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– Ya sé quién la envía -replicó ella, visiblemente impasible pese a conocer la identidad del remitente.

Él ladeó la cabeza, esperando que el gesto sustituyese la pregunta que sería de mala educación formular en voz alta.

– ¡Bueno, está bien! -dijo ella, deslizando el dedo bajo el lacre-. Si insiste.

Harry no había insistido lo más mínimo, pero no tenía ninguna intención de decir nada que pudiese hacerle cambiar de idea.

Así pues, esperó pacientemente mientras ella leía, disfrutando con el abanico de emociones reflejadas en su cara. Olivia puso los ojos en blanco una vez, soltó una leve pero sentida exhalación y finalmente refunfuñó.

– ¿Malas noticias? -inquirió Harry con educación.

– No -contestó ella-. Sólo es una invitación que preferiría no aceptar.

– Pues no la acepte.

Ella sonrió con tensión o tal vez con pesar; imposible saberlo con seguridad.

– Es más bien una cita -le explicó Olivia.

– ¡Oh, venga ya! ¿Quién tiene autoridad para citar a la ilustre lady Olivia Bevelstoke?

Sin decir palabra, ella le entregó la tarjeta.

Capítulo 8

Razones por las que un príncipe podría fijarse en mí,

por lady Olivia Bevelstoke.

Porque está arruinado.

Porque se quiere casar conmigo.

Ninguna opción era especialmente apetecible. La ruina económica, por razones evidentes, y el matrimonio porque… en fin, por un sinfín de razones.

Razones por las que no me gustaría casarme

con un príncipe ruso,

por lady Olivia Bevelstoke.

Porque no hablo ruso.

Porque ni siquiera me defiendo en francés.

Porque no quiero irme a vivir a Rusia.

Porque tengo entendido que allí hace mucho frío.

Porque echaría de menos a mi familia.

Y por el té.

¿Tomaban té en Rusia? Alargó la mirada hacia sir Harry, que seguía estudiando la tarjeta que le había entregado. No sabía por qué, pero creía que él lo sabría. Había viajado mucho o por lo menos tanto como el ejército le había pedido que viajara, y le gustaba el té.

Su lista ni siquiera había mencionado de pasada los aspectos reales de un matrimonio con un príncipe. El protocolo. La formalidad. Parecía una auténtica pesadilla.

Una pesadilla en un clima muy frío.

Francamente, empezaba a pensar que la ruina económica era un mal menor.

– No sabía que se movía usted en tan altos círculos -dijo sir Harry en cuanto terminó de examinar con detenimiento la invitación.

– Y no lo hago. Lo he visto dos veces. No… -repasó las últimas semanas-, tres. Eso es todo.

– Pues debe de haberle causado muy buena impresión.

Olivia suspiró cansada. Se había dado cuenta de que el príncipe la encontraba atractiva. Ya habían tratado de cortejarla suficientes hombres como para no reconocer las señales. Había tratado de disuadirlo con la mayor educación posible, pero tampoco era fácil hacerle un desaire. Se trataba de un príncipe, ¡por Dios! No sería ella la causante de que en algún momento pudiese haber tensión entre las dos naciones.

– ¿Irá? -le preguntó sir Harry.

Olivia hizo una mueca de disgusto. El príncipe, quien al parecer no estaba al tanto de la costumbre inglesa de los caballeros de visitar a las damas, le había pedido que fuese a verlo. Había llegado incluso a especificarle cuándo, dentro de dos días a las tres de la tarde, lo cual a Olivia le hizo pensar que el hombre había hecho una interpretación más bien libre de la palabra «petición».

– No veo de qué modo podría negarme -contestó ella.

– No. -Harry volvió a descender la mirada hacia la invitación y cabeceó-. No puede negarse.

Ella gruñó.

– La mayoría de las mujeres se sentirían halagadas.

– Supongo que sí. Quiero decir que sí, claro que sí. Es un príncipe. -Olivia procuró hablar con un poco más de entusiasmo, pero no lo consiguió.

– Pero sigue sin querer ir.

– Es un fastidio, ¡eso es lo que es! -Lo miró directamente a la cara-. ¿Alguna vez han anunciado su presencia en un palacio? ¿No? Es espantoso.

Harry se rio, pero ella iba demasiado embalada como para no continuar:

– El vestido tiene que ser de determinada manera, con pollera y miriñaque, aunque nadie haya llevado esas tonterías en años. Tienes que marcar la reverencia con la intensidad exacta y ¡Dios no quiera que sonrías en el momento equivocado!

– No sé por qué, pero no creo que el príncipe Alexei espere que se ponga usted la pollera y el miriñaque.

– Sé que no, pero aun así será todo tremendamente formal y desconozco por completo el protocolo ruso. Lo que significa que mi madre insistirá en buscar a alguien que me lo enseñe, aunque no se me ocurre dónde podría encontrar un profesor particular con el tiempo tan justo. Y encima tendré que pasarme los dos próximos días aprendiendo cuánto se marcan las reverencias en Rusia, y si hay algún tema que sería desconsiderado tocar y… ¡ohhh!

Acabó con el «¡ohhh!», porque, francamente, con todo este asunto le estaba entrando dolor de barriga. Nervios. Eran nervios. Odiaba ponerse nerviosa.

Miró hacia sir Harry. Estaba sentado, completamente inmóvil y con una expresión indescifrable en el rostro.

– ¿Va a decirme que no será tan terrible? -inquirió.

Harry sacudió la cabeza.

– No. Será terrible.

Olivia se desplomó. A su madre le entrarían sofocos si la viera así, toda repanchigada en presencia de un caballero. La verdad: ¿No podía él haber mentido diciéndole que pasaría un rato maravilloso? Si sir Harry hubiese mentido, ella seguiría estando erguida.

Y si echándole la culpa a otra persona se sentía mejor, ¿qué?

– Por lo menos tiene un par de días por delante -la consoló él.

– Sólo dos -repuso ella con pesar-. Y probablemente también lo veré esta noche.

– ¿Esta noche?

– Hoy los Mottram dan un baile. ¿Irá usted? -Olivia agitó una mano a un palmo de la cara-. No, por supuesto que no.

– ¿Cómo ha dicho?

– ¡Vaya, lo siento! -Olivia notó que se ruborizaba. Eso había sido tremendamente desconsiderado por su parte-. Me refería simplemente a que no se prodiga usted mucho, no a que no pudiera asistir al baile. Ha decidido no hacerlo, nada más. O cuando menos me imagino que ésa es la razón.

Harry la miró fijamente durante tanto rato y con tal impasibilidad que ella se vio forzada a continuar:

– Recuerde que he estado cinco días observándolo.

– Es bastante improbable que lo olvide. -Seguramente se compadeció de ella, porque en lugar de seguir con el tema elijo-: Da la casualidad de que sí pensaba asistir al baile de los Mottram.

Ella sonrió, bastante sorprendida por las mariposas que notó en el estómago.

– Entones lo veré allí.

– No me lo perdería por nada del mundo.

Resultó que Harry no había previsto asistir al baile de los Mottram. Ni siquiera estaba seguro de haber recibido una invitación, pero era bastante fácil pegarse a Sebastian, que seguramente iría. Esto supuso verse forzado a soportar su interrogatorio: ¿Por qué quería salir de repente y quién podía ser la causante de su cambio de parecer? Pero Harry tenía experiencia de sobras eludiendo las preguntas de Sebastian, y cuando llegaron al baile había tal aglomeración de gente que pudo deshacerse enseguida de su primo.

Harry se quedó en un lateral de la sala de baile, estudiando a la muchedumbre. Resultaba difícil calcular el número de asistentes. ¿300? ¿400? Sería fácil pasar una nota sin ser descubierto o mantener una conversación furtiva actuando todo el rato como si nada sucediera.

Harry desechó esos pensamientos. ¡Por Dios! Empezaba a pensar como un maldito espía, cosa que no tenía que hacer. Las instrucciones eran vigilar a lady Olivia y al príncipe, juntos o por separado. No tenía que intentar impedir nada ni detener nada, nada de nada.