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Pero antes de que pudieran cruzar la sala, fueron abordados por una de las madres de la familia Smythe-Smith, que gritaba:

– ¡Señor Grey! ¡Señor Grey!

A juzgar por la intensidad de su voz, decidió Harry, el conde de Newbury debía de estar teniendo problemas para dar con una esposa fértil.

A favor de Sebastian había que decir que no manifestó ni pizca de su prisa por irse cuando se giró y dijo:

– Señora Smythe-Smith, ha sido una velada deliciosa.

– Me alegro mucho de que haya podido asistir -repuso ella con entusiasmo.

Sebastian le respondió con una sonrisa, la clase de sonrisa que daba a entender que no se imaginaba en sitio mejor. Y entonces hizo lo que hacía siempre que quería zanjar una conversación.

– Permítame que le presente a mi primo, sir Harry Valentine -dijo.

Harry la saludó con un movimiento de cabeza, diciendo su nombre en voz baja. Era evidente que la señora Smythe-Smith consideraba que Sebastian era el premio gordo. Lo miró directamente a los ojos y le preguntó:

– ¿Qué le ha parecido mi Viola? ¿A que ha estado sencillamente magnífica?

Harry no logró ocultar del todo su sorpresa. ¿Su hija se llamaba Viola?

– Toca el violín -explicó la señora Smythe-Smith.

– ¿Y cómo se llama la que toca la viola? -preguntó Harry sin poder evitarlo.

La señora Smythe-Smith lo miró con cierta impaciencia.

– Marianne. -Luego volvió a dirigirse a Sebastian-: Viola es la solista.

– ¡Ah…! -exclamó Sebastian-. Ha sido una sorpresa muy especial.

– ¡Ya lo creo! Estamos muy orgullosos de ella. Tendremos que programar solos para el año que viene.

Para no ser menos, Harry empezó a planear su viaje al Ártico.

– Estoy muy contenta de que haya podido venir, señor Grey -continuó la señora Smythe-Smith, al parecer sin darse cuenta de que eso ya lo había dicho-. Tenemos otra sorpresa para esta noche.

– ¿Le he comentado que mi primo es un baronet? -añadió Sebastian-. Tiene una finca preciosa en Hampshire, donde se caza maravillosamente.

– ¿En serio? -La señora Smythe-Smith se volvió a Harry mirándolo con otros ojos y una amplia sonrisa-. Le agradezco mucho su asistencia, sir Harry.

Sir Harry habría respondido con algo más que un asentimiento de cabeza, sólo que estaba tramando el fallecimiento inminente del señor Grey.

– Les contaré nuestra sorpresa -dijo emocionada la señora Smyhte-Smith-. Quiero que sean los primeros en saberlo. ¡Habrá baile! ¡Esta noche!

– ¿Baile? -repitió Harry, cuya sorpresa casi lo empujó a decir incoherencias-. Mmm… ¿tocará Viola?

– ¡Claro que no! No quisiera que se perdiera el baile. Pero da la casualidad de que contamos con otros músicos aficionados entre el público, y la espontaneidad es sumamente divertida ¿no creen?

Para Harry la espontaneidad era tan indeseada como las visitas al dentista. De lo que sí tenía una excelente opinión, sin embargo, era de la venganza rastrera.

– A mi primo -dijo con gran sentimiento- le encanta bailar.

– ¿Le gusta? -La señora Smythe-Smith se dirigió a Sebastian con regocijo-: ¿Le gusta, señor Grey?

– Sí -respondió Sebastian, tal vez con un poco más de tensión de la necesaria, teniendo en cuenta que no era mentira; le gustaba bailar, mucho más de lo que le había gustado nunca a Harry.

La señora Smythe-Smith miró a Sebastian con beatífica expectación. Harry los miró a ambos con complacida expectación; le encantaban los finales felices. Sobre todo cuando la balanza se inclinaba a su favor.

Consciente de que Harry había jugado mejor sus cartas, Sebastian le dijo a la señora Smyhte-Smith:

– Espero que su hija se reserve el primer baile para mí.

– Será un honor para ella hacerlo -dijo la señora Smyhte-Smith, juntando alegremente las manos-. Si me disculpan, debo ocuparme de que empiece la música.

Sebastian esperó a que ella se mezclara entre el público y entonces dijo:

– Ésta me la pagarás.

– No, creo que ahora estamos en paz.

– Bueno, en cualquier caso tú también tendrás que quedarte aquí conmigo -repuso Sebastian-. A menos que quieras ir andando a casa.

Harry habría contemplado esa posibilidad, si no estuviese lloviendo a cántaros.

– Te esperaré encantado -le dijo, con toda la alegría del mundo.

– ¡Vaya, mira! -exclamó Sebastian en un tono de sorpresa evidentemente falso-. Lady Olivia está justo ahí. ¡Apuesto a que le gusta bailar!

«¡A que no!», pensó en decirle Harry, pero ¿para qué, realmente? Sabía que su primo se apostaría cualquier cosa.

– ¡Lady Olivia! -gritó Sebastian.

La dama en cuestión se giró y hubiera sido imposible esquivarlos porque Sebastian se abrió paso entre el público para llegar hasta ella. Tampoco Harry supo encontrar el modo de evitar el encuentro, aunque no quería darle a Olivia esa satisfacción.

– Lady Olivia -volvió a decir Sebastian en cuanto estuvieron bastante cerca como para poder mantener una conversación-. Es un placer verla.

Ella hizo un leve movimiento de cabeza.

– Señor Grey.

– Está usted muy taciturna esta noche, ¿verdad, Olivia? -musitó Sebastian, pero antes de que Harry pudiera asombrarse por la familiaridad de semejante afirmación, continuó diciendo-: ¿Conoce a mi primo, sir Harry Valentine?

– Mmm… sí -balbució ella.

– He conocido a lady Olivia esta misma noche -intervino Harry, preguntándose qué tramaría Sebastian. Sabía perfectamente que lady Olivia y él ya habían hablado.

– Sí -dijo lady Olivia.

– ¡Ay…, pobre de mí! -exclamó Sebastian, cambiando de tema con asombrosa rapidez-. La señora Smythe-Smith me está haciendo señas. Debo encontrar a su Viola.

– ¿Ella toca también? -inquirió lady Olivia, con la mirada nublada por la confusión. Y quizá por cierta inquietud.

– No lo sé -contestó Sebastian-, pero está claro que ha organizado el futuro de su progenie. Viola es su querida hija.

– Toca el violín -intervino Harry.

– ¡Oh! -Olivia parecía divertida con la ironía del asunto. O tal vez sólo perpleja-. Naturalmente.

– Que disfruten del baile -deseó Sebastian, dedicándole a Harry una fugaz mirada de intenciones claramente malignas.

– ¿Hay baile? -preguntó lady Olivia, con aspecto un tanto alarmado.

Harry se compadeció de ella.

– Tengo entendido que el cuarteto Smythe-Smith no tocará.

– ¡Qué… bien! -Lady Olivia carraspeó-. Para ellas, naturalmente. Así podrán bailar. Estoy segura de que querrán bailar.

Harry sintió que un destello de malicia lo recorría por dentro (¿o era de amenaza?).

– Tiene los ojos azules -comentó.

Ella le miró espantada.

– ¿Cómo dice?

– Sus ojos -susurró-. Que son azules. Me lo había parecido, por el colorido de su piel y su pelo, pero desde tan lejos resultaba difícil saberlo.

Ella se quedó petrificada, pero Harry admiró su firme determinación cuando dijo:

– No tengo la menor idea de qué me habla.

Él se le acercó lo bastante como para que ella viera sus ojos.

– Los míos son marrones.

Dio la impresión de que ella estaba a punto de contestar, pero en lugar de eso parpadeó varias veces y casi pareció que lo escudriñaba más atentamente.

– Lo son -musitó-. ¡Qué raro!

Harry no sabía con seguridad si su reacción era graciosa o preocupante. Sea como fuere, la provocación no había terminado.

– Creo que ya empieza la música -anunció él.

– Debería buscar a mi madre -soltó ella.

Lady Olivia estaba empezando a desesperarse. A Harry eso le gustó.

Después de todo, tal vez la velada acabase siendo agradable.

Capítulo 5

Tenía que haber una manera de hacer que la velada llegase a su fin. A ella se le daba mucho mejor actuar que a Winston. Olivia decidió que, si él podía fingir un resfriado de forma convincente, ella podría sin duda hacer lo propio con la peste.