– Nos vemos esta noche -le dijo Alexei.
– ¿Esta noche? -repitió ella.
– Irá a la ópera, ¿verdad? Interpretan La flauta mágica. Es la primera representación de la temporada.
– Yo… ehh… -¿Iría a la ópera? No podía pensar con claridad. Un príncipe de la realeza había intentado seducirla en su propio salón, o por lo menos lo había intentado. En presencia del grandullón de su criado.
No era de extrañar que estuviese un poco aturdida.
– Hasta entonces, lady Olivia. -El príncipe Alexei salió majestuosamente de la sala y Vladimir siguió sus pasos. Lo único que se le ocurrió a Olivia fue que necesitaba contarle esto a sir Harry.
Sólo que estaba indignada con él.
¿Verdad?
Capítulo 14
Harry estaba de mal humor. El día había empezado de maravilla, augurando toda clase de alegrías, hasta que al entrar tranquilamente en el salón de casa de los Rudland se había topado con el príncipe Alexei Gomarovsky, presunto descendiente del poeta soltero más famoso de Rusia.
O, si no el más famoso, bastante famoso entonces.
Y, luego, había tenido que ver a Olivia adulando a ese grandísimo patán.
Además, había tenido que sentarse ahí y fingir no entender nada cuando el malnacido ése había dicho que quería violarla, y encima había intentado hacer pasar la maldita frase por no sé qué cursilada sobre el cielo y la niebla.
Después (ya en casa mientras trataba de averiguar qué hacer con respecto a la segunda intervención del príncipe en ruso, una orden dada a Vladimir, siempre atento, de que investigaran a Harry) había recibido instrucciones por escrito del Departamento de Guerra para asistir esa noche a la representación inaugural de La flauta mágica, que habría sido una delicia de haber podido mirar hacia el escenario en lugar de a la persona que más detestaba ahora mismo, el susodicho Alexei de Rusia.
Luego el maldito príncipe se había marchado pronto de la ópera. Se había largado, sin más, justo cuando la Reina de la Noche empezaba su aria llamada «La venganza del infierno hierve en mi corazón». ¡Por Dios! ¿Quién podía irse al comienzo de semejante aria?
Harry decidió que la venganza del infierno hervía también en su corazón.
Había seguido al príncipe (y a Vladimir, eternamente presente y cada vez más amenazador) hasta el burdel de madame Leroux, donde era de suponer que disfrutó de los favores de alguna que otra señorita.
Fue en ese momento cuando Harry decidió que estaba en su derecho de irse a casa.
Cosa que hizo, pero no antes de calarse hasta los huesos por el inusitado chaparrón que cayó.
Razón por la que cuando llegó a casa y se deshizo del abrigo y los guantes empapados, sólo pensaba en tomar un baño caliente. Soñaba con el vapor saliendo de la superficie del agua. El calor haría que le escociera la piel, que le doliese casi, hasta que su cuerpo se habituara a la temperatura.
Estaría en la gloria. La gloria herviría en la bañera.
Pero ciertamente no alcanzó la gloria, por lo menos no esa noche. Aún no había sacado los dos brazos del abrigo cuando el mayordomo entró en el recibidor y le informó de que un mensajero especial le había traído una carta, que estaba encima de su escritorio.
Así que se fue a su despacho, sus pies haciendo chof-chof dentro de las botas, y resultó que el mensaje no contenía nada de urgencia, únicamente unas cuantas nimiedades para completar las lagunas que había en el historial del príncipe. Harry soltó un gruñido y cuando le recorrió un escalofrío, deseó que hubiese una chimenea encendida a la que arrojar la misiva culpable de que se hubiera quedado sin su baño; así podría además entrar en calor frente al fuego. Tenía mucho frío y estaba empapado, y enfadadísimo con el mundo entero.
Y entonces alzó la vista.
Olivia estaba junto a su ventana, mirándolo fijamente.
En realidad, todo esto era culpa suya. O por lo menos la mitad de ello.
Harry caminó resueltamente hasta su ventana de guillotina y la subió de un tirón. Ella hizo lo mismo.
– Lo estaba esperando -dijo ella antes de que él pudiese hablar-. ¿Dónde esta… qué le ha pasado?
Del conjunto de preguntas estúpidas Harry decidió que ésta quedaría entre las primeras. Pero seguramente aún tenía los labios morados por el frío y era incapaz de decirle todo eso.
– Que ha llovido -dijo él entre dientes.
– ¿Y se le ha ocurrido salir a dar un paseo bajo la lluvia?
Harry se preguntó si haciendo un esfuerzo sobrehumano podría quizás estrangular a Olivia desde donde estaba.
– Tengo que hablar con usted -anunció ella.
Él se dio cuenta de que no sentía los dedos de los pies.
– ¿Tiene que ser precisamente ahora?
Olivia retrocedió con aspecto de estar tremendamente ofendida.
Lo cual no sirvió de mucho para mejorar el temperamento de Harry. Aun así debieron de inculcarle de pequeño los modales propios de un caballero, porque pese a que debería haber cerrado la ventana de golpe, se explicó a modo telegráfico:
– Tengo frío. Estoy empapado. Y de muy mal humor.
– ¡Pues ya somos dos!
– Muy bien -repuso él entre dientes-. ¿Cuál es el motivo de su desazón?
– ¿De mi desazón? -repitió ella con sorna.
Harry levantó una mano. Si Olivia pretendía discutirle su elección de vocabulario, se negaba a seguir con esta conversación.
Pero seguramente decidió cambiar de táctica, porque se puso en jarras y dijo:
– Muy bien, pues, ya que me pregunta, usted es la causa de mi desazón.
Más valía que esto mejorara. Harry aguardó unos instantes y luego dijo, destilando tanto sarcasmo como agua chorreaba de su ropa.
– ¿Y…?
– Y su comportamiento esta tarde… ¿En qué estaba pensando?
– ¿En qué estaba…?
Olivia se asomó literalmente a la ventana y agitó un dedo en el aire.
– Se ha dedicado a provocar deliberadamente al príncipe Alexei. ¿Tiene idea del brete en el que me ha puesto?
Él la miró fijamente unos segundos, acto seguido se limitó a decir:
– Es un idiota.
– No es un idiota -replicó ella con exasperación.
– Sí que lo es -insistió Harry-. No merece ni lamer sus pies. Algún día me lo agradecerá.
– No tengo ninguna intención de dejar que ni él ni nadie me lama en sitio alguno -repuso ella, que se puso toda roja al caer en la cuenta de lo que había dicho.
Harry empezaba a entrar en calor.
– No tengo ninguna intención de dejar que me haga la corte -declaró Olivia susurrando, aunque curiosamente en voz bastante alta como para que a Harry le llegasen todas las sílabas con absoluta claridad-. Pero eso no significa que en mi casa se le pueda tratar con desconsideración.
– Muy bien, lo siento. ¿Satisfecha?
Sus disculpas dejaron a Olivia sin habla, pero a Harry le duró poco la victoria. Tras abrir y cerrar la boca repetidas veces durante no más de cinco segundos, ella dijo:
– No lo ha dicho de corazón.
– ¡Oh, por Dios! -saltó él. No se podía creer que Olivia estuviese actuando como si él hubiese hecho algo malo. Únicamente seguía las malditas órdenes del maldito Departamento de Guerra. Y aun teniendo en cuenta el hecho de que ella ignoraba que él tuviese que cumplir unas órdenes, era ella la que se había pasado la tarde arrullando a un hombre que la había insultado con absoluta visceralidad.
Claro que Olivia tampoco sabía eso.
Aun así cualquiera con una pizca de sentido común podría apreciar que el príncipe Alexei era un sapillo empalagoso. Un sapo tremendamente guapo, es verdad, pero sapo a pesar de todo.