– Pero no quieren que nos casemos -dijo ella-. Ni hoy ni nunca.
– Creo que se merecen saber que has decidido casarte -Rafe se encogió de hombros-, No quiero casarme en secreto, Keely. Quiero que vivamos sin tener que estar escondiéndonos.
Era verdad, pensó ella. Esa no era forma de empezar el matrimonio, como dos fugitivos, sin que nadie lo supiera. Casarse con Rafe la hacía feliz y quería que todos lo supieran. Keely suspiró antes de girarse hacia su familia.
– Gracias por venir. Entiendo por qué habéis intentado parar nuestra boda, pero no servirá de nada. Voy a casarme con Rafe. Lo amo y quiero pasar el resto de mi vida con él. Ahora, o lo aceptáis y aceptáis a Rafe o me veréis mucho menos en adelante. Es vuestra decisión -Keely agarró la mano de Rafe y le dio un pellizco-. Si apoyáis nuestra decisión, estaremos encantados de que os quedéis al resto de la ceremonia. Si no, os agradecería que os marcharais.
Todos se quedaron callados, como niños arrepentidos en el colegio. Keely pensó que se irían, pero, por fin, Conor dio un paso al frente.
– Si Kendrick es el hombre al que amas, supongo que tendremos que aprender a…
– Tolerarlo -completó Dylan.
– Quizá hasta llegue a caernos bien -añadió Liam.
– Pero nunca lo querremos, de eso olvídate -terminó Sean.
– Pero deberías tener una boda de verdad, Keely -dijo Conor tras acercarse a ella y agarrarle una mano-. En una iglesia, con un cura y todos tus amigos y toda la parafernalia. Te lo mereces. Eres nuestra única hermana.
– ¿Tú qué dices? -le preguntó Keely a su madre.
– Sería más feliz si tuvieses la boda con la que siempre has soñado… aunque sea con un hombre al que apenas conoces. Eres mi única hija y quiero que lo hagas como es debido. En una iglesia, con un cura -Fiona se giró hacia el juez Williams-. No es que tenga nada en contra de usted. Estoy seguro de que será muy competente encarcelando delincuentes. Pero estamos hablando de mi hija.
– Y a mí me gustaría llevarte del brazo al altar -añadió Seamus tras aclararse la garganta.
La puerta de la sala se abrió de nuevo y entraron Olivia, Meggie y Amy, seguidas del funcionario. Este miró al juez con cara de frustración, salió y cerró la puerta.
– Tengo entendido que se está celebrando una boda -dijo Olivia-. Pensaba que un buen marido invitaría a su esposa para acompañarlo.
Keely sonrió a las tres mujeres. Aparte de Rafe, eran las tres únicas personas que apoyaban de verdad su decisión. Y ya que estaban todos juntos, se sentía más decidida todavía a seguir adelante con la boda.
– Os agradezco a todos vuestro interés y entiendo lo que sentís -le dijo Keely a Conor-. Pero mi boda es mi boda. Y aunque no es la ceremonia perfecta, ahora que habéis venido se parece más a lo que siempre había soñado. Voy a casarme con Rafe hoy. Aquí y ahora.
Conor dio un paso adelante y le tendió la mano a Rafe. Este sonrió, la aceptó y se la estrechó con fuerza. Uno a uno, el resto de los hermanos hicieron lo mismo. Luego llegó el tumo de Olivia, Meggie y Amy, que se acercaron a dar un beso en la mejilla a la novia.
Por último, la madre de Keely se puso a su lado y se dirigió al juez:
– Creo que ya hemos resuelto el tema de las objeciones -dijo Fiona-. Proceda, por favor -añadió y el juez se aclaró la garganta antes de hablar.
– Una vez más, ¿alguien en la sala tiene alguna razón por la que estas dos personas no deban casarse? -el juez hizo una pausa, miró a cada uno de los hermanos, luego a los padres. Todos negaron con la cabeza. Abrió la boca para continuar, pero Rafe lo interrumpió en el último momento.
– Yo tengo una razón -dijo con suavidad-. No creo que debamos casarnos hoy.
– ¿Por qué? -preguntó desconcertada Keely.
Rafe le agarró una mano y la instó a que lo acompañara hacia la puerta.
– Si nos disculpáis un momento. En seguida volvemos -se excusó. Cuando salieron de la sala. Rafe cerró la puerta. Luego invitó a Keely a sentarse y tomó asiento a su lado, agarrándole las manos-. No creo que debamos casarnos hoy.
– ¿No quieres casarte conmigo? -preguntó ella al borde de las lágrimas.
– Por supuesto que sí. Pero no hoy. Cariño, lo ha dicho tu madre. Esta no es la boda con la que siempre has soñado. Y tú también lo has dicho: no es perfecta. Te mereces esa boda perfecta, en una iglesia, con un cura y un velo muy largo. Y quiero darte todo eso.
– Pero una boda así hay que planearla con mucho tiempo.
– No necesariamente. Y ahora que cuentas con el apoyo de tu familia, quizá debamos tomarnos unos días más y hacer las cosas bien. Las flores, el vestido, un esmoquin para mí, alguna dama de honor. Hasta mi madre podría venir.
La idea le gustaba. Quizá era eso lo que echaba en falta en esa ceremonia.
– Supongo que tienes razón. Será un poco más caro planearlo todo tan rápido, pero ahora que mi familia nos respalda, ¿por qué no? – Keely sonrió y le dio un abrazo-. Entonces, ¿cuándo nos casamos?, ¿en junio? Una boda en junio estaría bien.
– ¿Qué tal dentro de una semana? Podemos retrasar un poco la luna de miel. ¿Puedes organizarlo todo tan deprisa? Por el dinero no hay problema.
Keely asintió con la cabeza, cada vez más emocionada. ¡No tendrían que esperar!
– Sí. Hasta me dará tiempo a hacer una tarta grande. Tengo el diseño perfecto. Y podríamos celebrar el banquete en el pub. Bien decorado, estaría perfecto.
– Entonces hecho -Rafe le dio un beso dulce en los labios-. Supongo que debemos decírselo a tu familia.
– Podíamos dejarlos ahí, preguntándose qué está pasando -dijo ella perversamente.
– Eso es un poco impulsivo, ¿no te parece? -Rafe se puso de pie y le dio una mano para ayudarla a levantarse también ella.
– Pero se lo merecerían, por todo lo que nos han hecho pasar -Keely miró al funcionario, que simulaba estar trabajando, en vez de tratando de oírlos-. Disculpe, ¿puede decir a toda la gente de la sala que no nos vamos a casar hoy?
– ¿No?
– No. Y cuando hayan asimilado la información, pídales que hagan un hueco en la agenda para el sábado de la semana que viene -contestó Keely. Luego rodeó a Rafe con un brazo y echó a andar hacia la salida del ayuntamiento-. Vámonos, tenemos una boda que planear.
Estaban en medio del círculo de piedras, dados de la mano, mirando las nubes de algodón que pasaban por el cielo.
– Es un sitio mágico. Lo noté la primera vez que vine -dijo Keely. Miró a su marido, se puso de puntillas y le dio un besito rápido-. Y un lugar perfecto para la luna de miel.
Lo cierto era que todo había sido perfecto, desde el momento en que había ido al altar de la capilla del brazo de su padre hasta ese otro, de pie junto al acantilado, en el mismo lugar donde todo había empezado meses atrás.
Había tenido a Amy, Meggie, Olivia y Sylvie Arnold como damas de honor y Rafe había escogido a Conor como padrino. La capilla se había llenado de rosas fragantes y velas de cera. Se habían casado a las siete de la tarde y, después de la ceremonia, habían disfrutado de un banquete estupendo en el Pub de Quinn. Había habido baile y brindis de champán, todos celebrados por los clientes que iban apareciendo. Seamus había reído y bromeado y hasta había sacado a su madre a la pista de baile. Y la tarta había sido una obra de arte. Todo había sido perfecto.
– ¿En qué piensas? -murmuró Rafe.
– Nuestra boda -Keely suspiró-. Lo maravillosa que fue.
– Fue fantástica -dijo estrechándola entre los brazos-. Ojalá que la luna de miel fuera mejor.
– ¿Qué quieres decir? -Keely lo miró a la cara-. ¿No estás contento?
– ¿No hace demasiado frío? Debería haber consultado el tiempo antes de sorprenderte con este viaje a Irlanda.