– ¿Eso dicen?
– Sí.
– ¿Y dicen cómo la maté?
– No.
– ¿Dicen cuándo?
– Quizá lo hayan dicho -mintió ella- y yo no estuviera escuchando.
– Mmm… -Parecía reflexionar sobre ello. Era una escena desconcertante tener a este hombre alto y absolutamente viril sentado en el salón malva de su madre con una delicada taza de té en la mano, al parecer reflexionando sobre un asesinato.
Harry tomó un sorbo.
– ¿Alguien ha dicho por casualidad cómo se llamaba ella?
– ¿Su prometida?
– Sí. -Fue un «sí» suave y absolutamente cortés, como si estuviesen hablando del tiempo o tal vez de las probabilidades de que Bucket of Roses ganase la Copa de Ascot el día de las damas.
Olivia dio una pequeña sacudida con la cabeza y se llevó su propia taza a los labios.
Harry cerró los ojos tan sólo un instante, luego la miró directamente a la cara mientras movía con decepción la cabeza a uno y otro lado.
– Lo único que importa es que ahora descansa en paz.
Olivia no sólo se atragantó con el té, sino que al escupirlo prácticamente lo envió al otro extremo del salón. Y él, el muy miserable, se rio.
– ¡Santo Dios! Hacía años que no me divertía tanto -dijo, intentando recobrar el aliento.
– Es usted despreciable.
– ¡Y usted me ha acusado de asesinato!
– No es verdad. Tan sólo le he trasladado lo que alguien más me ha dicho.
– ¡Claro! -exclamó él en tono burlón-, la diferencia es realmente notable.
– Para su información, yo no me lo creí.
– Su confianza en mí me llega al alma.
– Pues que no le llegue -le espetó ella-, simplemente fue cuestión de sentido común.
Harry volvió a reírse.
– ¿Por eso me estaba espiando?
– No… -¡Oh, venga ya! ¿Por qué seguía negándolo?-. Sí. -Casi escupió-. ¿No haría usted lo mismo?
– Yo quizá llamaría primero a la policía.
– Yo quizá llamaría primero a la policía -lo imitó ella, poniendo una voz que normalmente se reservaba para sus hermanos.
– Es usted muy irascible. -Ella lo fulminó con la mirada-. Muy bien, ¿descubrió por lo menos algo interesante?
– Sí -contestó Olivia entornando los ojos-. Lo descubrí.
Harry esperó. Luego, dijo finalmente, no sin sarcasmo:
– Cuéntemelo.
Ella se inclinó hacia delante.
– Explíqueme lo del sombrero.
Él la miraba como si se hubiese vuelto loca.
– ¿De qué está hablando?
– ¡Del sombrero! -exclamó Olivia agitando las manos alrededor de su cabeza, con las muñecas más elevadas como para dibujar el contorno de un sombrero-. ¡Era ridículo, tenía plumas! Y lo llevaba dentro de casa.
– ¡Ah, eso! -Harry ahogó una risita-. Lo hice en su honor, en realidad.
– Pero ¡si no sabía que estaba ahí!
– Me perdonará, pero sí lo sabía.
Olivia se quedó literalmente boquiabierta y dio la impresión de que estaba un poco mareada cuando preguntó:
– ¿Cuándo me vio?
– La primera vez que se plantó delante de la ventana. -Harry se encogió de hombros y arqueó las cejas como diciendo: «Ahora intente contradecirme»-. Esconderse no se le da tan bien como cree.
Enfadada, se dio por vencida. Era absurdo, pero Harry se figuró que ella consideraba aquello un insulto.
– ¿Y lo de arrojar los papeles a la chimenea? -preguntó Olivia.
– ¿No tira usted nunca papeles al fuego?
– No con tanta violencia.
– Bueno, eso también lo hice en su honor. Se estaba tomando tantas molestias que pensé que lo mejor sería que el tiempo invertido fuera provechoso.
– ¡Si será…!
Olivia no parecía capaz de acabar la frase, de modo que él añadió, casi con indiferencia:
– Estuve a punto de saltar sobre la mesa y bailar una giga, pero pensé que sería demasiado descarado.
– Ha estado riéndose de mí todo el tiempo.
– A ver… -Harry pensó en ello-. Sí.
Olivia se quedó boquiabierta. Parecía ultrajada, y Harry por poco se deshizo en disculpas (sin duda, debía de ser un reflejo masculino sentirse avergonzado cuando una mujer ponía esa cara); aunque ella no tenía nada a lo que agarrarse.
– Permítame recordarle -señaló él- que usted me espió. Si alguien puede ofenderse aquí, soy yo.
– Bien, pues creo que ya se ha vengado -respondió ella remilgadamente con el mentón levantado hacia arriba.
– ¡Oh, no sé qué decirle, lady Olivia! Pasará mucho tiempo antes de que estemos empatados.
– ¿Qué está tramando? -inquirió ella recelosa.
– Nada. -Harry sonrió de oreja a oreja-. Todavía.
Olivia resopló con gracia (la verdad es que fue de lo más entrañable) y él decidió ir por el jaque mate diciendo:
– ¡Ah, por cierto, nunca he estado prometido!
Ella parpadeó varias veces, parecía un tanto confusa por su repentino cambio de tercio.
– ¿Recuerda a la prometida muerta? -aportó Harry solícito.
– Ya no está muerta entonces.
– Es que de entrada nunca ha estado viva.
Ella asintió lentamente con la cabeza y luego preguntó:
– ¿Por qué ha venido hoy a mi casa?
De ninguna manera pensaba Harry contarle la verdad, que ella era ahora su misión y que él debía asegurarse de que no cometiera inconscientemente una traición. De modo que se limitó a decir:
– Me ha parecido un acto de cortesía.
En las próximas semanas tendría que pasar un montón de tiempo con ella y si no con ella por lo menos cerca de su persona. Ya no sospechaba que lo hubiera estado espiando con algún objetivo innoble. En realidad, nunca lo había sospechado, pero habría sido una estupidez no ser prudente. Aun así, su historia acerca de la prometida muerta era tan absurda que debía de ser cierta. Parecía justo el motivo por el que una debutante aburrida espiaría a un vecino.
Tampoco es que él supiese gran cosa de lo que hacían las debutantes aburridas.
Pero supuso que pronto lo sabría.
Le dedicó una sonrisa a Olivia. Se lo estaba pasando mucho mejor de lo que se había imaginado.
Por su cara parecía que ella fuese a poner los ojos en blanco y por alguna razón Harry deseó que lo hiciera. Le gustaba mucho más cuando gesticulaba y su rostro se cargaba de emoción. En el recital de las Smythe-Smith se había mostrado distante e inflexiblemente reservada. Salvo por unos cuantos destellos de ira inútiles, su cara había sido inexpresiva.
Lo cual a Harry le había parecido enervante, y se quedó con esa imagen como si se tratase del picor que nunca se va por mucho que uno se rasque.
Olivia le ofreció más té, y él lo aceptó curiosamente contento de prolongar la visita. Sin embargo, mientras le servía, el mayordomo volvió a entrar en la sala llevando una bandeja de plata.
– Lady Olivia -dijo entonando-. Ha llegado esto para usted.
El mayordomo se inclinó para que lady Olivia pudiese coger una tarjeta de la bandeja. Parecía una invitación, sofisticada y elegante, llevaba un lazo y estaba lacrada.
¿Lacrada?
Harry cambió ligeramente de postura, intentando obtener un ángulo de visión mejor. ¿Era un sello real? A los rusos les gustaban los motivos de adorno de su familia real. Supuso que a los británicos también, pero eso no venía al caso. El rey Jorge no iba detrás de Olivia.
Ella echó un vistazo a la tarjeta que tenía en las manos y a continuación la dejó encima de la mesa de al lado.
– ¿No quiere abrirla?
– Estoy segura de que no es urgente. Y no quisiera parecer grosera.
– ¡Por mí no se preocupe! -le aseguró él. Señaló la tarjeta y dijo-: Parece interesante.
Ella parpadeó unas cuantas veces, mirando primero hacia la tarjeta y luego levantando la vista hacia él con expresión de curiosidad.
– Elegante -matizó Harry al pensar que su primera elección de adjetivos no había sido acertada.