El vestido de Olivia era de terciopelo, pero de manga corta y tenía la piel de los brazos de gallina.
– Sí -repuso ella, porque nadie más habló. Entonces se dio cuenta de que no tenía nada más que añadir a eso, de modo que carraspeó y sonrió, primero a Harry y al príncipe, que seguían sin mirarla, y luego a la gente que tenía a sus espaldas, que en su totalidad la estaban mirando a ella, si bien fingían no hacerlo.
– ¿Es usted uno de los muchísimos admiradores de lady Olivia? -le preguntó el príncipe Alexei.
Olivia se volvió a Harry con los ojos muy abiertos. ¿Qué diantres podía decir a tan directa pregunta?
– Todo Londres admira a lady Olivia -respondió éste con habilidad.
– Es una de nuestras más admiradas damas -añadió Sebastian.
Tras semejante halago, Olivia debería haber dicho algo sencillo y modesto, pero cualquier cosa que pudiera decir se le antojó demasiado rara, demasiado estrambótica.
No estaban hablando de ella. Estaban diciendo su nombre y dirigiéndole cumplidos, pero todo formaba parte de una extraña y estúpida danza entre machos para ver quién se hacía con el territorio.
De no haberla incomodado tanto, habría sido halagador.
– ¿Es música eso que oigo? -dijo Sebastian-. Tal vez el baile vuelva a empezar pronto. ¿Bailan en Rusia?
El príncipe lo miró con frialdad.
– ¿Cómo dice?
– Vuestra Alteza -rectificó Sebastian, aunque no pareció lamentar especialmente el desliz-, ¿bailan en Rusia?
– Naturalmente -le espetó el príncipe.
– No en todas las sociedades se baila -reflexionó Sebastian en voz alta.
Olivia desconocía si eso era cierto. Más bien sospechaba que no.
– ¿Qué trae a Su Alteza por Londres? -inquirió Harry, entrando por primera vez en la conversación. Había contestado a preguntas, pero sólo eso; por lo demás, se había dedicado a observar.
El príncipe lo miró con dureza, pero fue difícil percibir si la pregunta le había parecido impertinente.
– He venido a ver a mi primo -respondió-. Su embajador.
– ¡Ah! No lo conozco -dijo Harry en un acto de gentileza.
– Por supuesto que no.
Fue un insulto, claro y directo, pero Harry no parecía ofendido lo más mínimo.
– Cuando serví en el ejército de Su Majestad conocí a muchos rusos. Sus compatriotas son de lo más honorable.
El príncipe agradeció el cumplido con un escueto asentimiento de cabeza.
– No podríamos haber derrotado a Napoleón, de no ser por el zar -continuó Harry-. Y por su orografía.
El príncipe Alexei lo miró a los ojos.
– Me pregunto si a Napoleón le habrían ido mejor las cosas si ese año el invierno no hubiese empezado tan pronto -prosiguió Harry-. Porque fue crudísimo.
– Para los más débiles, tal vez -repuso el príncipe.
– ¿Cuántos franceses perecieron en la retirada? -se preguntó Harry en voz alta-. No logro recordarlo. -Se volvió a Sebastian-. ¿Tú te acuerdas?
– Más del noventa por ciento -dijo Olivia antes de que se le ocurriera que quizá no debería haberlo dicho.
Los tres hombres la miraron con el mismo grado de sorpresa; estaban todos prácticamente anonadados.
– Me gusta leer el periódico -se limitó a decir. El consiguiente silencio le indicó que esta explicación no bastaba, así que añadió-: Estoy convencida de que no se nos dieron la mayoría de los detalles, pero aun así fue fascinante. Y muy triste, la verdad. -Se volvió al príncipe Alexei y le preguntó-: ¿Estuvo usted ahí?
– No -soltó él-. La marcha fue sobre Moscú y mi casa está al este, en Nizhny. Y no tenía edad suficiente para servir en el ejército.
Olivia se dirigió a Harry:
– ¿Usted ya estaba en el ejército?
Él asintió, ladeando la cabeza hacia Sebastian.
– Ambos acabábamos de obtener nuestros cargos de oficiales. Estuvimos en España, a las órdenes de Wellington.
– No sabía que habían servido juntos -dijo Olivia.
– En el decimoctavo regimiento de húsares -le explicó Sebastian con el orgullo contenido en la voz.
Hubo un incómodo silencio y entonces ella dijo:
– ¡Qué gallardía la suya! -Parecía la clase de frase que ellos esperarían oír, y hacía tiempo que Olivia había aprendido que en ocasiones como ésa lo más sensato era hacer lo que se esperaba de uno.
– ¿No fue Napoleón el que dijo que no dejaba de producirle estupor que los húsares llegaran a vivir treinta años? -musitó el príncipe. Se giró hacia Olivia y le dijo-: Tienen fama de… ¿cómo lo dicen ustedes…? -Dibujó movimientos circulares con los dedos cerca de la cara, como si eso fuese a refrescarle la memoria-. Temerarios -dijo de pronto-. Sí, eso es.
»Y es una lástima -continuó-. Se los considera muy valientes, pero casi siempre… -simuló que se cortaba el cuello con la mano- los matan.
Levantó la vista hacia Harry y Sebastian (pero principalmente hacia Harry) y les dedicó una sonrisa forzada.
– ¿Cree que eso es cierto, sir Harry? -preguntó con causticidad y en voz baja.
– No -respondió Harry. Nada más, sólo un «no».
Olivia fue alternando la mirada de un hombre al otro. Nada, ninguna objeción ni comentario sarcástico alguno podría haber irritado más al príncipe que ese «no» de Harry.
– ¿Es música lo que oigo? -inquirió ella. Pero nadie le estaba prestando atención.
– ¿Cuánto años tiene, sir Harry? -le preguntó el príncipe.
– ¿Cuántos años tiene Vuestra Alteza?
Olivia tragó saliva nerviosa. No era pertinente hacerle esa pregunta a un príncipe. Y ella sabía que Harry no había empleado el tono de voz adecuado. Trató de lanzarle una mirada de alarma a Sebastian, pero éste estaba contemplando a los otros dos hombres.
– No ha contestado a mi pregunta -dijo Alexei en tono amenazante y, de hecho, el escolta que estaba a su lado realizó un inquietante cambio de postura.
– Tengo veintiocho años -dijo Harry y a continuación, haciendo una pausa lo suficientemente larga como para indicar que se le había ocurrido después, añadió-: Vuestra Alteza.
La boca del príncipe Alexei esbozó una sonrisa.
– Entonces faltan dos años para que se cumpla la predicción de Napoleón, ¿verdad?
– Sólo si pretende declararle la guerra a Inglaterra -contestó Harry como si tal cosa-; de lo contrario, ya me he retirado de la caballería.
Los dos hombres se miraron fijamente durante lo que pareció una eternidad y entonces, de repente, el príncipe Alexei se echó a reír.
– Me divierte usted, sir Harry -le dijo, pero la ironía de su voz se contradecía con sus palabras-. Ya volveremos a intercambiar impresiones, usted y yo.
Harry asintió cortésmente, con el debido respeto.
El príncipe puso una mano encima de la de Olivia, que seguía descansando en el recodo de su brazo.
– Pero tendrá que ser más tarde -anunció, dedicándole una sonrisa triunfal-. Después de que haya bailado con lady Olivia.
Y entonces se giró, dándole la espalda a Harry y Sebastian, y se fue con Olivia.
Veinticuatro horas después Olivia estaba agotada. Del baile de los Mottram había llegado a casa cerca de las cuatro de la mañana, y encima su madre se había negado a dejarle dormir hasta tarde y se la había llevado a rastras a Bond Street para las últimas pruebas de su vestido de presentación ante el príncipe. Luego, naturalmente, los cansados no tuvieron derecho a siesta porque Olivia tenía que ir a presentarse ante el príncipe, lo cual le parecía un poco absurdo después de haber pasado gran parte de la noche anterior en su compañía.
¿Las «presentaciones» no se hacían entre gente que no se conocía aún?
Olivia y sus padres fueron a la residencia del príncipe Alexei, una serie de dependencias en casa del embajador. Fue terriblemente solemne, terriblemente formal y, con toda franqueza, terriblemente aburrido. Su vestido, que había requerido un corsé mucho más propio del siglo pasado, era incómodo y le daba calor (excepto en los brazos, que los llevaba desnudos y estaban helados).