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«¡No puede ser! ¡No puede ser!» Su cerebro se rebeló y volvió a retomar esas malditas inspiraciones, y…

Y entonces el recital terminó, y las músicas se levantaron e hicieron unas reverencias bastantes coquetas. Olivia se sorprendió a sí misma parpadeando demasiado; al parecer, no podía mover adecuadamente los ojos después de tenerlos tanto rato clavados en un punto fijo.

– Te has dormido -le dijo a Mary, dedicándole una mirada como de decepción.

– No es verdad.

– ¡Sí que lo es!

– Bueno, en cualquier caso esto ha funcionado -contestó ella, sacándose el algodón de los oídos-. No he oído casi nada. ¿Adónde vas?

Olivia ya estaba a mitad de pasillo.

– Al cuarto de baño. No aguanto… -Y decidió que eso tendría que bastar. No había olvidado que era posible que sir Harry Valentine estuviese en algún punto de la sala, por lo que si alguna situación requería prisa, era ésa.

No es que ella fuese una cobarde, en absoluto. No estaba tratando de evitar a ese hombre, simplemente intentaba evitar que él tuviera la oportunidad de sorprenderla.

«¡No hay que bajar la guardia!» Si hasta ahora no había sido su lema, ahora lo haría suyo.

¿Acaso no le impresionaría eso gratamente a su madre? Siempre le decía que fuese más perfeccionadora. No, eso no estaba bien dicho. ¿Qué era lo que decía su madre? Daba igual; ya estaba casi en la puerta. Únicamente tenía que pasar junto a sir Robert Stoat y…

– Lady Olivia.

¡Maldita sea! ¿Quién…?

Se giró y se le encogió el corazón. Y cayó en la cuenta de que sir Harry Valentine era mucho más alto de lo que le había parecido desde su despacho.

– Disculpe -dijo ella sin inmutarse, porque siempre se le había dado bastante bien actuar-. ¿Nos conocemos?

Pero por la burlona curva de su sonrisa, Olivia estaba casi segura de que no había sido capaz de disimular su fugaz sorpresa inicial.

– Perdone -le dijo él con suavidad, y ella se estremeció, porque su voz… no era como había pensado que sería. Sonaba como el olor del brandy y le pareció que sabría a chocolate. Y no sabía muy bien por qué había sentido un escalofrío, ya que tenía bastante calor ahora-. Sir Harry Valentine -musitó, haciéndole con educación una elegante reverencia-. Usted es lady Olivia Bevelstoke, ¿verdad?

Olivia levantó el mentón un par de centímetros, sintiéndose importantísima.

– Sí.

– En ese caso estoy encantado de conocerla.

Ella asintió. Probablemente debería hablar; desde luego sería más educado, pero sentía que su compostura peligraba y era más aconsejable que se quedase callada.

– Soy su nuevo vecino -añadió sir Harry Valentine, que parecía un tanto divertido con su reacción.

– ¡Claro! -repuso Olivia, manteniendo el rostro inexpresivo; sir Harry no podría con ella-. Su casa está al sur de la mía, ¿verdad? -preguntó, satisfecha por el tono ligeramente indiferente de su voz-. Había oído que estaba en alquiler.

Él no dijo nada. No enseguida. Pero sus ojos se clavaron en los de ella, que necesitó toda su fortaleza para mantener su expresión plácida, serena y ligeramente curiosa nada más. Olivia consideró esto último necesario; de no haber estado espiándole durante prácticamente una semana, el encuentro le habría parecido sin duda un tanto curioso.

Era un desconocido que actuaba como si ya se conocieran.

Un desconocido, guapo.

Un desconocido guapo que parecía que fuese…

¿Por qué le estaba mirando a los labios?

¿Por qué estaba ella relamiéndose los suyos?

– Bienvenido a Mayfair -se apresuró a decir ella. Lo que fuera con tal de romper el silencio. El silencio no la beneficiaba, no con este hombre, ya no-. Tendremos que invitarle a casa.

– Me encantaría -replicó él aparentemente serio, y Olivia no salió de su asombro. No sólo porque había dicho que le encantaría, sino porque realmente pretendiese aceptar el ofrecimiento, que cualquier idiota habría visto que era sólo por educación.

– Perfecto -dijo ella convencida de que no estaba tartamudeando, sólo que sí hablaba tartamudeando un poco o como si tuviese algo en la garganta-. Si me permite… -Señaló la puerta, porque seguro que al interceptarle al paso él se había fijado en que ella se dirigía hacia la salida.

– Hasta la próxima, lady Olivia.

Ella trató de dar con una contestación ingeniosa, o incluso sarcástica y astuta, pero su mente estaba confusa y no se le ocurrió nada. Él la miraba fijamente con una expresión que no parecía revelar nada de su persona y que, sin embargo, lo decía todo de ella. Tuvo que recordarse a sí misma que sir Harry no conocía todos sus secretos; que no la conocía.

¡Cielo santo! Pero si al margen de esta tontería del espionaje, ¡no tenía ningún secreto!

Y eso él tampoco lo sabía.

Un tanto entonada por la indignación, Olivia le saludó con la cabeza; un movimiento leve y cortés, perfectamente adecuado para una despedida. Y entonces, recordándose a sí misma que era lady Olivia Bevelstoke y que estaba como pez en el agua en cualquier situación social, se giró y se fue.

Y cuando se le trabaron los pies, agradeció enormemente estar ya en el vestíbulo, donde él no pudo verla.

Capítulo 4

Había ido bien.

Harry se congratuló mientras observaba a lady Olivia saliendo apresuradamente de la sala. No es que se moviese a gran velocidad, en absoluto, pero tenía los hombros un poco encogidos y se había recogido el vestido con la mano, levantando los bajos; aunque no muchos centímetros, sino como hacían las mujeres cuando tenían que correr. No obstante, ella se sujetaba el bajo, un gesto sin duda inconsciente, como si sus dedos creyeran que necesitaban prepararse para salir corriendo, aun cuando el resto de su persona hubiera decidido mantener la calma.

Ella sabía que él la había visto espiándolo. Él también lo sabía, naturalmente. Si no hubiese tenido esa certeza en el instante en que sus miradas se habían cruzado tres días antes, lo habría sabido poco después; porque ella había echado las cortinas y no se había asomado a la ventana ni una sola vez desde que él la descubriera.

Un claro reconocimiento de culpabilidad. Un error que un verdadero profesional no habría cometido jamás. Si él hubiese estado en su pellejo…

Claro que él nunca habría estado en su pellejo. No le gustaba el espionaje, nunca le había gustado, y el Departamento de Guerra era plenamente consciente de ello. Pero aun así, bien mirado, nunca le habrían pillado.

El desliz de Olivia había confirmado sus sospechas. Ella era exactamente lo que aparentaba; la típica niña de buena cuna, con toda probabilidad mimada. Tal vez un poco más fisgona que la media; sin duda más atractiva que la media. La distancia (por no hablar de las dos ventanas de cristal que los separaban) no le había hecho justicia. No había podido ver su cara, no del todo. Había atisbado la forma, un poco parecida a un corazón y a la vez un poco ovalada; pero no había visto sus rasgos, que tenía los ojos un tanto más separados de lo normal y que sus pestañas eran tres tonos más oscuras que sus cejas.

El pelo se lo había visto con bastante claridad: suave, de color mantequilla, bastante rizado. No debería haberle parecido más seductor ahora que cuando lo llevaba suelto sobre los hombros, pero por alguna razón, a la luz de las velas, con ese rizo que le colgaba junto al cuello…

Había sentido deseos de tocarla. Había deseado tirar con suavidad del rizo sólo para ver si al soltarlo volvía rápidamente a su sitio, y luego había deseado sacarle las horquillas, una a una, y observar cómo cada bucle se le desprendía del peinado, haciendo que poco a poco pasara de la perfección gélida a ser una divinidad apoteósica.

¡Santo Dios!

Y ahora Harry estaba declaradamente indignado consigo mismo. Sabía que aquella noche no debería haber leído ese libro de poesía antes de salir. Y en francés, para más inri. Esa maldita lengua siempre le ponía cachondo.