guardé antes de que papá lo tirara todo. No os la iba a enseñar. Me la habríais quitado a la menor oportunidad.

Luego metió la mano en el bolsillo trasero, sacó la cartera y extrajo una foto arrugada. Los hermanos se la pasaron de uno a otro, mirándola con atención.

– Yo también tengo una foto -dijo Keely. Buscó dentro del bolso unos segundos y sacó la foto que Maeve Quinn le había dado en Irlanda. Los hermanos se la pasaron-. La hicieron justo antes de que os fuerais de Irlanda. Tú todavía no habías nacido, Liam. Y, como ves, mi madre lleva el collar.

– Recuerdo ese día -dijo Conor.

– Era tan guapa -murmuró Brendan.

– Sigue siéndolo -Keely asintió con la cabeza-. Está viva. Vive en Nueva York.

De pronto, cinco pares de ojos se clavaron en su cara.

– Repite eso -le ordenó Dylan.

– Sé que os costará creerlo. Conor me ha dicho que pensabais que estaba muerta. Y no me veo capaz de explicar por qué os abandonó mi madre. Tendréis que preguntárselo a ella. Pero está viva y creo que le gustaría veros, si estáis dispuestos a verla. Tengo la sensación de que no ha dejado de pensar en vosotros un solo día.

– Nos dejó con un borracho -dijo Dylan con resentimiento-. ¿Tienes idea de lo que fue crecer en una casa así? Nunca nos llamó, ni siquiera se molestó en ver cómo estábamos.

– No es culpa de Keely -terció Conor-. Ella no tenía control sobre nuestra infancia. Así que quizá debamos discutir eso con nuestra madre, en vez de con ella.

Todos asintieron con la cabeza y Keely agradeció que no la culparan por los errores de su madre.

– Siento haber esperado tanto, pero no estaba segura de cómo decíroslo.

Brendan fue el primero en acercarse y estrechar a Keely entre sus brazos.

– Bienvenida a la familia, hermanita -dijo riendo-. ¡Qué cosas! Los hermanos Quinn con una hermana pequeña. Supongo que tendremos que empezar a vigilar nuestro lenguaje cuando estés delante.