Observar e informar, eso era todo.
No vio a Olivia ni a nadie vagamente mayestático en realidad, de modo que se sirvió una copa de ponche y estuvo varios minutos bebiendo a sorbos mientras se entretenía observando a Sebastian, que se desplazaba por la sala embelesando a todo el mundo a su paso.
Lo suyo era un don. Un don que, sin duda alguna, él no tenía.
Aproximadamente media hora después de estar observando y esperando (no había nada en absoluto de lo que informar), se produjo un pequeño revuelo cerca de la entrada este, así que se encaminó hacia allí. Se acercó tanto como pudo, entonces se inclinó hacia el caballero que estaba a su lado y le preguntó:
– ¿Sabe usted a qué se debe tanto alboroto?
– A no sé qué príncipe ruso. -El hombre se encogió de hombros, impasible-. Lleva un par de semanas en la ciudad.
– Causando un gran revuelo -comentó Harry.
El hombre (Harry no lo conocía, pero parecía la clase de persona que dedicaba las noches a eventos de esta índole) resopló.
– Las mujeres se vuelven locas por él.
Harry devolvió la atención al corrillo que había cerca de la puerta. Se produjo el movimiento habitual de cuerpos, y de vez en cuando vislumbró al hombre que había en el centro de la escena, pero no durante el tiempo suficiente como para poder verlo bien.
El príncipe era completamente rubio, eso había sido capaz de verlo, y más alto que la media, aunque probablemente no tanto como él, comprobó con cierta satisfacción.
No había razón alguna por la que Harry tuviera que serle presentado al príncipe, y nadie a quien se le ocurriría hacerlo, de modo que se quedó atrás intentando formarse una idea del hombre mientras se abría paso entre la muchedumbre.
Era arrogante, eso seguro. Como mínimo le presentaron diez jóvenes damas y en cada ocasión ni tan siquiera saludó con la cabeza. Mantuvo el mentón elevado y se limitó a reconocer a cada una de ellas con una brusca mirada en su dirección.
A los caballeros los trató con semejante desdén y habló solamente con tres de ellos.
Harry se preguntó si habría alguien en la fiesta a quien el príncipe no considerara inferior a su condición.
– Está usted muy serio esta noche, sir Harry.
Él se volvió y sonrió sin pensarlo dos veces. No sabía cómo, pero lady Olivia se había acercado a él; estaba deslumbrante con un vestido de terciopelo azul noche.
– ¿No se supone que las mujeres solteras deben vestir con colores pastel? -inquirió él.
Olivia arqueó las cejas ante esa impertinencia, pero sus ojos destilaban humor.
– Sí, pero mi presentación en sociedad no fue ayer; como sabrá, hace tres años de eso. A este paso me quedaré para vestir santos.
– No sé por qué, pero me cuesta creer que la culpa de eso sea de nadie más que de usted.
– ¡Guau!
Él le sonrió de oreja a oreja.
– ¿Y qué tal lo está pasando esta noche?
– No lo sé todavía. Acabamos de llegar.
Harry lo sabía, naturalmente. Pero no podía decir que la había estado observando, así que le dijo:
– Su príncipe está aquí.
– Lo sé -repuso ella, que parecía tener ganas de gruñir.
Él se inclinó hacia ella con sonrisa cómplice.
– ¿Quiere que le ayude a esquivarlo?
A Olivia se le iluminaron los ojos.
– ¿Cree que puede hacerlo?
– Soy un hombre de muchas virtudes, lady Olivia.
– ¿A pesar de sus estrafalarios sombreros?
– A pesar de mis estrafalarios sombreros.
Y entonces, así sin más, ambos se echaron a reír. Los dos a la vez. El sonido salió de ellos como un acorde perfecto, claro y auténtico. Y, casi al mismo tiempo, ambos parecieron darse cuenta de lo significativo que era ese momento, aunque ninguno tuviese idea del porqué.
– ¿Por qué viste con colores tan oscuros? -inquirió ella.
Harry echó un vistazo a su atuendo nocturno.
– ¿No le gusta mi chaqueta?
– Me gusta -le aseguró ella-. Es muy elegante. Es sólo que el tema ha dado que hablar.
– ¿Mi gusto a la hora de vestir?
Olivia asintió.
– Esta semana no ha habido demasiados cotilleos. Además, usted ha hecho un comentario sobre mi vestido.
– Es verdad. Muy bien, me pongo colores oscuros porque eso me hace la vida más fácil.
Ella no dijo nada, se limitó a esperar con cara expectante, como diciendo: «Seguro que hay algo más».
– Le contaré un gran secreto, lady Olivia.
Harry se inclinó hacia delante, ella hizo lo propio, y ése fue otro de esos momentos de perfecta sintonía.
– Soy daltónico -le dijo él en voz baja y grave-. Soy negado para distinguir el rojo del verde.
– ¿En serio? -preguntó Olivia en voz alta, y miró a su alrededor avergonzada antes de continuar en voz más baja-: Es la primera vez que oigo hablar de una cosa así.
– Tengo entendido que no soy el único caso, pero no conozco a nadie a quien le pase esto.
– Pero seguro que no es necesario vestir siempre de oscuro. -Olivia hablaba y parecía totalmente fascinada. Le chispeaban los ojos y su voz mostraba absoluto interés.
De haber sabido Harry que sus problemas para distinguir los colores le ayudarían tanto a la hora de ligar, lo habría sacado a relucir hacía años.
– ¿No le puede elegir la ropa su ayuda de cámara? -dijo Olivia.
– Sí, pero para eso tendría que fiarme de él.
– ¿Y no se fía? -Parecía intrigada; divertida. Tal vez una combinación de ambas cosas.
– Tiene un sentido del humor bastante mordaz y sabe que no puedo despedirlo. -Harry se encogió de hombros-. En cierta ocasión me salvó la vida. Y lo que es quizá más importante, la de mi caballo también.
– ¡Oh! En ese caso está claro que no puede despedirlo, porque su caballo es una preciosidad.
– Le tengo bastante cariño -dijo Harry-. Al caballo. Y a mi ayudante, supongo.
Ella asintió con aprobación.
– Debería estar agradecido de que le sienten bien los colores oscuros. El negro no le favorece a todo el mundo.
– ¡Caramba, lady Olivia! ¿Es eso un cumplido?
– No es tanto un cumplido hacia usted como un insulto para los demás -le aseguró ella.
– Pues menos mal, porque no creo que supiera manejarme en un mundo en el que hiciera usted cumplidos.
Olivia le tocó suavemente el hombro, coqueta y atrevida; y le dijo con absoluta ironía:
– Yo pienso exactamente lo mismo.
– Muy bien. Y ahora que estamos de acuerdo, ¿qué hacemos con su príncipe?
Ella le miró de soslayo.
– Sé que se muere de ganas de que diga que no es mi príncipe.
– Esperaba que lo dijera, sí -musitó él.
– Con el fin de decepcionarlo, le diré que ese príncipe es tan mío como de cualquiera de los presentes. -Apretó los labios mientras barría la sala con la mirada-. Exceptuando a los rusos, me imagino.
En cualquier otro momento, Harry le habría dicho que era ruso o que por lo menos tenía un cuarto de sangre rusa. Habría hecho un comentario estelar, tal vez que no quería reconocer al príncipe como propio a pesar de todo o algo en esa línea, y luego la habría dejado boquiabierta con su dominio del idioma.
Pero no pudo. Y, a decir verdad, resultaba desconcertante porque se moría de ganas de hacerlo.
– ¿Puede verlo? -le preguntó Olivia. Estaba de puntillas y estirando el cuello, pero aunque era ligeramente más alta que la media, le fue imposible ver entre la multitud.
Sin embargo, Harry sí que pudo.
– Está allí -contestó moviendo la cabeza hacia las puertas que conducían al jardín. El príncipe se encontraba en el centro de un pequeño corro, parecía sumamente aburrido con las atenciones de la gente y, sin embargo, como si al mismo tiempo creyese que era su obligación.