– Asimismo, leí hace poco todas las fábulas de Ivan Krylov -continuó Alexei-. Es lectura obligada de todo ruso culto.
– Nosotros también tenemos escritores así -comentó Olivia-. Shakespeare. Todo el mundo lee a Shakespeare. Creo que sería casi antipatriótico no hacerlo.
El príncipe se encogió de hombros; ésa era al parecer su opinión de Shakespeare.
– ¿Ha leído a Shakespeare? -inquirió Olivia.
– He leído alguna cosa en francés -contestó él-, pero prefiero leer en ruso. Nuestra literatura es mucho más profunda que la suya.
– Yo he leído Poor Liza -dijo Harry, aun sabiendo que debería haber mantenido la boca cerrada. Pero el príncipe era tan imbécil y tan pretencioso que resultaba difícil no intentar bajarle los humos.
El príncipe Alexei se volvió a él sin disimular su sorpresa.
– No sabía que Bednaya Liza había sido traducido al inglés.
Tampoco Harry lo sabía; él lo había leído en ruso años atrás. Pero esta tarde ya había cometido un error por imprudente y no estaba dispuesto a cometer otro, de modo que dijo:
– Creo que no me estoy equivocando de libro. El autor es… ¡vaya, ahora no lo recuerdo…! Empieza por «k», creo, ¿Karmazanon?
– Karamzin -le espetó el príncipe-. Nikolai Karamzin.
– Sí, eso es -repuso Harry en un tono intencionadamente alegre-. Va de una campesina pobre a la que un aristócrata seduce y luego abandona, ¿verdad?
El príncipe asintió secamente.
Harry se encogió de hombros.
– Pues alguien lo habrá traducido.
– Tal vez intente encontrar un ejemplar -dijo el príncipe-. Quizás eso mejore mi inglés.
– ¿Es muy conocido? -intervino Olivia-. Si logramos encontrar un ejemplar en inglés, me encantaría leerlo.
Harry la miró con desconfianza. Era la misma mujer que había asegurado que no le gustaban ni Enrique V ni La señorita Butterworth y el barón demente.
Pasó un ángel fugaz antes de que Olivia dijera:
– He pedido que nos traigan el té justo antes de que usted llegara, sir Harry. ¿Se quedará a tomarlo con nosotros?
– Será un placer. -Harry tomó asiento frente al príncipe y le dedicó una sonrisa forzada.
– Confieso que se me dan fatal los idiomas -dijo Olivia-. Mis institutrices perdieron la esperanza de que algún día dominase el francés. Siento una gran admiración por aquellos que hablan más de una lengua. Su inglés es verdaderamente magnífico, Vuestra Alteza.
El príncipe agradeció el cumplido asintiendo con la cabeza.
– El príncipe Alexei también habla francés -le explicó Olivia a Harry.
– Como yo -respondió él, ya que no parecía que hubiese razón alguna para ocultarlo. Puede que al príncipe se le escapase algo en ruso, pero jamás haría eso en francés; había demasiados hablantes de francés en Londres. Además, después de pasar tantos años en Europa lo raro habría sido que Harry no aprendiese un poco el idioma.
– Eso no lo sabía -dijo Olivia-. Tal vez los dos puedan conversar; o mejor no. -Soltó una carcajada-. Tiemblo de horror sólo pensar en lo que podrían decir de mí.
– Únicamente los mayores cumplidos -repuso el príncipe zalamero.
– Dudo que mis conocimientos puedan equipararse con los de Vuestra Alteza -mintió Harry-. Estoy convencido de que sería una conversación frustrante para ambos.
De nuevo pasó un ángel, y de nuevo Olivia llenó el silencio.
– Tal vez nos pueda decir algo en ruso -le pidió al príncipe-. Creo que nunca he oído hablar esta lengua en voz alta, ¿y usted, sir Harry?
– Creo que sí -musitó.
– ¡Claro! Durante el tiempo que pasó en Europa. Me imagino que habrá oído hablar un montón de idiomas.
Harry asintió con educación, pero Olivia ya se había vuelto a girar hacia Alexei.
– ¿Le importaría decirnos algo? El francés lo reconozco, aunque a duras penas entiendo una palabra. Pero el ruso… vaya, que no tengo ni idea de cómo suena. ¿Se parece un poco al alemán?
– Nyet -contestó el príncipe.
– ¡Ny-oh! -Olivia sonrió-. Eso debe de ser no.
– Da -dijo el príncipe.
– ¡Y eso debe de ser sí!
Harry no sabía muy bien si le resultaba gracioso o nauseabundo.
– Diga algo más -le instó ella-. No puedo percibir bien el ritmo del idioma con palabras monosilábicas.
– Muy bien -concedió el príncipe-, veamos…
Harry y Olivia esperaron pacientemente mientras él pensaba en algo que decir. Al cabo de unos instantes habló.
Y Harry decidió que jamás había odiado tanto a otro ser humano como odiaba al príncipe Alexei Gomarovsky de Rusia.
– ¿Qué ha dicho? -preguntó Olivia sonriendo con expectación.
– Únicamente que es usted más hermosa que los océanos, el cielo y la niebla.
O en función de la traducción: «La penetraré hasta que grite».
– ¡Qué poético! -susurró Olivia.
Harry no se atrevió a hablar.
– ¿Puede decir algo más? -suplicó Olivia.
El príncipe se mostró reticente.
– No se me ocurre nada tan… ¿cómo se dice?
«Ofensivo».
– Delicado -concluyó el príncipe con cara de suma satisfacción por su elección de palabra-. Lo bastante delicado para usted.
Harry tosió. O eso o vomitaba. A lo mejor pareció un poco las dos cosas, porque Olivia lo miró con cara de pánico. Él, a su vez, no pudo evitar poner los ojos en blanco. Ningún hombre sensato podía escuchar tales bobadas sin reaccionar de algún modo.
– ¡Oh! Ya llega el té -dijo Olivia, que parecía bastante aliviada-. Mary, nos hará falta otro servicio. Sir Harry ha decidido unirse a nosotros.
Después de que Mary dejara la bandeja y se fuera a buscar otra taza, Olivia levantó la vista hacia Harry y dijo:
– No le importa si empiezo a servir, ¿verdad?
– Por supuesto que no -contestó él y miró casualmente hacia el príncipe, que lo estaba observando nada menos que con una sonrisa de satisfacción.
Harry le pagó con una expresión igualmente juvenil. No pudo evitarlo. Y razonó que serviría para mantener la farsa de que no era más que otro pretendiente celoso. Pero ¿en serio creía Alexei que Olivia, sirviéndole té antes de que a Harry le trajesen una taza, había dado a entender quién era su favorito?
– ¿Le gusta a Su Alteza el té inglés? -inquirió Olivia-. Aunque supongo que en realidad no es inglés, más bien creo que nos lo hemos apropiado.
– Me parece una tradición de lo más agradable -dijo el príncipe.
– ¿Lo toma con leche?
– Por favor.
– ¿Azúcar?
– Sí.
Le preparó su té, sin dejar de hablar mientras le servía una cucharadita de azúcar.
– Sir Harry me comentaba el otro día que lo que más echó de menos durante su servicio en el ejército fue el té.
– ¿Es eso cierto? -repuso el príncipe Alexei.
Harry no sabía con seguridad a quién se había dirigido el príncipe, pero aun así decidió contestar.
– Hubo muchas noches en las que habría matado por beber algo caliente.
– Sea como sea, me imagino que hubo muchas noches en las que sí mató -replicó el príncipe.
Harry lo miró con frialdad.
– Hubo muchos momentos en los que fui armado con un sable, un fusil y una bayoneta. Maté con frecuencia.
El príncipe lo miró con la misma frialdad.
– Habla como si hubiese disfrutado haciéndolo.
– En absoluto -le espetó Harry.
Las comisuras de un lado de la boca del príncipe se curvaron muy ligeramente.
– En muchas ocasiones es necesario el mal para que florezca el bien, ¿da?
Harry contestó a eso con un único asentimiento de cabeza.
El príncipe tomó un sorbo de té, si bien aún no habían servido a Harry.