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– Creo que nos ha visto -dijo Mary, toda contenta y feliz-. Deberías saludar con la mano. Yo lo haría, pero no hemos sido presentados.

– No le des ánimos -le espetó Olivia.

Mary no dudó en arremeter contra ella.

– Sabía que no te caía bien.

Olivia cerró los ojos apesadumbrada. Se suponía que tenía que haber sido un paseo tranquilo y solitario. Se preguntó cuánto tardaría Mary en pillar el resfriado de Anne.

Entonces se preguntó si había algo que pudiera hacer para acelerar el contagio.

– Olivia -le susurró Mary, hincándole el codo en las costillas.

Olivia abrió los ojos. Sir Harry estaba ahora bastante más cerca, cabalgaba claramente en dirección a ellas.

– Me pregunto si el señor Grey estará también aquí -comentó Mary esperanzada-. Puede que sea el heredero de lord Newbury, ¿lo sabías?

Olivia se pegó una sonrisa forzada en la cara mientras sir Harry se acercaba, al parecer sin su primo, el presunto heredero. Reparó en que montaba bien, sí, y su montura era magnífica; un precioso capón castaño de calcetines blancos. Iba vestido para montar, para montar de verdad, no para trotar majestuosamente por el sendero del parque. La brisa le había despeinado el pelo moreno y tenía un poco de color en las mejillas, lo cual debería haberle hecho parecer menos distante y más simpático, pero para ello necesitaría sonreír, pensó Olivia con cierto desdén.

Sir Harry Valentine no iba por ahí regalando sonrisas; desde luego a ella no.

– Señoras -dijo, deteniéndose frente a ellas.

– Sir Harry. -Fue cuanto Olivia logró decir, teniendo en cuenta lo poco que le apetecía hablar.

Mary le propinó una patada.

– Permítame que le presente a la señorita Cadogan -dijo Olivia.

Él ladeó la cabeza cortésmente.

– Encantado de conocerla.

– Sir Harry -dijo Mary, devolviéndole el saludo con un movimiento de cabeza-. Qué día tan agradable, ¿verdad?

– De lo más agradable -contestó él-, ¿no le parece, lady Olivia?

– Sí, ciertamente -exclamó ella con tensión. Se volvió hacia Mary con la esperanza de que él hiciera lo mismo y le dirigiera sus preguntas a ésta.

Pero, naturalmente, no lo hizo.

– No la había visto nunca por Hyde Park, lady Olivia -le dijo sir Harry.

– Normalmente no me atrevo a salir tan temprano.

– Claro -musitó él-, me imagino que tendrá cosas muy importantes que hacer en casa a estas horas de la mañana.

Mary miró a Olivia con curiosidad. La frase de Harry era críptica.

– Cosas que hacer -continuó él-, gente a la que observar…

– ¿Ha venido su primo también? -se apresuró a preguntarle Olivia.

Harry arqueó las cejas con aire burlón.

– Sebastian raras veces sale antes de mediodía -contestó.

– ¿Y usted madruga?

– Siempre.

Otra cosa que detestaba de él. A Olivia no le importaba levantarse pronto, pero odiaba a la gente que presumía de ello.

No hizo ningún comentario más, tratando decididamente de alargar el momento hasta que resultase incómodo. Tal vez él se daría por aludido y se iría. Cualquier persona sensata sabía que era imposible que dos damas sentadas en un banco y un caballero a lomos de un caballo mantuviesen una conversación. Ya estaba empezando a sentir calambres en el cuello de tanto estirarlo.

Alargó el brazo y se masajeó un lado de éste, esperando que él captase la indirecta. Pero entonces (como era evidente que todo el mundo estaba en su contra, incluida ella misma) su memoria le jugó una mala pasada. Recordó sus pústulas imaginarias y lo de la peste de variedad bubónica. Y se echó a reír, ¡horror!

Sólo que no podía reírse, no con Mary sentada precisamente a su lado y sir Harry mirándola con esa arrogancia, de modo que selló la boca. Pero eso hizo que el aire le subiera por la nariz y resoplara; sin ninguna elegancia. Y le hizo cosquillas.

Lo cual hizo que se riera de verdad.

– ¿Olivia? -preguntó Mary.

– No es nada -dijo, haciendo un gesto con la mano mientras se volvía hacia el otro lado, intentando ocultar la cara-. En serio.

Gracias a Dios, sir Harry no dijo nada. Aunque probablemente fuese sólo porque creía que estaba loca.

Pero lo de Mary era otra historia, nunca sabía dónde estaba el límite.

– ¿Estás segura, Olivia? Porqué…

Olivia seguía con la cabeza girada hacia un lado, porque en cierto modo sabía que de lo contrario volvería a reírse.

– Es que me ha venido algo a la cabeza, eso es todo.

– Pero…

Mary dejó de darle la lata; asombroso.

Olivia se habría sentido aliviada, sólo que parecía muy poco probable que Mary desarrollase de pronto tacto y sentido común. Y, de hecho, resultó tener razón porque Mary no había interrumpido su frase fruto de su compasión por Olivia, en absoluto. Había dejado de hablar porque…

– ¡Oh, mira, Olivia! Tu hermano.

Capítulo 6

Harry tenía previsto dirigirse a casa. Tenía por costumbre salir a montar a primera hora de la mañana, aun estando en la ciudad, y se disponía a salir del parque cuando divisó a lady Olivia sentada en un banco. Esto despertó la suficiente curiosidad en él como para detenerse y que ésta le presentara a su amiga, pero tras un rato de cháchara decidió que ninguna de las dos le parecía bastante fascinante como para distraerlo del trabajo.

Sobre todo teniendo en cuenta que, de entrada, era lady Olivia Bevelstoke la causante de que fuese tan atrasado en sus traducciones.

Era cierto que ella había dejado de espiarle, pero el daño ya estaba hecho, pues cada vez que se sentaba frente al escritorio notaba los ojos de ella en el cogote, aunque sabía a la perfección que Olivia había corrido completamente las cortinas. Pero estaba claro que la realidad tenía muy poco que ver con el asunto, porque al parecer era mirar hacia la ventana de ella y él perdía una hora de trabajo.

Sucedía de este modo: miraba hacia la ventana, porque la ventana estaba ahí y era imposible no acabar mirando hacia allí a menos que él también corriese completamente las cortinas, cosa que no estaba dispuesto a hacer, dada la cantidad de tiempo que pasaba en su despacho. Así que veía la ventana y pensaba en Olivia, porque ¿en qué más podía pensar realmente al ver la ventana de su dormitorio? En ese momento empezaba a enfadarse, porque a) Olivia no merecía ese gasto de energía, b) ni siquiera estaba allí y c) por su culpa no estaba trabajando nada.

La c siempre desembocaba en un ataque de rabia aún mayor, esta vez contra sí mismo, porque d) la verdad es que debería tener más poder de concentración; e) no era más que una estúpida ventana y f) si se ponía nervioso por una mujer, ésta al menos debería gustarle.

En la f generalmente se le escapaba un fuerte gruñido y se obligaba a sí mismo a retomar la traducción. Eso funcionaba normalmente durante un par de minutos y luego volvía a levantar la vista, veía casualmente la ventana y volvía a repetirse la maldita y absurda historia.

Que fue por lo que cuando vio la cara de espanto que puso lady Olivia Bevelstoke al oír nombrar a su hermano decidió que no, que no necesitaba volver al trabajo todavía. Después de todas las molestias que le había causado, estaba deseoso de verla pasar por un trance similar.

– ¿Conoce al hermano de Olivia, sir Harry? -preguntó la señorita Cadogan.

Harry bajó de su montura de un salto; todo indicaba que se quedaría allí un rato.

– No he tenido el placer.

Al oír la palabra «placer», la cara de pocos amigos de lady Olivia fue inequívoca.

– Es su hermano gemelo -continuó la señorita Cadogan-. Ha acabado hace poco el curso universitario.

Harry se volvió hacia lady Olivia y dijo:

– No había caído en que eran ustedes gemelos.