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– ¿Necesita beber algo? -le preguntó Harry solícito.

– No, gracias. Lo que intentaba decir era que… seguramente entenderá que no estoy sola aquí. Tengo unos padres.

– Sí -replicó él, que no pareció excesivamente impresionado por su razonamiento-, eso tengo entendido, aunque yo no los he visto nunca; en todo caso, no aquí.

Ella frunció las cejas y miró hacia el recibidor por encima de su hombro.

– Creo que mi madre aún duerme.

– A eso me refería precisamente -dijo Harry.

– Le agradezco el gesto -dijo ella-, pero creo que debo puntualizar que es bastante improbable que el príncipe, ni nadie más en realidad, venga a verme a tan tempranas horas de la mañana.

– Estoy de acuerdo -le dijo Harry-, pero es un riesgo que no estoy dispuesto a correr. Aunque… -reflexionó unos instantes-. Si su hermano está dispuesto a bajar aquí y prometerme que no la perderá de vista en todo el día, yo me iré encantado.

– Eso presupone que yo quiera tenerlo cerca de mí durante todo el día -repuso Olivia con brusquedad.

– Entonces me temo que tendrá que conformarse conmigo.

Olivia miró a Harry.

Él la miró a ella.

Ella abrió la boca para hablar.

Él sonrió.

Olivia empezó a preguntarse por qué oponía tanta resistencia.

– Muy bien -dijo, apartándose al fin del umbral de la puerta y entrando en la sala-. Supongo que no tengo nada que perder.

– Ni siquiera notará que estoy aquí -le aseguró él.

Eso lo dudaba mucho.

– Pero sólo porque no tengo ningún otro plan para esta mañana -le informó ella.

– Entendido.

Olivia lo fulminó con la mirada. Resultaba desconcertante no saber cuándo Harry hablaba en tono sarcástico.

– ¡Esto es totalmente inadmisible! -musitó ella, pero fiel a su palabra Harry ya se había vuelto a sentar frente al escritorio y estaba leyendo detenidamente los papeles que se había traído consigo. ¿Serían los mismos documentos en los que había trabajado con tanta diligencia cuando ella lo espiaba?

Olivia se acercó a él despacio y cogió un libro de una mesa. Necesitaba tener algo en las manos, algo en lo que escudarse si él reparaba en la atención con que ella lo observaba.

– Veo que ha decidido leer La señorita Butterworth -comentó Harry sin levantar la vista hacia ella.

Olivia se quedó boquiabierta. ¿Cómo sabía Harry que había cogido un libro? ¿Cómo sabía siquiera que lo estaba observando? No había apartado los ojos de los papeles de la mesa.

¿Y en serio había cogido La señorita Butterworth? Indignada, Olivia descendió la mirada hacia el libro que tenía en las manos. Desde luego, podría haber cogido cualquier otro objeto al azar que no fuera ése.

– Estoy intentando abrir más la mente -dijo ella, arrellanándose en el primer asiento con el que topó.

– Una noble causa -repuso él sin alzar la vista.

Olivia abrió el libro y se concentró en él, pasando con fuerza las páginas hasta que dio con el punto en que se habían quedado dos días atrás.

– Palomas… palomas… -murmuró.

– ¿Qué?

– Nada, busco lo de las palomas -dijo ella con dulzura.

Harry meneó la cabeza y a ella le pareció verlo sonreír, pero seguía sin levantar la vista.

Olivia suspiró con fuerza, luego lo miró de reojo.

Harry ni se inmutó.

Entonces ella se autoconvenció de que la intención inicial del suspiro no había sido intentar atraer su atención. Había suspirado porque necesitaba sacar el aire, y si lo había hecho con fuerza, en fin, solía hacerlo así. Y como había hecho ruido, le había parecido lógico desviar la vista hacia él…

Volvió a suspirar. No deliberadamente, por supuesto.

Él siguió trabajando.

Posible contenido de los papeles de sir Harry,

por Olivia Bevelstoke.

Continuación de La señorita Butterworth

(¿acaso no sería una maravilla que él resultara ser el autor?).

Continuación no autorizada de La señorita Butterworth,

porque es sumamente improbable que él escribiera el original,

por magnífico que eso fuese.

Un diario secreto… ¡con todos sus secretos!

Algo totalmente distinto.

El pedido de un sombrero nuevo.

Olivia soltó una risita.

– ¿Qué es lo que encuentra tan divertido? -inquirió Harry, alzando por fin la mirada.

– Me es totalmente imposible explicárselo -contestó ella, procurando que no se le escapara la risa.

– ¿Se está riendo de mí?

– Sólo un poco.

Él enarcó una ceja.

– Vale, está bien, me estoy riendo a su costa, pero lo tiene merecido. -Olivia le sonrió esperando que él hiciese algún comentario, pero no hizo ninguno.

Lo cual fue decepcionante.

Retomó la lectura de La señorita Butterworth, pero aunque la pobre chica acababa de partirse ambas piernas en un terrible accidente en carruaje, la novela no era nada emocionante.

Olivia empezó a tamborilear sobre una de las páginas abiertas con los dedos. El ruido aumentó más… y más… hasta que pareció reverberar por toda la sala.

Al menos eso le pareció a ella, porque Harry ni se inmutó.

Entonces exhaló con fuerza y se concentró de nuevo en la señorita Butterworth y sus piernas rotas.

Volvió la página.

Y leyó. Y pasó otra. Y leyó. Y volvió la siguiente y…

– Ya va por el capítulo cuatro.

Olivia dio un respingo en el asiento sobresaltada por el sonido de la voz de Harry tan cerca de su oreja. ¿Cómo era posible que se hubiese levantado sin darse ella cuenta?

– Tiene que ser bueno el libro -declaró.

Ella se encogió de hombros.

– No está mal.

– ¿Se ha recuperado la señorita Butterworth de la viruela?

– ¡Oh! Han pasado siglos desde eso. Recientemente se ha roto las dos piernas, le ha picado una avispa y por poco la venden como esclava.

– ¿Todo eso en cuatro capítulos?

– Más bien tres -le dijo ella, señalando la cabecera visible en la página abierta-. Acabo de empezar el cuarto.

– Ya he acabado lo que tenía que hacer -anunció él bordeando el escritorio hasta plantarse frente al sofá.

¡Vaya! Ahora, por fin, podía preguntárselo.

– ¿Qué estaba haciendo?

– Nada especialmente interesante. Un informe sobre la contabilidad de la producción de cereales en mi finca de Hampshire.

Al lado de lo que se había imaginado Olivia, esto fue un tanto decepcionante.

Harry tomó asiento en el otro extremo del sofá y cruzó un tobillo sobre la rodilla contraria. Era una postura muy informal, que reflejaba comodidad y familiaridad, y algo más… algo que hizo que Olivia se sintiera a gusto, pero que la aturdía. Procuró pensar en otro hombre que pudiera sentarse junto a ella en tan relajada postura. Ninguno. Únicamente sus hermanos.

Y desde luego sir Harry Valentine no era su hermano.

– ¿En qué piensa? -preguntó él con picardía.

Ella seguramente puso cara de sorpresa, porque Harry añadió:

– Se ha sonrojado.

Olivia enderezó los hombros.

– No me he sonrojado.

– ¡Claro que no! -exclamó él sin titubeos-. Es que hace mucho calor aquí dentro.

No era verdad.

– Pensaba en mis hermanos -comentó ella. En parte era cierto y eso debería poner fin a las imaginaciones de Harry acerca de su supuesto rubor.

– Me cae bastante bien su hermano gemelo -dijo Harry.

– ¿Winston? -¡Cielos! Podría haberle dicho que le gustaba colgarse de los árboles con los monos o comerse sus cagarrutas.

– Cualquiera que sea capaz de exasperarla no puede sino merecer mi admiración.

Ella lo miró ceñuda.

– ¿Y me tengo que creer que era usted cariñoso e inofensivo con su hermana?

– En absoluto -repuso él sin vergüenza alguna-. Fui muy cruel. Pero… -Harry se inclinó hacia delante, su mirada era pura malicia-… siempre lo hice con discreción.