Выбрать главу

Por lo visto los rusos no eran partidarios de calentar sus hogares.

Todo el suplicio duró tres horas durante las cuales su padre bebió varias copas de un licor transparente que lo había dejado sumamente soñoliento. El príncipe le había ofrecido también una copa a ella, pero su padre, que ya lo había probado, se lo quitó de las manos.

Se suponía que Olivia tenía que volver a salir esa noche (lady Bridgerton celebraba una pequeña soirée), pero alegó que estaba agotada y, para su gran sorpresa, su madre cedió. Olivia intuía que ella también estaba cansada; y su padre no estaba en condiciones de ir a ningún sitio.

Cenó en su habitación (tras una siesta, un baño y otra siesta más corta). Tenía previsto leer el periódico en la cama, pero justo al ir a cogerlo vio encima de su mesilla de noche La señorita Butterworth y el barón demente.

Era rarísimo, pensó mientras cogía el delgado volumen. ¿Por qué querría sir Harry darle semejante libro? ¿Qué contenían sus páginas como para que creyese que ella disfrutaría leyéndolo?

Lo hojeó, fijándose en algún que otro pasaje. Parecía un tanto frívolo. ¿Significaba esto que él la consideraba frívola?

Alargó la vista hacia la ventana, oculta por unas gruesas cortinas bien echadas para protegerse de la noche. Ahora que realmente la conocía, ¿seguía pensando Harry que era una frívola?

Se centró de nuevo en el libro que tenía en las manos. ¿Lo elegiría él ahora como regalo para ella? Era una novela gótica y escabrosa, así es como Harry la había definido.

¿Así la veía a ella?

Cerró el libro de golpe y a continuación lo colocó encima de su regazo sobre el lomo.

– Uno, dos y tres -contó en voz alta retirando rápidamente las manos para dejar que La señorita Butterworth se abriera por la página que quisiera.

Cayó hacia un lado.

– Estúpido libro -murmuró Olivia, volviendo a intentarlo. Porque lo cierto era que no le interesaba lo bastante como para elegir ella misma una página.

El libro volvió a caer hacia el mismo lado.

– ¡Vaya! Esto es ridículo. -Pero más ridículo fue todavía que Olivia bajara de la cama, se sentase en el suelo y se dispusiera a repetir el experimento por tercera vez, porque seguro que le saldría bien si el volumen estaba sobre una superficie debidamente lisa.

– Uno, dos y tr… -Pegó de nuevo las manos a las tapas; el maldito libro volvía a caer hacia un lado.

Ahora sí que se sintió realmente idiota. Cosa impresionante, teniendo en cuenta de entrada el grado de idiotez requerido para bajar literalmente de la cama. Pero se negaba a dejar que el maldito libro ganara, así que para su cuarto intento dejó que las páginas se entreabrieran sólo un poco antes de apartar las manos. Una pequeña ayuda, eso era lo que el libro necesitaba.

– ¡Uno, dos y tres!

Y por fin el libro se abrió. Olivia miró hacia abajo, se había abierto exactamente por la página 193.

Se tumbó boca abajo, se apoyó en los codos y empezó a leer.

Podía oírlo a sus espaldas. Él estaba acortando la distancia que había entre ellos y pronto le daría alcance. Pero ¿con qué fin?

¿Bueno o malo?

– Voto por el malo -musitó Olivia.

¿Cómo saberlo? ¿Cómo saberlo? ¿Cómo saberlo?

¡Oh, por el amor de Dios! Por eso se dedicaba a leer la prensa. Un ejemplo: El Parlamento fue llamado al orden. Al orden. Al orden.

Olivia sacudió la cabeza y continuó leyendo:

Y entonces recordó el consejo que le había dado su madre, antes de que la buena mujer pasase a mejor vida tras ser picoteada por unas palomas…

– ¿Qué?

Miró por encima de su hombro hacia la puerta, consciente de que prácticamente había gritado la palabra. Pero es que… ¿palomas?

Se levantó con dificultad, cogiendo La señorita Butterworth con la mano derecha y deslizando el dedo índice entre las páginas a modo de punto de lectura.

– Palomas -repitió-. ¿En serio?

Abrió de nuevo el libro. No pudo evitarlo.

En aquel entonces ella tenía sólo 12 años, demasiado joven para semejante conversación, pero quizá su madre había…

– ¡Qué aburrimiento! -Eligió otra página básicamente al azar, aunque la lógica sugería acercarse más al principio del libro.

Priscilla se agarró del alféizar de la ventana, sus manos desenguantadas se aferraron a la piedra con todas sus fuerzas. Al oír que el barón movía el pomo de la puerta, había sabido que sólo disponía de unos segundos para actuar. Si él la encontraba ahí, en su sanctasanctórum, ¿quién sabe de qué sería capaz? Era un hombre violento o eso le habían dicho.

Olivia deambuló hasta la cama y se medio apoyó o se medio sentó en ésta sin parar de leer.

Nadie sabía cómo había muerto su prometida. Algunos decían que de una enfermedad, pero la mayoría aseguraba que envenenada. ¡Asesinada!

– ¿De veras? -Olivia alzó la vista, parpadeando, luego se giró hacia la ventana. ¿Una prometida muerta? ¿Dimes y diretes? ¿Estaba sir Harry enterado de esto? El paralelismo era asombroso.

Pudo oír cómo entraba en la habitación. ¿Repararía en que la ventana estaba abierta? ¿Qué iba a hacer ella? ¿Qué podía hacer?

Olivia contuvo el aliento. Estaba en el aire (no en sentido literal, imposible, porque estaba literalmente sentada en el borde de la cama), lo que explicaba cualquier dificultad respiratoria.

Priscilla musitó una oración y luego, cerrando con fuerza los ojos, se soltó.

Fin del capítulo. Olivia pasó la página con avidez.

El suelo frío y duro estaba únicamente a menos de dos metros de distancia.

¿Cómo? ¿Priscilla estaba en el primer piso? El entusiasmo de Olivia dio rápidamente paso a la irritación. ¿Qué clase de cerebro de mosquito se tiraba por la ventana de un primer piso? Contando con los cimientos del edifico, cierta altura tendría que haber, pero realmente… En una caída tan suave sería difícil hasta hacerse un esguince en el tobillo.

– A eso se le llama manipular -dijo Olivia entornando los ojos. En cualquier caso, ¿quién era este escritor que intentaba asustar a los lectores por nada? ¿Sabía Harry siquiera lo que le había dado o se había limitado a seguir a ciegas la recomendación de su hermana?

Alargó la vista hacia la ventana. Seguía teniendo el mismo tamaño, las mismas cortinas… estaba intacta, aunque no sabía muy bien por qué eso le sorprendía.

De todas formas, ¿qué hora era? Las nueve y media casi. Probablemente Harry no estuviese en su despacho. Bueno, tal vez sí. Solía trabajar hasta tarde, aunque pensándolo bien, nunca le había dicho exactamente qué hacía allí con tanta diligencia.

Se levantó del borde de la cama y anduvo hacia la ventana; despacio, pisando con cuidado, lo cual era ridículo, ya que era imposible que Harry la viese a través de las cortinas.

Con La señorita Butterworth aún en la mano izquierda, alargó la mano derecha y descorrió las cortinas…

Capítulo 11

Bien mirado, Harry podía dar la jornada casi por finalizada. En un día normal habría traducido el doble de lo que había logrado hacer hoy, posiblemente más, pero se había distraído.

De pronto se había encontrado mirando hacia la ventana de Olivia, aunque sabía que no estaba ahí. Hoy se suponía que tenía que ir a ver al príncipe. A las tres de la tarde. Lo que significaba que probablemente había salido de casa poco antes de las dos. La residencia del embajador ruso no estaba muy lejos, pero el conde y la condesa no querrían correr el riesgo de llegar tarde. Siempre había tráfico, podía romperse una rueda o aparecer algún golfo en la calzada… Cualquier persona mínimamente prudente salía de casa con el tiempo suficiente por si había retrasos imprevistos.