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– ¿Qué celebramos? -preguntó Keely mientras Olivia le llenaba la copa.

– Es una comida de despedida en honor a Amy. Se marcha con Brendan a Turquía la semana que viene. Está escribiendo un libro sobre algo… interesante o importante o…

– Sobre una excavación arqueológica – precisó Amy.

– Y se va con él -continuó Olivia-. Van a vivir en una cabaña en pleno invierno en Turquía. Para mí es una locura, a ella le parece romántico y a Meggie solo le preocupa si podrán conseguir buen café.

– No será tan malo -dijo Amy-. Y solo será un mes, en mayo. Antes estaremos con el equipo de investigación en Ankara.

– ¿Cuánto tiempo vais a estar? -preguntó Keely.

– Tres meses en total. Volveremos justo antes de la boda de Meggie en junio.

– Que es por lo que queríamos que vinieras -dijo esta-. Por mi boda.

– Me encargaré de la tarta, por supuesto – respondió Keely, adelantándose a la pregunta-. Lo haré encantada.

– No era lo que te iba a preguntar -dijo Meggie-. Quería saber si quieres ser dama de honor. Olivia y Amy ya han dicho que sí y la boda no estaría completa sin la única hermana de Dylan.

– No… no sé qué decir -confesó Keely, asombrada por la invitación.

– ¿Qué tal sí? -Meggie rió.

Al principio le cupo la duda de si debía aceptar. ¿Y si se había borrado del mapa para junio? Pero entonces comprendió que ya siempre sería parte de la familia Quinn. La habían aceptado como a una más. Sería una Quinn el resto de su vida.

– Sí, me encantaría ser dama de honor. Y también me ocuparé de la tarta si quieres. Será la tarta más especial que jamás haya hecho.

– Acepta la oferta de la tarta -terció Amy-. Son auténticas obras de arte. Yo quise una para mi primera boda, pero no hace trabajos para fuera de Nueva York.

– No sabía que ya habías estado casada – dijo Keely.

– No lo he estado. Me eché atrás un mes antes de la boda. Pero ya estaba todo planeado. Mi madre vio tus tartas en una revista y estaba decidida a conseguir que prepararas la mía.

– Cuando te cases con Brendan haré también la tuya. Gratis, ya que ahora somos de la familia.

– Bueno -dijo Olivia-, ahora que hemos resuelto eso, podemos centrarnos en la verdadera razón por la que te hemos invitado.

– Creía que habíais venido de compras.

– Eso podemos hacerlo en Boston -contestó Olivia-. Queremos que nos hables de tu boda. Con Rafe Kendrick. Sentimos curiosidad desde la noche de la fiesta de reapertura del pub.

Keely miró los rostros inquisitivos de las tres mujeres. De todas las conversaciones posibles, era la última que habría elegido. No había vuelto a hablar con Rafe desde que se había marchado de su apartamento hacía una semana. Era como si estuviesen echando un pulso y ninguno de los dos estuviese dispuesto a darse por vencido.

– No estoy segura de si al final nos casaremos -Keely dio un sorbo a su copa-. De hecho, puede que no vuelva a verlo.

– ¿Qué ha pasado? -Olivia frunció el ceño.

– Es una historia muy larga.

Meggie estiró un brazo y agarró con cariño una mano de Keely.

– Somos familia. Puedes contarnos lo que quieras. Y tenemos un acuerdo de mujeres: está prohibido contar a los hombres de la familia nada de lo que hablamos. Por si no te has dado cuenta, los Quinn tienen tendencia a reaccionar exageradamente.

Keely nunca había tenido una hermana, pero siempre había soñado que sería algo así: conversaciones secretas, promesas inquebrantables, un oído comprensivo. Estaba deseando hablar con alguien de sus problemas y una vez que se le había presentado la oportunidad, quería contarles todos los detalles

– La última vez que estuve en Boston tuvimos una pelea. Me está presionando para que arregle las cosas con mi familia. Ya sabéis la opinión que Seamus y mis hermanos tienen de él. Y mi madre tampoco está de acuerdo con la boda. Así que nos estamos viendo a escondidas, como si fuéramos adolescentes, quedando siempre que podemos. Al principio era emocionante, pero Rafe se está impacientando y me ha puesto un ultimátum. O les cuento a mi padre y a mis hermanos que estamos juntos y vamos a casarnos o hemos terminado.

– Tiene razón -dijo Amy-. O sea, la familia es la familia. Pero el amor es el amor. A mis padres no les gustaba la idea de que me casara con Brendan. Pero me dio igual. Yo lo quería. Y mi abuela pensaba que estaba como un tren. Así que no iba a dejarlo pasar.

– Al menos te apoyaba alguien -dijo Keely-. Nadie quiere que me case con Rafe.

– Yo sí -aseguró Olivia-. Me pareció muy romántico cómo se te declaró aquella noche.

– Yo también -añadió Meggie-. Está claro que te adora. Y parecía dispuesto a enfrentarse a los seis para demostrarlo.

– Cuenta con mi voto también -remató Amy.

Sorprendida por su apoyo incondicional, Keely se sintió más animada.

– No sé -dijo de todos modos-. El matrimonio ya es algo complicado de por sí. Y mis hermanos podrían arruinamos la vida si no llegan a perdonarlo.

– No seas tan cobarde -dijo Meggie-. Rafe y tú tenéis suerte de haberos encontrado. Si lo único que se interpone entre vosotros es la familia, sería una locura rechazarlo.

– Y no te preocupes por los chicos -añadió Olivia-. Acabarán cediendo cuando vean lo feliz que te hace Rafe. Y si no, tendremos que presionarlos un poco. A ver quién tiene más fuerza: los increíbles Quinn o sus increíbles mujeres -bromeó.

Amy pidió otra botella de vino y Keely dio un sorbo a su copa antes de que Olivia se la llenase de nuevo.

– No es solo la familia. Tengo la repostería en Nueva York. Tengo responsabilidades. Me costaría marcharme. Tendría que hacerme mi sitio aquí. Y no estoy segura de que a Boston le interesen mis tartas.

– El trabajo es trabajo -contestó Olivia-. Y el amor es amor. Además, ¿quién dice que tienes que venirte a Boston? Quizá se vaya Rafe a Nueva York.

– Quizá -dijo Keely sin mucho convencimiento-. La verdad es que no lo hemos hablado. Yo puedo preparar tartas en cualquier parte. Y amo a Rafe. Y puede que haya estado muy obsesionada con la reacción de mi familia. No me van a expulsar por casarme con él.

– No se lo permitiremos -dijo Meggie. Keely recogió la servilleta de su regazo y la puso sobre la mesa.

– Ten… tengo que irme.

– No hemos terminado de comer -protestó Olivia.

– No puedo quedarme. Tengo que preparar una tarta.

– Tu cliente puede esperar -dijo Meggie.

– Este cliente no -Keely negó con la cabeza-. Tengo que preparar la tarta para mi boda. Voy a casarme con Rafe Kendrick.

– ¿Cuándo? -preguntaron a coro.

– No lo sé. Puede que mañana, puede que al día siguiente. Pero pronto.

Keely les dio un beso rápido de despedida a las tres, corrió al guardarropa por su abrigo y salió del restaurante. Si tomaba el metro hasta Brooklyn, podía ponerse con la tarta esa misma tarde. Al día siguiente por la mañana estaría lista y de camino a Boston. Después de todo, no podía casarse sin una tarta decente. Les daría mala suerte.

– Voy a casarme con Rafe Kendrick -se repitió Keely-. Voy a casarme con Rafe Kendrick y a la porra con lo que piense mi familia.

Rafe estaba sentado frente a la mesa del despacho, con los pies encima del borde, sujetando el Wall Street Journal. Intentaba concentrarse en el artículo que estaba leyendo, pero había empezado y parado tantas veces que comenzaba a rendirse. Los índices de interés tendrían que esperar. Maldijo para sus adentros, bajó los pies de la mesa y dobló el periódico.

Estaba trabajando duro últimamente, entregándose a distintos proyectos nada más que para no pensar en Keely. Se reprochaba la pelea que habían tenido y que hubieran roto su compromiso… aunque nunca habían llegado a estar comprometidos de forma oficial. Lo había advertido en contra de los ultimátums y se había negado a echarse a atrás. Y al salir de la ducha, se había marchado del apartamento, dejando el anillo de compromiso encima de la mesilla de noche. El mensaje era evidente. Por parte de ella, habían terminado.