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Ella se encogió de hombros.

– ¿Ha terminado sus estudios? -le preguntó.

Ella asintió secamente.

Al ver su actitud, Harry por poco cabeceó con desaprobación. Era una mujer realmente antipática. Lástima que fuese tan guapa, no se merecía el físico que tenía. Harry más bien creía que debería tener una enorme verruga en la nariz.

– En ese caso es posible que conozca a mi hermano -comentó Harry-. Seguramente tienen la misma edad.

– ¿Quién es su hermano? -preguntó la señorita Cadogan.

Harry les habló un poco de Edward y paró justo antes de que llegase el hermano de lady Olivia. Venía solo, a pie, tenía el paso ágil de un chico joven. Entonces reparó en que se parecía bastante a su hermana. Su pelo rubio era varios tonos más oscuros que el de ella, pero tenía exactamente el mismo brillo en la mirada, el mismo color y forma de ojos.

Harry hizo una reverencia; el señor Bevelstoke hizo lo propio.

– Sir Harry Valentine, mi hermano, el señor Bevelstoke; Winston, sir Harry -dijo lady Olivia con una falta de interés e inflexión en la voz asombrosa.

– Sir Harry -dijo Winston con educación-. Conozco a su hermano.

Harry no lo reconoció, pero supuso que el joven Bevelstoke pertenecía al círculo de Edward. Éste le había presentado a la mayoría de sus conocidos en uno u otro sitio, pero prácticamente ninguno era memorable.

– Tengo entendido que es usted nuestro nuevo vecino -dijo Winston.

Harry respondió diciendo algo en voz baja y asintiendo con la cabeza.

– El de la casa que queda al sur.

– Así es.

– Siempre me ha gustado esa casa -dijo Winston, o más bien pontificó. Desde luego parecía que estuviese a punto de hacer una gran revelación-. Es de ladrillo, ¿verdad?

– Winston -dijo Olivia con impaciencia-, sabes perfectamente que es de ladrillo.

– Sí, bueno -repuso él con un gesto de la mano, como quitándole importancia-, por lo menos estaba relativamente seguro de ello. No suelo prestar atención a esas cosas y, como bien sabes, mi dormitorio da al otro lado.

Harry notó que sus labios dibujaban lentamente una sonrisa. Esto no podía sino mejorar.

Winston se volvió a Harry y, sin motivo aparente, aparte del de torturar a su hermana, dijo:

– La habitación de Olivia da al sur.

– ¿Ah, sí?

Olivia puso cara de…

– Sí -confirmó Winston, acabando con las conjeturas de Harry acerca de cómo podía o no reaccionar lady Olivia. Pero pensó que una bronca espontánea estaba dentro de lo posible.

– Probablemente haya visto su ventana -siguió Winston-. Sería imposible no verla, en realidad. Está…

– Winston.

Harry retrocedió literalmente unos centímetros. Parecía que la violencia iba a estallar. Y aunque Winston era más alto que su hermana y pesaba más que ella, Harry creía que ganaría Olivia.

– Estoy segura de que a sir Harry no le interesa un plano del interior de nuestra casa -le espetó Olivia.

Winston se acarició el mentón pensativo.

– Yo no estaba pensando tanto en un plano del interior como en la fachada.

Harry se volvió a Olivia. No creía haber visto nunca una ira tan bien controlada. Era impresionante.

– Me alegro tanto de verte esta mañana, Winston -intervino la señorita Cadogan, muy posiblemente ajena a la tensión familiar-. ¿Sales a menudo tan temprano a la calle?

– No -contestó él-. Mi madre me ha enviado en busca de Olivia.

La señorita Cadogan sonrió alegremente y devolvió su atención a Harry.

– Entonces parece que es usted el único visitante matutino habitual por aquí, por el parque. Yo también he venido en busca de Olivia. Hace siglos que no tenemos ocasión de charlar. Ha estado enferma, ¿sabe?

– No lo sabía -dijo Harry-. Espero que se encuentre mejor.

– Winston también ha estado enfermo -explicó Olivia. Les dedicó una sonrisa aterradora-. Mucho más que yo.

– ¡Oh, no! -exclamó la señorita Cadogan con vehemencia-. ¡Cuánto lamento oír eso! -Se giró hacia Winston con gran preocupación-. De haberlo sabido, te habría traído una tintura.

– La próxima vez que caiga enfermo me aseguraré de decírtelo -le comentó Olivia. Se volvió a Harry, bajó el tono de voz y dijo-: Sucede con más frecuencia de la que querríamos. Es muy angustioso. -Y entonces susurró-: Le viene de nacimiento.

La señorita Cadogan se puso de pie, toda su atención puesta en Winston.

– ¿Ya te encuentras mejor? Porque debo decir que estás un poco pálido.

A Harry le parecía la viva estampa de la salud.

– Estoy bien -dijo Winston entre dientes. Su ira iba claramente dirigida hacia su hermana, quien seguía sentada en el banco, con aspecto de suma satisfacción por sus recientes logros.

La señorita Cadogan desvió la mirada hacia Olivia, que estaba cabeceando mientras movía los labios en silencio: «No lo está».

– Decididamente, te traeré la tintura -dijo la señorita Cadogan-. El sabor es un poco asqueroso, pero nuestra ama de llaves tiene una fe ciega en ella. E insisto en que vuelvas a casa de inmediato. Aquí fuera hace frío.

– De verdad que no es necesario -protestó Winston.

– De todas formas yo pensaba volver pronto -añadió la señorita Cadogan, demostrando que el joven Bevelstoke no tenía nada que hacer contra la suma de poderes de dos mujeres decididas-. Me puedes acompañar.

– Dile a mamá que volveré enseguida -dijo Olivia con dulzura.

Su hermano la fulminó con la mirada. Era evidente que había perdido, así que le ofreció el brazo a la señorita Cadogan y se fue con ella.

– Bien jugado, lady Olivia -dijo Harry admirado en cuanto los otros dos estuvieron fuera del alcance del oído.

Ella lo miró hastiada.

– No es usted el único caballero que me resulta irritante.

Como le fue imposible ignorar un comentario como ése, Harry se sentó a su lado, dejándose caer en el sitio recién desocupado por la señorita Cadogan.

– ¿Hay algo interesante? -preguntó señalando el periódico.

– ¡Cómo voy a saberlo, si no paran de interrumpirme! -repuso ella.

Él se rio entre dientes.

– Pues aprovecho para disculparme, por supuesto, pero no pienso darle la satisfacción de saberlo.

Ella apretó los labios, era de suponer que para reprimir una réplica.

Harry se reclinó y cruzó el tobillo derecho sobre la rodilla izquierda, dejando que su relajada postura indicase que no pensaba marcharse.

– Al fin y al cabo -reflexionó él en voz alta-, tampoco es que esté invadiendo su intimidad. Estamos sentados en un parque de Hyde Park, al aire libre, en un espacio público, etcétera.

Hizo un alto, dándole a Olivia la posibilidad de decir algo, pero como no dijo nada, él continuó:

– De haber querido intimidad, podría haberse llevado el periódico a su habitación o tal vez a su despacho. Son sitios donde presuntamente uno puede actuar en la intimidad ¿no cree?

Harry esperó de nuevo. Y, de nuevo, ella rehusó responder a la provocación. Así que redujo el tono de voz a un susurro y preguntó:

– ¿Tiene usted un despacho, lady Olivia?

Pensaba que no contestaría, puesto que Olivia tenía los ojos clavados al frente, decidida a no mirarlo a él, pero para gran sorpresa suya, soltó:

– No.

Harry la admiró por eso, pero no lo bastante para cambiar de táctica.

– ¡Qué pena! -musitó él-. Porque a mí me parece de lo más beneficioso tener un lugar para mí que no se utilice para dormir. Si desea leer el periódico lejos de miradas fisgonas, debería usted contemplar la posibilidad de tener un despacho, lady Olivia.

Ella se volvió a él con una expresión de extraordinaria indiferencia.

– Está sentado encima del bordado de mi doncella.

– Discúlpeme. -Harry miró hacia abajo, se sacó de debajo la tela (apenas había chafado el borde, pero decidió ser magnánimo y omitir comentario alguno) y la puso a un lado-. ¿Dónde está su doncella?