Sólo que al cabo de apenas un cuarto de hora, Mary Cadogan apareció literalmente corriendo.
– Tu madre me ha dicho que estabas aquí -le dijo sin aliento-. ¿Ya te encuentras mejor?
– ¿Has hablado con mi madre? -preguntó Olivia, incapaz de dar crédito a su mala suerte.
– El sábado me dijo que me mandaría un mensaje en cuanto te encontraras mejor.
– Mi madre es increíblemente rápida -dijo Olivia entre dientes.
– ¿A que sí?
Sally se deslizó un poco en el banco, sin levantar la vista apenas de su bordado. Mary tomó asiento entre las dos y estuvo buscando la posición adecuada hasta que entre su falda rosa y la verde de Olivia pudieron verse un par de centímetros de banco.
– Quiero saberlo todo -le dijo Mary a su amiga, en voz baja y expectante.
A Olivia se le pasó por la cabeza fingir un desconocimiento absoluto, pero ¿para qué en realidad? Ambas sabían perfectamente de lo que le estaba hablando.
– No hay mucho que contar -le dijo, enrollando el periódico en un intento por recordarle a Mary que había venido al parque a leer-. Me identificó como vecina suya y me pidió que bailáramos. Fue todo muy civilizado.
– ¿Comentó algo de su prometida?
– Por supuesto que no.
– ¿Y sobre Julian Prentice?
Olivia puso los ojos en blanco.
– ¿De veras crees que le contaría a una absoluta desconocida, mujer además, que le puso un ojo morado a otro caballero de un puñetazo?
– No -contestó Mary con pesar-. Era demasiado pedir, la verdad. ¡No hay manera de que alguien me dé los detalles!
Olivia hizo lo posible por aparentar que todo el asunto la aburría.
– Muy bien -continuó Mary sin inmutarse ante la falta de respuesta de su amiga-. Háblame del baile.
– Mary. -Fue un pequeño gruñido, un pequeño chasquido; ordinario, sin duda, pero es que bajo ningún concepto quería Olivia contarle nada a Mary.
– Tienes que contármelo -insistió su amiga.
– Alguna otra cosa de interés habrá en Londres, aparte de mi único, brevísimo y aburridísimo baile con sir Harry Valentine ¿no?
– La verdad es que no -respondió Mary, que se encogió de hombros y luego reprimió un bostezo-. A Philomena se la ha llevado su madre a la fuerza a Brighton, y Anne está enferma. Probablemente haya pillado el mismo resfriado que pillaste tú.
«Probablemente no», pensó Olivia.
– Nadie ha visto a sir Harry desde el recital -añadió Mary-. No ha ido a ningún sitio más.
Cosa que no sorprendió a Olivia. Lo más probable es que estuviese sentado frente a su escritorio, garabateando con frenesí. Y posiblemente llevara puesto ese ridículo sombrero.
Aunque ella no podía saberlo. Llevaba días sin asomarse a la ventana, sin mirar hacia ella siquiera. Bueno, en cualquier caso no más de seis u ocho veces.
Diarias.
– ¿De qué hablasteis entonces? -inquirió Mary-. Sé que hablaste con él. Vi cómo movías los labios.
Olivia se giró hacia ella, los ojos encendidos de rabia.
– ¿Me estuviste leyendo los labios?
– ¡Oh, venga ya! Como si tú nunca hubieras hecho eso.
No solamente era cierto, sino además irrefutable, puesto que lo había hecho con Mary. Pero estaba claro que era pertinente una respuesta (no, una réplica), de modo que Olivia resopló ligeramente y dijo:
– Nunca te lo he hecho a ti.
– Pero lo harías -repuso Mary con rotundidad.
También cierto, pero no era algo que Olivia tuviese la intención de admitir.
– ¿De qué hablasteis? -volvió a preguntar Mary.
– De nada especial -mintió Olivia enrollando de nuevo el periódico, esta vez haciendo más ruido. Había echado un vistazo a las páginas de sociedad (siempre empezaba por el final), pero quería leer las noticias relacionadas con el parlamento. Siempre las leía. Todos los días. Ni siquiera su padre las leía a diario, y eso que era un miembro de la Cámara de los Comunes.
– Parecías enfadada -insistió Mary.
«Ahora lo estoy», quiso quejarse Olivia.
– ¿Lo estabas?
– Te habrás equivocado.
– No lo creo -dijo Mary con esa horrible voz cantarina con la que hablaba cuando creía que tenía razón.
Olivia desvió la mirada hacia Sally, que estaba pasando su aguja por la tela, fingiendo no escuchar. Entonces volvió los ojos hacia Mary, dedicándole una mirada de socorro, como diciendo: «Delante de los criados no».
No era una solución definitiva al problema de Mary, pero al menos la tendría un rato callada.
Volvió a enrollar el periódico y acto seguido se miró las manos consternada. Lo había cogido antes de que el mayordomo tuviera ocasión de planchar el papel y ahora la tinta se le estaba quedando pegada en la piel.
– ¡Qué asco! -exclamó Mary.
A Olivia no se le ocurrió ninguna respuesta, salvo:
– ¿Dónde está tu doncella?
– ¡Ah…, está ahí! -contestó Mary, señalando con la mano a un punto indefinido del espacio que quedaba a sus espaldas. Y entonces Olivia comprendió su tremendo error de cálculo, porque al instante Mary se giró hacia Sally y le dijo-: Conoces a Genevieve, ¿verdad? ¿Por qué no vas a hablar con ella?
Sally conocía a la doncella de Mary, y también sabía que sus conocimientos de la lengua inglesa eran, en el mejor de los casos, limitados, pero como Olivia no pudo intervenir e insistirle en que no hablase con Genevieve, Sally se vio obligada a dejar de bordar y acudir a su encuentro.
– ¡Bravo! -exclamó Mary con orgullo-. ¡Excelente táctica! Ahora cuéntame, ¿cómo es sir Harry? ¿Es guapo?
– Ya lo has visto.
– Sí, pero ¿es guapo de cerca? Tiene unos ojos… -Mary se estremeció.
– ¡Bah! -exclamó Olivia, recordando de pronto-. Son marrones, no de color gris azulado.
– No puede ser. Estoy convencida…
– Te equivocaste.
– No, nunca me equivoco en cosas como ésa.
– Mary, estuve a esto de su cara -dijo Olivia, señalando la distancia que las separaba-. Te aseguro que sus ojos son marrones.
Mary parecía horrorizada. Finalmente, sacudió la cabeza y dijo:
– Seguro que es por esa forma tan penetrante que tiene de mirar a las personas. Di por sentado que sus ojos eran azules. -Parpadeó pensativa-. O grises.
Olivia puso los ojos en blanco y miró al frente, esperando que ése fuera el fin de la conversación, pero Mary no era fácil de disuadir.
– Todavía no me has hablado de él -señaló.
– Mary, no hay nada que decir -insistió Olivia. Clavó los ojos en su regazo, consternada. Su periódico era ahora un bulto arrugado e ilegible-. Me pidió que bailara con él y yo acepté.
– Pero… -Y entonces Mary ahogó un grito.
– Pero ¿qué? -Lo cierto es que Olivia ya estaba empezando a perder la paciencia.
Mary le agarró del brazo, le agarró del brazo con fuerza.
– ¿Qué ocurre ahora?
Su amiga señaló con un dedo hacia el lago Serpentine.
– Mira allí.
Olivia no vio nada.
– A caballo -susurró Mary.
Olivia desvió la vista a la izquierda y entonces…
«¡Oh, no!» Imposible.
– ¿Es él?
Olivia no contestó.
– ¿Sir Harry? -aclaró Mary.
– Ya sé a quién te refieres -soltó Olivia.
– Creo que es sir Harry, sí -dijo Mary alargando el cuello.
Olivia sabía que era él, no tanto porque se parecía al caballero en cuestión, sino porque siempre le pasaba todo a ella.
– Monta bien -musitó Mary admirada.
Olivia decidió que había llegado el momento de actuar desde la fe y rezar. Tal vez él no las vería. Tal vez decidiría ignorarlas. Tal vez un rayo…