– ¿Practica usted esgrima, sir Harry?
– Sólo medianamente bien. -Lo cual era cierto. En Hesslewhite no habían tenido un profesor de esgrima como Dios manda. A consecuencia de ello, la habilidad de Harry en el manejo de la espada era mucho más militar que competitiva. Se le daba regular esquivar los golpes, pero sabía cómo dar la estocada final.
– Aquí está la taza que faltaba -anunció Olivia y la cogió de manos de la doncella, que acababa de regresar-. Sir Harry, usted lo toma sin azúcar, ¿verdad?
– Veo que se acuerda -musitó él.
Ella le sonrió, fue una sonrisa alegre y absolutamente sincera que flotó hasta él como una suave brisa. Él sintió el impulso de devolverle la sonrisa, espontánea y también sincera. Olivia le miró, y él la miró a ella, y durante unos instantes asombrosos fue como si estuvieran solos en la sala.
Pero entonces ella apartó la vista y murmuró algo sobre el té. Se entretuvo preparándole una taza a Harry y él descubrió que estaba embelesado con sus manos, preciosas y elegantes, pero por algún motivo no muy gráciles. Lo cual le gustó. Toda diosa tenía sus imperfecciones.
Olivia levantó de nuevo los ojos y detectó que él la había estado observando. Le volvió a sonreír y entonces él hizo lo propio, y…
Y entonces el maldito príncipe tuvo que abrir la boca.
Capítulo 13
Cinco cosas que me encantan de sir Harry Valentine,
por Olivia Bevelstoke.
Su sonrisa,
su agudeza,
sus ojos,
que habla conmigo desde la ventana.
– ¡Vladimir! -vociferó de pronto el príncipe, dejando la enumeración de Olivia incompleta a falta de un elemento.
Vladimir cruzó al instante la sala hasta el príncipe Alexei, quien impartió en ruso lo que sin duda sonó como una orden. Vladimir gruñó su conformidad y luego añadió su propia sarta incomprensible de palabras.
Olivia alargó la vista hacia Harry, que tenía el entrecejo fruncido. Se imaginó que seguramente ella también lo había arrugado.
Vladimir emitió otro sonido ronco y regresó a su rincón, y Harry, testigo de toda la conversación, miró al príncipe y le dijo:
– Es muy cómodo contar con Vladimir.
El príncipe Alexei lo miró hastiado.
– No entiendo qué quiere decir.
– Viene, va, hace cualquier cosa que usted diga…
– Para eso está.
– Sí, naturalmente. -Harry dejó que su cabeza se inclinara muy levemente hacia un lado. Fue como si se hubiese encogido de hombros sin encogerlos, pero la falta de consideración era la misma-. Yo no he dicho lo contrario.
– Los que gozan de estatus de realeza necesitan viajar con un séquito.
– Estoy completamente de acuerdo -repuso Harry, pero su tono simpático al parecer no hizo más que echar leña al fuego.
– Aquí tiene su té -interrumpió Olivia mientras le ofrecía una taza a Harry. Éste la aceptó y le dio en voz baja las gracias antes de tomar un sorbo-. Yo tomaré el mío como sir Harry -comentó sin dirigirse a nadie en particular-. Antes me ponía azúcar, pero me he dado cuenta de que ya no me gusta el té dulce.
Harry la miró con expresión de curiosidad, lo que no sorprendió a Olivia, que no recordaba cuándo había mantenido una conversación tan soporífera por última vez. Aunque seguro que él entendería que no tenía otra alternativa.
Olivia inspiró hondo, ¡qué difícil era intentar navegar contra la corriente! Esos dos hombres se detestaban, eso era evidente, pero no era la primera vez que estaba en un salón con gente que se odiaba entre sí. Normalmente no era tan palpable.
Y si bien quería pensar que todo era debido a que tenían celos de ella, no pudo evitar la sensación de que se traían algo más entre manos.
– Hoy todavía no he salido a la calle -comentó Olivia, pues el tiempo era siempre un tema de conversación infalible-. ¿Hace calor?
– Yo creo que lloverá -dijo el príncipe.
– ¿Es eso lo que piensa de Inglaterra? Que cuando no llueve, diluvia. Y cuando no diluvia…
Pero el príncipe ya había trasladado la atención a su oponente.
– ¿Dónde vive usted, sir Harry?
– Desde hace poco, en la puerta de al lado -contestó Harry alegremente.
– Creía que los aristócratas ingleses tenían imponentes mansiones en el campo.
– Así es -repuso Harry afablemente-, pero yo no soy un aristócrata.
– ¿Qué tal está el té? -inquirió Olivia un tanto desesperada.
Los dos hombres contestaron con un gruñido. Ninguno de más de una sílaba. Y ninguna sílaba particularmente inteligible.
– Pero le llaman «sir» -constató el príncipe Alexei.
– Cierto -respondió Harry, al que no parecía preocuparle en absoluto su falta de estatus-. Pero eso no me convierte en aristócrata.
Los labios del príncipe se curvaron muy ligeramente.
– A los baronets no se les considera parte de la aristocracia -explicó Olivia, que le lanzó una mirada de disculpa a Harry. Era realmente grosero por parte del príncipe seguir insistiendo en el bajo nivel social de Harry, pero había que tener en cuenta las diferencias culturales.
– ¿Qué es un «baronet»? -preguntó el príncipe.
– No estamos ni en un lado ni en el otro -contestó Harry con un suspiro-. En realidad, es un poco como el purgatorio.
Alexei se volvió hacia Olivia.
– No le entiendo.
– Se refiere, o por lo menos eso creo… -Olivia miró a Harry indignada, le parecía increíble que estuviese llevándole deliberadamente la contraria al príncipe- a que los baronets no forman parte de la aristocracia, pero tampoco carecen de título. Por eso se los llama «sir».
Parecía que el príncipe Alexei seguía confuso, de modo que Olivia explicó:
– Por orden de rango, después de la realeza, naturalmente, están los duques, los marqueses, los condes, los vizcondes y por último los barones. -Hizo una pausa-. Luego vienen los baronets y sus esposas, pero se considera que forman parte de la pequeña nobleza.
– Estamos muy abajo -musitó Harry divertido-. A años luz de alguien como Vuestra Alteza.
El príncipe lo miró durante apenas un segundo, pero bastó para que Olivia detectara la aversión en sus ojos.
– En Rusia la aristocracia es el eje de la sociedad. Sin nuestras distinguidas familias, nos desmoronaríamos.
– Aquí muchos piensan lo mismo -dijo Olivia cortésmente.
– Se produciría… ¿cómo se dice…?
– ¿Una revolución? -ofreció Harry.
– ¿El caos? -intuyó Olivia.
– El caos -prefirió Alexei-. Sí, eso es. La revolución no me da miedo.
– Sería conveniente que todos aprendiésemos de la experiencia de los franceses -dijo Harry.
El príncipe Alexei se giró hacia él con la mirada encendida.
– Los franceses fueron unos estúpidos. Concedieron demasiadas libertades a la burguesía. En Rusia no cometeremos ese error.
– En Inglaterra tampoco tememos la revolución -replicó Harry en voz baja-, aunque me imagino que es por otros motivos.
Olivia contuvo el aliento. Harry había hablado con una convicción rotunda que contrastaba con su frivolidad anterior. Su tono serio acaparó inevitablemente toda la atención del momento. Hasta el príncipe Alexei se sobresaltó y se volvió hacia él con una expresión de… en fin, no de respeto exactamente, puesto que saltaba a la vista que no entendía el comentario; pero quizá sí de cierta admiración, reconociendo a Harry como digno adversario.
– La conversación está tomando un cariz muy serio -declaró Olivia-. A esta hora del día no se puede hablar de estos temas. -Y como con eso no logró obtener una respuesta inmediata, añadió-: No soporto discutir de política cuando brilla el sol.
En realidad, lo que no podía soportar era quedar como una auténtica boba. Le encantaban las discusiones políticas, a cualquier hora del día.
Y, además, no brillaba el sol.