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Seguramente Olivia estaría allí encerrada dos horas, a lo mejor tres; nadie como los rusos para alargar estas cosas. Luego media hora para volver a casa y…

Bueno, ahora estaba en casa, eso seguro. A menos que se hubiese vuelto a ir, pero no había visto salir el carruaje de los Rudland.

No es que hubiese estado pendiente, pero tenía las cortinas descorridas. Y si se colocaba en un ángulo determinado, podía ver el resplandor de un pequeño haz de luz procedente de la calle. Y, por supuesto, cualquier carruaje que pasara casualmente por ahí.

Se levantó y se desperezó, alzando las manos por encima de la cabeza y dibujando círculos con ésta. Tenía la intención de traducir una página más esta noche (según el reloj de la repisa de la chimenea eran sólo las nueve y media), pero ahora mismo necesitaba mover un poco las piernas para activar la circulación sanguínea. Bordeó su escritorio y caminó hasta la ventana.

Y ahí estaba ella.

Durante unas décimas de segundo se quedaron los dos petrificados, como preguntándose si deberían fingir no haberse visto.

Y entonces Harry pensó que no, por supuesto que no.

Saludó a Olivia con la mano.

Ella sonrió y le devolvió el saludo, y luego…

Harry se quedó mirando atónito. Olivia estaba abriendo la ventana.

Así que, naturalmente, él hizo lo mismo.

– Sé que me dijo que no había leído esto -dijo ella sin preámbulos-, pero ¿le ha echado siquiera un vistazo?

– Buenas noches tenga usted -le dijo él en voz alta-. ¿Qué tal con el príncipe?

Ella meneó la cabeza con impaciencia.

– El libro, sir Harry, el libro. ¿Ha leído algún pasaje?

– Me temo que no. ¿Por qué?

Olivia lo levantó con las dos manos, sosteniéndolo justo delante de su cara, y luego lo movió hacia un lado para poder ver a Harry.

– ¡Es absurdo!

Él asintió en señal de aprobación.

– Ya me lo suponía.

– ¡La madre de la señorita Butterworth muere picoteada por unas palomas!

Harry reprimió la risa.

– ¿Sabe? Para mí eso lo vuelve considerablemente más interesante.

– ¡Palomas, sir Harry! ¡Hablamos de palomas!

Él levantó el rostro sonriendo de oreja a oreja. Se sentía un poco como Romeo y Julieta, quitando la enemistad de sus familias y el veneno.

Y añadiéndole las palomas.

– No me importaría escuchar esa parte -le dijo Harry-. Parece de lo más intrigante.

Ella lo miró con el ceño fruncido, apartándose de un manotazo un mechón de pelo que la brisa le había traído a la cara.

– Lo de la madre es anterior a la acción del libro. Con suerte, antes de que llegue al final la señorita Butterworth también será picoteada.

– Veo que ha estado leyéndolo.

– Algún que otro fragmento -confesó Olivia-. Eso es todo. El inicio del capítulo cuatro y… -bajó los ojos, pasando aprisa las páginas antes de volver a levantar la mirada- la página ciento noventa y tres.

– ¿No se ha planteado empezar por el principio?

Hubo una pausa. Una pausa bastante larga. Y entonces dijo ella con desdén:

– No pretendía leerlo.

– Pero, le ha llamado la atención, ¿eh?

– ¡No, en absoluto! -Cruzó los brazos, lo que hizo que se le cayera el libro. Desapareció unos instantes y luego volvió a aparecer en escena con La señorita Butterworth en la mano-. Era tan irritante que no he podido parar.

Harry se apoyó en el alféizar con una amplia sonrisa.

– Parece apasionante.

– Absurdo, eso es lo que es. Entre la señorita Butterworth y el barón, me quedo con el barón.

– ¡Oh, venga ya! Es una novela romántica, como mujer tiene que ponerse de parte de la dama.

– Es una idiota. -Volvió a bajar la mirada hacia el libro, pasando las páginas con extraordinaria rapidez-. Aún no sé si el barón además de estar loco es un asesino, pero de ser así espero que consiga sus propósitos.

– Imposible -le dijo Harry.

– ¿Qué le hace pensar eso? -Olivia se dio otro manotazo en la cara, tratando de apartarse el pelo de la nariz. La brisa era más fuerte y Harry estaba disfrutando bastante con todo esto.

– ¿Ha escrito el libro una mujer? -inquirió él.

Olivia asintió.

– Sarah Gorely. En mi vida he oído hablar de ella.

– ¿Y es una novela romántica?

Ella volvió a asentir con la cabeza.

Harry sacudió la suya en señal de negación.

– No se cargará a la heroína.

Olivia lo miró fijamente durante un largo instante, luego no dudó en abrir el libro por el final.

– ¡Oh, no haga eso! -la reprendió Harry-. ¡Así no tiene gracia!

– No pienso leerlo -replicó ella-. ¡Déjese de gracias!

– Créame -dijo él-, cuando un hombre escribe una novela de amor, la protagonista muere. Cuando la escribe una mujer, hay un final feliz.

Olivia abrió la boca, como sin saber muy bien si debía ofenderle la generalización. Harry reprimió una sonrisa burlona. Le gustaba desconcertarla.

– ¿Cómo va a ser romántico si la protagonista muere? -preguntó ella recelosa.

Él se encogió de hombros.

– Yo no he dicho que tenga sentido, sólo que es así.

Olivia no parecía saber cómo interpretar eso, y Harry disfrutó de lo lindo estando simplemente ahí, apoyado en el alféizar, y observando cómo ella miraba con rabia el libro que tenía en las manos. Olivia, de pie frente a su ventana, era absolutamente adorable, incluso enfundada en esa espantosa bata azul que llevaba. Sobre la espalda le colgaba una única y gruesa trenza, y Harry se preguntó por qué se le ocurría esto ahora, cuando la conversación entera era sumamente pintoresca. No conocía a sus padres, pero se imaginaba que no verían con buenos ojos que su hija charlase con un hombre soltero desde la ventana y en plena oscuridad.

Y en bata.

Pero se lo estaba pasando demasiado bien como para que ello le preocupara, así que decidió que si a Olivia no le importaba descuidar los modales, a él tampoco.

Ella puso cara de pilluela y a continuación miró de nuevo hacia el libro mientras sus dedos pasaban furtivamente las páginas hasta llegar a las últimas.

– No lo haga -le advirtió él.

– Sólo quiero ver si tiene razón.

– En ese caso empiece por el principio -le dijo Harry, básicamente porque sabía que eso la sacaría de quicio.

Ella soltó un gruñido.

– No quiero leer el libro entero.

– ¿Por qué no?

– Porque no me gustará y será una pérdida de tiempo.

– No sabe si le gustará o no -señaló él.

– Lo sé -repuso ella con absoluta convicción.

– ¿Por qué no le gusta leer? -quiso saber Harry.

– ¡Por esto! -exclamó Olivia, dando una pequeña sacudida a La señorita Butterworth-. Porque es un auténtico disparate. Si me diera usted un periódico, eso sí que lo leería. De hecho, leo la prensa de cabo a rabo, todos los días.

Harry estaba impresionado. No es que creyera que las mujeres no leían el periódico, era sólo que no había pensado mucho en el asunto. Desde luego su madre nunca había leído la prensa y si su hermana lo hacía, nunca le había comentado nada al respecto en su correspondencia mensual.

– Lea la novela -le sugirió él-. Puede que se lleve una sorpresa y le guste.

– ¿Por qué me insta a leer algo que a usted mismo no le interesa? -preguntó ella no con poco recelo.

– Porque… -Pero Harry se detuvo, porque no sabía por qué lo hacía. Sólo sabía que le había dado el libro y que disfrutaba metiéndose con ella-. Hagamos un trato, lady Olivia.

Ella ladeó la cabeza con expectación.

– Si usted lo lee entero, de principio a fin, yo haré lo mismo.

– Leerá La señorita Butterworth y el barón demente -repuso ella con desconfianza.