Todos los criados estaban también al tanto. No es que fueran muchos; los Valentine se las arreglaban bastante bien con su cuidada casa de Sussex y las 100 libras anuales que seguían recibiendo como parte de la dote de Katarina. Pero esto no se traducía en una riqueza espléndida, y eran ocho los empleados que tenían: mayordomo, cocinero, ama de llaves, caballerizo, dos lacayos, criada y fregona. La mayoría decidió seguir con la familia pese a los ocasionales y desagradables quehaceres relacionados con el alcohol. Puede que sir Lionel fuese un borracho, pero no era un borracho cruel. Tampoco era tacaño, y hasta las criadas aprendieron a limpiar sus vomiteras si ello significaba alguna que otra moneda de propina cuando él recordaba suficientemente sus actividades como para avergonzarse de ellas.
De modo que Harry no estaba realmente seguro de por qué seguía limpiando los desperdicios de su padre, ya que sin duda podría haber dejado que lo hiciera alguien más. Tal vez no quería que los criados supieran la frecuencia con la que esto ocurría. Tal vez necesitara un recordatorio visceral de los peligros del alcohol. Tenía entendido que su abuelo paterno había sido igual. ¿Estas cosas se transmitían de padres a hijos?
No quería averiguarlo.
Y entonces, de repente, Granmère murió. No pacíficamente durante el sueño; Olga Petrova Obolenskiy Dell jamás se iría de este mundo con tanta discreción. Estaba sentada a la mesa del comedor, a punto de hundir su cuchara en la sopa, cuando se llevó la mano al pecho, jadeó varias veces y sufrió un colapso. Más tarde comentaron que debió de tener cierto grado de conciencia antes de caer sobre la mesa, porque su rostro esquivó totalmente la sopa y no se sabe cómo logró golpear el cubierto, enviando por los aires una cucharada del líquido hirviendo hacia sir Lionel, cuyos reflejos estaban demasiado embotados para apartarse.
Harry no presenció esto personalmente; a los 12 años no le estaba permitido cenar con los adultos. Pero Anne lo vio todo, y se lo refirió a Harry con la respiración entrecortada.
– ¡Y entonces se ha sacado la corbata!
– ¿En la mesa?
– ¡En la mesa! ¡Y se le veía la quemadura! -Anne alzó la mano, sus dedos pulgar e índice pellizcándose unos dos centímetros y medio de cuello-. ¡Así de grande!
– ¿Y Granmère?
Anne se puso un poco más seria. Pero sólo un poco.
– Creo que está muerta.
Harry tragó saliva y asintió.
– Era muy mayor.
– Tenía por lo menos noventa.
– No creo que tuviera noventa.
– Pues los aparentaba -musitó Anne.
Harry no dijo nada. No estaba seguro del aspecto que debía tener una anciana de 90 años, pero desde luego Granmère tenía más arrugas que ninguna de las personas que conocía.
– Pero ¿te cuento la parte más curiosa? -dijo Anne. Se inclinó hacia delante en actitud confidencial-. Mamá.
Harry parpadeó varias veces.
– ¿Qué ha hecho?
– Nada. Nada de nada.
– ¿Estaba sentada al lado de Granmère?
– No, no me refiero a eso. Estaba enfrente y en diagonal… demasiado lejos para ayudar.
– ¿Y…?
– Simplemente se ha quedado sentada -le interrumpió Anne-. No se ha movido. Ni siquiera ha hecho ademán de levantarse.
Harry pensó en ello. Lo lamentaba, pero no era ninguna sorpresa.
– Ni siquiera ha cambiado la expresión de su cara. Se ha quedado ahí sentada, así. -Anne puso una cara decididamente inexpresiva, y Harry tuvo que reconocer que era exactamente igual a la de su madre.
– Te diré algo -dijo Anne-. Si hubiera sufrido un colapso delante de mí, como mínimo habría puesto cara de sorpresa. -Sacudió la cabeza-. Son ridículos, los dos. Papá no hace más que beber y mamá no hace nada en absoluto. Lo dicho, que me muero de ganas de que llegue mi cumpleaños. Me da igual el luto. Yo me caso con William Forbush, y no habrá nada que ninguno de ellos pueda hacer al respecto.
– No creo que debas preocuparte por eso -dijo Harry. Posiblemente su madre no tendría ninguna opinión sobre el asunto y su padre estaría demasiado borracho para darse cuenta.
– Mmm… Probablemente tengas razón. -Anne frunció los labios con pesar y entonces, en una inusitada demostración de cariño fraternal, alargó un brazo y le dio a su hermano un apretón en el hombro-. Tú también te irás pronto. No te preocupes.
Harry asintió. Se suponía que en unas semanas se iba al colegio.
Y si bien se sentía un tanto culpable por tener que irse mientras que Anne y Edward se quedaban, su culpabilidad quedó totalmente anulada por la abrumadora sensación de alivio que lo inundó la primera vez que partió hacia el colegio.
Irse fue estupendo. Con el debido respeto a Granmère y sus monarcas favoritos, puede que fuese hasta «grande».
La vida de estudiante de Harry resultó ser tan gratificante como se había imaginado. Estudió en Hesslewhite, una academia bastante estricta para aquellos chicos cuyas familias carecían de influencias (o, en el caso de Harry, el interés) para mandar a sus hijos a Eton o Harrow.
A Harry le encantaba el colegio. Le encantaba. Le encantaban las clases, le encantaba el deporte y le encantaba irse a la cama y no tener que desviarse hacia todos los rincones del edificio, haciendo su inspección tardía en busca de su padre, cruzando los dedos para que se hubiese desmayado antes de ensuciarlo todo. En el colegio Harry hacía un recorrido directo desde la sala común hasta su dormitorio, y le encantaba cada paso que daba sin sobresaltos.
Pero todo lo bueno tenía un final, y a los 19 años se graduó con el resto de la clase, incluido Sebastian Grey, primo hermano e íntimo amigo. Hubo una ceremonia, ya que la mayoría de los chicos deseaba celebrar la ocasión, pero Harry «olvidó» hablarle de ello a su familia.
– ¿Dónde está tu madre? -le preguntó su tía Anna. Al igual que le pasaba a la madre de Harry, su voz no revelaba ni pizca de acento, pese al hecho de que Olga había insistido en hablarles sólo en ruso de pequeñas. Anna se había casado mejor que Katarina, contrayendo matrimonio con el segundo hijo de un conde. Pero esto no había provocado ningún distanciamiento entre las hermanas; al fin y al cabo, sir Lionel era un baronet, lo que significaba que era a Katarina a la que llamaban «su señoría». Pero era Anna la que tenía los contactos y el dinero, y quizá más importante, tenía un marido (hasta su muerte dos años antes) que raras veces se permitía beber más de una copa de vino en la cena.
Por eso cuando Harry masculló algo acerca de que su madre estaba demasiado cansada, Anna supo exactamente a qué se refería… a que si su madre venía, su padre vendría con ella. Y después de la espectacular exhibición de tambaleante grandeza de sir Lionel en la convocatoria de Hesslewhite de 1807, Harry era reacio a invitar a su padre a otro acto del colegio.
Cuando bebía, sir Lionel tendía a perder las «eses» al hablar, y Harry no estaba seguro de poder sobrevivir a otro discurso sobre su «ezpléndido colegio, ezpléndido», sobre todo porque lo había pronunciado encaramado a una silla.
Durante un momento de silencio.
Harry había intentado hacer bajar a su padre, y lo habría conseguido si su madre, que estaba sentada al otro lado de sir Lionel, hubiese ayudado en el intento. Sin embargo, estaba con la mirada clavada al frente, como hacía siempre en semejantes ocasiones, fingiendo no oír nada. Por lo que Harry tuvo que darle a su padre un tirón, que le hizo perder un poco el equilibrio. Sir Lionel bajó con estrépito y gritando, y se dio un golpe en la mejilla con el respaldo de la silla que estaba enfrente de Harry.