– Ya la llaman princesa Olivia -anunció Sebastian.
– ¿Quiénes, si puede saberse? -preguntó Harry, volviéndose para mirar a Sebastian-. También dicen que maté a mi prometida.
Sebastian parpadeó asombrado.
– ¿Cuándo te prometiste?
– Eso mismo me pregunto yo -prácticamente le espetó Harry-. Y ella no se casará con ese idiota.
– Pareces casi celoso.
– No seas absurdo.
Sebastian sonrió con complicidad.
– Antes me ha parecido verte con ella.
Harry no se molestó en negarlo.
– Ha sido una conversación de cortesía. Es mi vecina. ¿No me dices siempre que sea más sociable?
– Dime, ¿ya habéis aclarado todo el asunto ése del espionaje desde su ventana?
– Ha sido un malentendido -declaró Harry.
– Mmm…
Harry se puso en alerta al instante. Cada vez que Sebastian parecía pensativo (pero con aspecto de estar tramando algún plan diabólico, no con cara de buen niño), había que ir con pies de plomo.
– Me gustaría conocer a ese príncipe -dijo Sebastian.
– ¡Ah, no! -A Harry le agotaba su mera presencia-. ¿Qué pretendes hacer?
Sebastian se acarició la barbilla.
– No lo sé con seguridad, pero estoy convencido de que en el momento oportuno se me presentará la línea de actuación adecuada.
– ¿Piensas improvisar sobre la marcha?
– Suele funcionarme bastante bien.
Harry sabía que era imposible detenerlo.
– Escúchame -le susurró, cogiendo a su primo del brazo con la suficiente rapidez para obtener su inmediata atención. Harry no podía hablarle de su misión, pero era preciso que Seb supiese que aquí había algo más que un encaprichamiento de lady Olivia; de lo contrario, con una mera referencia a grandmère Olga, podría echar por tierra todo el asunto.
Harry siguió hablando en voz baja:
– Esta noche, delante del príncipe, yo no sé hablar ruso. Y tú tampoco. -Sebastian no hablaba con soltura ni mucho menos, pero aunque con dificultades podía sin duda mantener una conversación. Harry lo miró fijamente-. ¿Te ha quedado claro?
Los ojos de Seb se clavaron en los suyos y luego asintió, una vez, con una seriedad que raras veces exteriorizaba delante de los demás. Y entonces, en un abrir y cerrar de ojos, la seriedad desapareció y retomó su postura desgarbada junto con su sonrisa torcida.
Harry retrocedió y se puso tranquilamente a observar. Olivia y el príncipe habían completado tres cuartos de su majestuoso paseo y ahora se dirigían directamente hacia ellos. Los numerosos asistentes a la fiesta les abrieron camino como gotas de aceite en el agua, y Sebastian se quedó inmóvil, su único movimiento fue el de la mano izquierda frotando el pulgar distraídamente contra el resto de dedos.
Estaba pensando. Seb hacía eso siempre que pensaba.
Y entonces, con una sincronización tan perfecta que nadie podría creer nunca que no había sido un accidente, Sebastian cogió otra copa de champán de la bandeja de un lacayo que pasaba por ahí, echó la cabeza hacia atrás para tomar un sorbo y luego…
Harry no supo cómo consiguió hacerlo, pero todo acabó en el suelo con estrépito, los fragmentos de cristal y el champán que burbujeaba frenéticamente sobre el parqué.
Olivia dio un respingo; el líquido le había salpicado la orilla de su vestido.
El príncipe parecía furioso.
Harry no dijo nada.
Y entonces Sebastian sonrió.
Capítulo 10
– ¡Lady Olivia! -exclamó Sebastian-. ¡Cuánto lo siento! Le ruego que acepte mis disculpas. ¡Qué terrible torpeza la mía!
– No se preocupe -dijo ella, sacudiendo con discreción un pie y luego el otro-. No ha sido nada. Sólo es una mancha de champán. -Le dedicó una sonrisa de ésas de «no pasa absolutamente nada»-. Me han dicho que es bueno para la piel.
No le habían dicho nada semejante, pero ¿qué otra cosa podía decir? Tanta torpeza no era propia de Sebastian Grey y la verdad es que no le habían caído más que unas cuantas gotas en las chinelas. Sin embargo, el príncipe, que estaba a su lado, parecía furioso. Lo notaba por su postura. El champán le había salpicado más que a ella, aunque a decir verdad le había caído todo en las botas y, de todas formas ¿no le había dicho alguien que algunos hombres se limpiaban las botas con champán?
Aun así Olivia tenía la sensación de que los gruñidos que el príncipe Alexei soltó en ruso no eran elogiosos.
– ¿Para la piel? ¿En serio? -preguntó Sebastian, aparentando un interés total que ella estaba convencida de que no sentía-. No lo había oído nunca. ¡Fascinante!
– Lo decían en una revista para mujeres -mintió ella.
– Lo que explicaría por qué yo no lo sabía -repuso Sebastian con agudeza.
– Lady Olivia, ¿le importaría presentarme a su amigo? -pidió de sopetón el príncipe Alexei.
– Por-por supuesto -balbució Olivia, sorprendida por su petición. No había mostrado mucho interés en conocer a demasiada gente en Londres, a excepción de duques, miembros de la familia real y, en fin, ella misma. Tal vez no fuese tan arrogante y altivo como pensaba-. Vuestra Alteza, permítame que le presente a Sebastian Grey, señor Grey, el príncipe Alexei Gomarovsky de Rusia.
Los dos hombres hicieron una reverencia, la de Sebastian fue considerablemente más pronunciada que la del príncipe, que fue tan simbólica que rozó la mala educación.
– Lady Olivia -dijo Sebastian una vez acabada su reverencia al príncipe-, ¿conoce a mi primo, sir Harry Valentine?
Olivia se quedó boquiabierta. ¿Qué estaría tramando Sebastian? Sabía perfectamente que…
– Lady Olivia -saludó Harry, colocándose de pronto frente a ella. Sus miradas se cruzaron y en los ojos de Harry hubo un brillo que ella no logró identificar del todo, pero que la despertó por dentro haciendo que le entraran ganas de estremecerse. Y al instante ese brillo desapareció, como si ellos dos no fueran más que meros conocidos. Él la saludó atentamente con un movimiento de cabeza y acto seguido le dijo a su primo:
– Ya nos conocemos.
– ¡Ah, sí, claro! -repuso Sebastian-. Siempre olvido que sois vecinos.
– Vuestra Alteza -le dijo Olivia al príncipe-, permítame presentarle a sir Harry Valentine. Vive justo al sur de mi casa.
– ¡No me diga! -replicó el príncipe y entonces, mientras Harry le hacía una reverencia, le dijo algo rápido en ruso a un miembro de su séquito, quien asintió con brusquedad-. Hace un rato estaban hablando -comentó el príncipe.
Olivia se puso tensa. No se había dado cuenta de que él la había estado observando y tampoco sabía muy bien por qué eso le molestaba tanto.
– Sí -confirmó ella, ya que no había ninguna buena razón para negarlo-. Sir Harry se cuenta entre mis numerosos conocidos.
– Por lo que estoy sumamente agradecido -dijo Harry en un tono que no concordaba con el manso sentimentalismo de sus palabras. Pero más extraño aún fue que al hablar mirara todo el rato al príncipe.
– Sí -repuso el príncipe sin apartar en ningún momento la vista de Harry-, cómo no iba a estarlo, ¿verdad?
Olivia miró hacia Harry, luego al príncipe, luego otra vez a Harry, que sostuvo la mirada del príncipe al decirle:
– Verdad.
– Qué fiesta tan estupenda ¿no? -medió Sebastian-. Yo diría que lady Mottram se ha superado este año.
A Olivia estuvo a punto de escapársele una risita de lo más inapropiada. Había algo en el comportamiento de Sebastian, esa excesiva alegría, que podría haber cortado la tensión como un cuchillo. Pero no lo hizo. Harry estaba observando al príncipe con impasible recelo y el príncipe lo observaba a él con gélido desdén.
– ¿No notan que hace frío aquí? -preguntó Olivia en general.
– Un poco -contestó Sebastian, puesto que ellos dos parecían ser los únicos que hablaban en realidad-. Siempre he pensado que tiene que resultar difícil ser mujer, con todas esas prendas finas y vaporosas que llevan.