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– Creo que no. Pero no estoy segura. A mí no me dejaron ir.

– A mí tampoco -musitó Olivia. Winston se lo había contado todo sobre la carrera, naturalmente, pero (también naturalmente) no le había dado una explicación tan detallada como le habría gustado.

– Pasa mucho tiempo con el señor Grey -continuó Mary.

Olivia dio un respingo sorprendida.

– ¿Sebastian Grey?

– Son primos. Primos hermanos, creo.

Al oír eso Olivia dejó de fingir que no estaba manteniendo una conversación y miró directamente a Mary.

– ¿Sir Harry Valentine es primo de Sebastian Grey?

Mary se encogió débilmente de hombros.

– Eso dicen.

– ¿Estás segura?

– ¿Por qué es tan difícil de creer?

Olivia hizo un alto.

– No tengo ni idea. -Pero lo era. Conocía a Sebastian Grey. Todo el mundo lo conocía. Por eso le parecía que encajaba tan mal con sir Harry, quien, hasta donde Olivia sabía, abandonaba su despacho únicamente para comer, dormir y dejar inconsciente de un puñetazo a Julian Prentice.

¡Julian Prentice! Se había olvidado completamente de él. Olivia se irguió y echó un vistazo a la sala con experta discreción.

Aunque, cómo no, Mary supo al instante lo que estaba haciendo.

– ¿A quién buscas? -le susurró.

– A Julian Prentice.

Mary ahogó un grito con regocijado horror.

– ¿Está aquí?

– No creo, pero Winston me ha dicho que no fue tan atroz como pensamos. Por lo visto Julian estaba tan borracho que sir Harry podría haberlo tumbado de un soplo.

– Pero un soplo no le deja a uno el ojo amoratado -le recordó Mary, siempre rigurosa en el detalle.

– La cuestión es que no creo que él le diera una paliza.

Mary hizo una pausa de unos segundos, luego debió de decidir que era el momento de cambiar de tema. Miró hacia un lado y el otro, entonces se rascó allí donde el rígido encaje de su vestido se doblaba sobre su clavícula.

– Mmm…, hablando de tu hermano, ¿va a venir?

– ¿Estás loca? ¡No! -Olivia consiguió no poner los ojos en blanco, pero le faltó poco. Winston había fingido un resfriado de un modo bastante convincente y se había metido en la cama. Había engañado a su madre tan bien, que ésta le había pedido al mayordomo que fuese a echarle un vistazo cada hora y la mandase a buscar si empeoraba.

Lo que había sido un detalle positivo de la velada. Olivia sabía de buena tinta que más tarde los caballeros se encontrarían en el club White's. Pues bien, el encuentro tendría que desarrollarse sin Winston Bevelstoke.

Cosa que podría haber sido perfectamente el objetivo de su madre.

– ¿Sabes? -musitó Olivia-. Cuanto mayor soy más admiro a mi madre.

Mary la miró como si se hubiese vuelto una excéntrica.

– ¿De qué hablas?

– Déjalo. -Olivia sacudió levemente la mano. Sería demasiado difícil de explicar. Alargó el cuello un poco, intentando aparentar que no escudriñaba al público-. No lo veo.

– ¿A quién? -inquirió Mary.

Olivia reprimió el impulso de darle una bofetada.

– A sir Harry.

– Pues está aquí -dijo Mary en tono confidencial-. Lo he visto.

– Ahora no está aquí.

Mary (quien tan sólo momentos antes había reprendido a Olivia por su falta de discreción) hizo alarde de una flexibilidad asombrosa al girar el cuello casi por completo.

– Mmm…

Olivia esperó a que dijese algo más.

– No lo veo -dijo Mary al fin.

– ¿Es posible que te hayas equivocado? -preguntó Olivia esperanzada.

Mary le lanzó una mirada de impaciencia.

– Por supuesto que no. Tal vez esté en el jardín.

Olivia se volvió, aunque el jardín no pudiera verse desde la sala donde tendría lugar el recital. Supuso que era un reflejo. Si sabías que alguien estaba en algún sitio, no podías dejar de girarte en esa dirección, aun cuando fuera totalmente imposible verlo.

Naturalmente, no sabía si sir Harry estaba en el jardín. Ni siquiera sabía a ciencia cierta si estaba en el recital. Contaba tan sólo con la afirmación de Mary y aunque ésta era absolutamente de fiar en lo relativo a los nombres de los asistentes a las fiestas, nada más había visto a ese tipo unas cuantas veces (reconocido por ella misma). Era muy posible que se hubiese equivocado.

Olivia decidió aferrarse a esa idea.

– Mira lo que he traído -dijo Mary, rebuscando en su magnífico bolso.

– ¡Oh, es precioso! -exclamó Olivia, bajando los ojos hacia el abalorio de cuentas.

– ¿A que sí? Lo compró mamá en Bath. ¡Oh, aquí están! -Mary extrajo dos pequeñas bolas de algodón-. Son para los oídos -explicó.

Olivia abrió la boca con admiración. Y envidia.

– No tendrás un par más, ¿verdad?

– No, lo siento -contestó Mary encogiéndose de hombros-. El bolso es muy pequeño. -Se giró al frente-. Creo que ya va a empezar.

Una de las madres de las Smythe-Smith pidió a todo el mundo en voz alta que se sentara. La madre de Olivia miró hacia su hija, vio que Mary había ocupado su butaca y la saludó fugazmente con la mano antes de encontrar un hueco al lado de la madre de Mary.

Olivia inspiró hondo, preparándose mentalmente para su tercer encuentro con el cuarteto de cuerda de las Smythe-Smith. El año anterior había perfeccionado mucho su técnica; consistía en respirar profundamente, buscar un punto fijo en la pared que había tras las chicas del que no tuviera que apartar la vista y reflexionar sobre los diversos y variados viajes que pudieran surgirle, por muy vulgares o poco originales que fueran:

Lugares en los que preferiría estar. Edición 1821,

por lady Olivia Bevesltoke.

En Francia.

Con Miranda.

Con Miranda en Francia.

En la cama con una taza de chocolate y un periódico.

En cualquier parte con una taza de chocolate y un periódico.

En cualquier parte con una taza de chocolate o un periódico.

Miró hacia Mary, que parecía a punto de quedarse dormida. El algodón se le había medio salido de las orejas, y Olivia prácticamente tuvo que reprimirse para evitar sacárselo.

De haberse tratado de Winston o Miranda, se lo habría sacado sin dudarlo.

Los compases de Bach, reconocibles únicamente por su melodía barroca… bueno, ella no llamaría a eso melodía, exactamente, pero sí tenía algo que ver con las notas de una escala que subían y bajaban. Fuera lo que fuera, aquello era una ofensa para los oídos y Olivia volvió a girar bruscamente la cabeza al frente.

Los ojos clavados en la pared, los ojos en la pared.

Preferiría estar:

Nadando.

Montando a caballo.

Nadando a lomos de un caballo, no.

Dormida.

Tomándose un helado.

¿Valía esto último como lugar? En realidad, era más bien una experiencia, como «estar dormido», claro que dormir implicaba estar en la cama, que era un sitio. Aunque, para ser exactos, uno podía dormirse sentado. Olivia nunca lo hacía, pero su padre a menudo se quedaba dormido en el salón durante los «ratos en familia» que su madre había establecido, y por lo visto Mary podía hacerlo incluso durante esta cacofonía.

La muy traidora. Ella jamás habría llevado algodones solamente para ella.

«Clava los ojos en la pared, Olivia».

Soltó un suspiro (un poco demasiado fuerte, aunque no es que pudiera oírla nadie) y volvió a hacer sus respiraciones profundas. Se concentró en un candelabro que había detrás de la triste cabeza de la viola; no, mejor de la cabeza de la triste viola…

La verdad era que esa chica no parecía feliz. ¿Sabía lo mal que tocaba el cuarteto? Porque saltaba a la vista que las otras tres no tenían ni idea. Pero la que tocaba la viola, era distinta, era…

Hizo que Olivia escuchara realmente la música.