¡Santo Dios! Si Winston pudiera oírla, ya estaría en el suelo revolcándose de risa. Como Miranda.
Pero saltaba a la vista que el príncipe aprobaba sus palabras, ya que la pasión encendió sus ojos y le ofreció su brazo.
– Venga a dar un paseo conmigo por la sala de baile, milaya. Tal vez bailemos.
Olivia no tuvo más remedio que colocar la mano sobre su brazo. El príncipe vestía un uniforme de gala de intenso color carmesí, con cuatro botones de oro en cada manga. La lana picaba y la lógica indicaba que el hombre debía de estar pasando un calor espantoso en la abarrotada sala de baile, pero no manifestó señal alguna de malestar; en todo caso, parecía irradiar cierta frialdad, como si estuviese ahí para ser admirado pero no tocado.
Sabía que todo el mundo lo observaba. Debía de estar habituado a semejante atención. Olivia se preguntó si se daría cuenta de lo incómoda que se sentía ella en este cuadro vivo. Y eso que estaba acostumbrada a que la miraran. Sabía que era popular, sabía que otras jóvenes damas la consideraban el árbitro de la moda y el estilo, pero esto… esto era algo completamente distinto.
– He estado disfrutando del clima que tienen en Inglaterra -dijo el príncipe mientras bordeaban una esquina. Olivia se dio cuenta de que tenía que concentrarse en su modo de andar para permanecer junto a él en la posición correcta. Cada paso era cuidadosamente medido, cada pisada absolutamente precisa, apoyando talón y luego punta con el mismo movimiento exacto cada vez.
– Dígame -añadió él-, ¿normalmente hace tanto calor en esta época del año?
– Hemos tenido más sol de lo habitual -contestó ella-. ¿Hace mucho frío en Rusia?
– Sí. Hace… cómo se dice… -El príncipe hizo un alto y Olivia detectó su fugaz expresión de concentración mientras intentaba dar con las palabras correctas. Apretó los labios frustrado y luego le preguntó-: ¿Habla francés?
– Me temo que pésimamente.
– Es una lástima. -Parecía ligeramente contrariado por su deficiencia-. Yo lo hablo con más mmmm…
– ¿Fluidez? -ofreció ella.
– Sí. En Rusia se habla mucho. En muchos círculos incluso más que el ruso.
Olivia encontró eso sumamente curioso, pero le pareció poco educado hacer comentarios al respecto.
– ¿Ha recibido esta tarde mi invitación?
– Sí, la he recibido -respondió ella-. Es para mí un honor aceptar.
No lo era. Bueno, quizá se sintiese honrada pero desde luego contenta no estaba. Como era de esperar, su madre le había insistido en que aceptaran ir y Olivia se había pasado tres horas de pruebas para hacer con urgencia un nuevo vestido. Acabó siendo de seda azul clara, el color exacto de los ojos del príncipe Alexei, cayó ella de pronto en la cuenta.
Confiaba en que él no pensara que lo había hecho intencionadamente.
– ¿Cuánto tiempo pretende quedarse en Londres? -le preguntó Olivia esperando parecer más ilusionada que desesperada.
– No es seguro. Depende de… muchas cosas.
Como el príncipe no parecía dispuesto a desarrollar su críptico comentario, ella sonrió (no con su verdadera sonrisa, estaba demasiado nerviosa como para ser capaz de dedicársela). Pero él no la conocía bastante para calarla.
– Se quede el tiempo que decida quedarse, espero que disfrute de su estancia -dijo ella encantadora.
Él asintió majestuosamente, rehusando hacer comentario alguno.
Bordearon otra esquina. Olivia podía ahora ver a sus padres, que seguían al otro lado de la sala. La estaban mirando, como todos los demás. Habían dejado incluso de bailar. La gente estaba hablando, pero en voz baja. Parecían insectos zumbando por ahí.
¡Dios! ¡Cómo deseaba irse a casa! Puede que el príncipe fuese un hombre sumamente agradable. Es más, esperaba que lo fuese. La historia tendría más miga si él era una persona encantadora, encerrada en una cárcel de ceremonias y tradición. Y si tan simpático era, ella no tenía inconveniente en conocerlo y hablar con él, pero no así, ¡por Dios!, delante de toda esa gente, con cientos de ojos observándola en todo momento.
¿Qué pasaría si tropezaba? ¿Si daba un traspié mientras bordeaban la siguiente esquina? Podría arreglarlo discretamente con una pequeña reverencia o exagerarlo y caerse al suelo estrepitosamente.
Sería espectacular.
O espantosamente terrible. Pero daba igual lo que fuera, porque en cualquier caso no tenía el valor de hacerlo.
«Sólo unos minutos más», se dijo. Estaban en la recta final. El príncipe la devolvería con sus padres o quizá tendría que bailar, pero ni siquiera eso sería tan horrible, porque no estarían solos en la pista de baile. Sería demasiado descarado, incluso para esta gente.
Sólo unos minutos más y luego todo habría acabado.
Harry observó a la bonita pareja acercándose todo lo que pudo, pero la decisión del príncipe de dar una vuelta a la sala le dificultó mucho el trabajo. No era imprescindible permanecer junto a ellos. Era poco probable que el príncipe hiciera o dijera nada que el Departamento de Guerra encontrase relevante, pero él no estaba dispuesto a perder a Olivia de vista.
Probablemente sólo fuera porque sabía que Winthrop sospechaba de aquel personaje, pero a él le había caído mal nada más verlo. No le gustaba su postura arrogante, le daba igual que los años pasados en el ejército le hubieran dejado una espalda increíblemente erguida. No le gustaba su mirada ni la forma en que sus ojos parecían entornarse cada vez que se topaba con alguien. Y no le gustaba la forma en que movía la boca al hablar, arqueando el labio superior en una perpetua mueca de disgusto.
Harry había conocido a gente como el príncipe. No a miembros de la realeza, es verdad, pero sí a grandes duques y demás que iban por Europa pavoneándose como si fueran los amos del lugar.
Y supuso que sí les pertenecía, pero en su opinión no por ello dejaban de ser una panda de burros.
– ¡Oh, estás aquí! -Era Sebastian, quien sostenía en la mano una copa de champán prácticamente vacía-. ¿Ya te has cansado?
Harry siguió pendiente de Olivia.
– No.
– ¡Qué curioso! -musitó Seb. Apuró su champán, dejó la copa en una mesa cercana y luego se inclinó hacia Harry para que éste pudiera oírlo-. ¿A quién buscas?
– A nadie.
– No, espera, lo he dicho mal. ¿A quién estás mirando?
– A nadie -dijo Harry dando un pasito a la derecha para intentar esquivar al conde sumamente corpulento que acababa de bloquearle la vista.
– ¡Vaya! Entonces me estás ignorando por… ¿por qué motivo?
– No te ignoro.
– Pero sigues sin mirarme.
Harry tuvo que darse por vencido, su primo era terriblemente tenaz y el doble de pesado. Miró a Sebastian directamente a los ojos.
– Ya te he visto otras veces.
– Y, sin embargo, nunca deja de ser una delicia mirarme. Peor para ti, si no me miras. -Sebastian le dedicó una sonrisa forzada-. ¿Quieres que nos vayamos ya?
– Aún no.
Sebastian arqueó las cejas.
– ¿Hablas en serio?
– Me lo estoy pasando bien -contestó Harry.
– Te lo estás pasando bien. En un baile.
– Tú lo consigues.
– Sí, pero yo soy yo. Y tú eres tú. A ti no te gustan estas cosas.
Harry vislumbró a Olivia por el rabillo del ojo. Ella captó su mirada, el captó la suya y, entonces, ambos apartaron la vista a la vez. Ella estaba ocupada con el príncipe y él con Sebastian, que estaba resultando más pesado de lo habitual.
– ¿Lady Olivia y tú acabáis de intercambiar miraditas? -inquirió Sebastian.
– No. -Harry no era el mejor de los mentirosos, pero si no pasaba de los monosílabos resultaba bastante creíble.
Sebastian se frotó las manos.
– La velada se pone interesante.
Harry lo ignoró. O lo intentó.