– ¿Más que usted?
– Mucho más. -Miró a Harry sorprendida. Ella no era terca. Impulsiva, sí, y con cierta frecuencia temeraria, pero no terca. Siempre había sabido cuándo aflojar o ceder.
Ladeó la cabeza y observó a Harry, que estaba mirando hacia la multitud. Había resultado ser un hombre muy interesante. ¿Quién iba a decir que tendría un sentido del humor tan agudo o que sería tan perspicaz que la desarmaría? Hablar con él era como reencontrarse con un viejo amigo, lo cual no dejaba de ser sorprendente. ¿Quién habría creído posible trabar amistad con un caballero?
Trató de imaginarse a sí misma reconociendo delante de Mary, Anne o Philomena que sabía que era guapa. Imposible. Sería considerado el mayor de los engreimientos.
Con Miranda habría sido distinto. Miranda lo habría comprendido. Pero Miranda ya casi no iba por Londres y Olivia no se había dado cuenta hasta ahora del enorme vacío que esto había dejado en su vida.
– La veo muy seria -le dijo Harry, y ella cayó en la cuenta de que en algún momento dado se había sumido tanto en sus pensamientos que no había reparado en que él se había girado hacia ella. La estaba mirando de hito en hito, sus ojos eran tan cálidos, la miraban tan fijamente.
Olivia se preguntó qué vería él en ellos.
Y se preguntó si estaría a la altura.
Y sobre todo se preguntó por qué le preocupaba tanto estarlo.
– No es nada -contestó Olivia, porque captó que él esperaba alguna clase de respuesta.
– Bien, pues. -Harry movió la cabeza, acto seguido miró de nuevo hacia la multitud y la intensidad del momento se esfumó-. ¿Quiere que busquemos a su príncipe?
Ella lo miró animada, agradecida por la oportunidad de devolver sus pensamientos a zonas más seguras.
– ¿Quiere que le dé finalmente el gusto de protestar diciéndole que no es mi príncipe?
– Le estaría muy agradecido.
– Muy bien, no es mi príncipe -recitó obedientemente.
Harry parecía casi decepcionado.
– ¿Eso es todo?
– ¿Esperaba quizás un gran drama?
– Eso como mínimo -musitó él.
Olivia se rio entre dientes y entró en la sala de baile propiamente dicha con la mirada al frente. Hacía una noche preciosa; no sabía muy bien por qué no se había dado cuenta de eso antes. La sala de baile estaba como solían estar las salas de baile, abarrotada, pero se respiraba algo distinto en el ambiente. ¿Serían las velas tal vez? Quizás había más velas de lo normal o quizás ardían con más intensidad. Pero su favorecedor y cálido resplandor bañaba a todo el mundo. Olivia reparó en que esta noche todo el mundo estaba guapo, todo el mundo.
¡Qué maravilla! ¡Y qué felices parecían todos!
– Está en la esquina de ahí al fondo -oyó que le decía Harry a sus espaldas-. A la derecha.
Su voz le llegó tibia y sedante al oído, y la recorrió por dentro como una curiosa y trémula caricia. Hizo que le entrasen ganas de reclinarse, de percibir el aire que rodeaba el cuerpo de Harry y entonces…
Caminó hacia delante. Esos pensamientos no eran seguros; no en el centro de una sala abarrotada. Seguro que no, si estaban relacionados con sir Harry Valentine.
– Creo que debería esperar aquí -le dijo Harry-. Deje que él venga a usted.
Ella asintió.
– No creo que me vea.
– Pronto lo hará.
De algún modo recibió sus palabras como un cumplido y quiso volverse y sonreír, pero no lo hizo, y no sabía por qué.
– Debería estar con mis padres -dijo ella-. Sería más adecuado que… bueno, que todo lo que he hecho esta noche. -Olivia levantó la vista hacia él, hacia sir Harry Valentine, su nuevo vecino e, increíblemente, su nuevo amigo-. Gracias por esta maravillosa aventura.
Él hizo una reverencia.
– Ha sido un placer.
Pero esa despedida sonó demasiado formal y Olivia no podía soportar marcharse de semejante modo. Así que le sonrió abiertamente con su sonrisa más sincera, no con la que se pintaba en la cara para los cumplidos de rigor, y le preguntó:
– ¿Le importaría que volviese a descorrer las cortinas en casa? Mi cuarto empieza a parecerse a una cueva.
Él se carcajeó lo bastante alto como para atraer las miradas ajenas.
– ¿Me espiará?
– Únicamente cuando lleve un sombrero estrafalario.
– Sólo tengo uno y nada más me lo pongo los martes.
Y, por alguna razón, ésa pareció la manera perfecta de finalizar su encuentro. Olivia le hizo una pequeña reverencia, se despidió y a continuación se mezcló entre la multitud antes de que ninguno de los dos pudiera decir nada más.
Menos de cinco minutos después de que Olivia localizase a sus padres, el príncipe Alexei Gomarovsky de Rusia la localizó a ella.
Tenía que reconocer que era un hombre sumamente fascinante. De belleza fría, eslava, con unos gélidos ojos azules y el pelo del mismo color que ella. Lo cual era singular, en realidad; no era frecuente ver unos cabellos tan rubios en un hombre adulto. Hacían que destacase entre una muchedumbre.
Bueno, eso y el séquito enorme que lo seguía a todas partes. Los palacios europeos podían ser lugares peligrosos, le había dicho el príncipe. Un hombre célebre como él no podía viajar sin escolta.
Olivia se colocó entre sus padres y observó cómo la gente hacía un pasillo para dejar pasar al príncipe. Éste se detuvo justo delante de ella, entrechocando los talones al curioso estilo de los militares. Se mantenía asombrosamente derecho, y Olivia tuvo la extraña idea de que dentro de muchos años, cuando no pudiese recordar los detalles de su cara, recordaría su postura erguida, arrogante y correcta.
Se preguntó si habría luchado en la guerra. Harry sí, pero lejos del ejército ruso, al otro lado de Europa ¿no?
No es que tuviese importancia.
El príncipe ladeó unos milímetros la cabeza y sonrió con los labios cerrados, una sonrisa no exactamente antipática, sino condescendiente.
O quizá se tratase de una simple diferencia cultural. Olivia sabía que no debía emitir juicios precipitados. Tal vez la gente sonriese de otra manera en Rusia. Y aun cuando no fuese así, él era un miembro de la realeza. Se imaginaba que un príncipe no podía desnudar su alma delante de muchas personas. Seguro que era un hombre sumamente simpático y un eterno incomprendido. ¡Qué vida tan solitaria debía de tener!
A ella le horrorizaría.
– Lady Olivia -le dijo él en un inglés que no tenía demasiado acento-. Me alegro sobremanera de volverla a ver esta noche.
Ella le hizo una media reverencia; agachando el cuerpo más de lo que normalmente haría en un evento de estas características, pero no tanto como para parecer servil y fuera de lugar.
– Vuestra Alteza -le contestó en voz baja.
Cuando se incorporó, él le cogió de la mano y le depositó un suave beso en los nudillos. A su alrededor los susurros hacían crepitar el aire, y Olivia se sintió incómoda al comprender que era el mismísimo centro de atención. Tuvo la sensación de que todos los presentes habían retrocedido un paso, dejando un espacio libre a su alrededor; lo mejor para ver cómo se desarrollaba la escena.
El príncipe le soltó la mano lentamente, luego dijo reduciendo su voz a un grave susurro:
– Como sabrá, es usted la mujer más hermosa del baile.
– Gracias, Vuestra Alteza. Es un honor oír eso.
– Me limito a decir la verdad. Es usted la estampa de la belleza.
Olivia sonrió y trató de ser la preciosa estatua que él parecía querer que fuese. La verdad es que no estaba segura de cómo debía responder a sus continuos cumplidos. Procuró imaginarse a sir Harry empleando tan efusivo lenguaje. Probablemente rompería a reír sólo para intentar pronunciar la primera frase.
– Me está sonriendo, lady Olivia -constató el príncipe.
Ella pensó deprisa, muy deprisa.
– Es simplemente por la dicha que me producen sus halagos, Vuestra Alteza.