– ¡Venga, por favor! -Olivia tenía suficiente experiencia con sus hermanos varones como para saber que Harry no tenía ni idea de lo que hablaba-. Si lo que intenta es decirme que su hermana no estaba al tanto de sus trastadas…
– ¡Oh, sí, ella seguro que estaba enterada! Pero mi abuela no -susurró Harry.
– ¿Su abuela?
– Vino a vivir con nosotros cuando yo era pequeño. Sin duda, estaba más unido a ella que a mis padres.
Olivia se sorprendió a sí misma asintiendo con la cabeza, aunque no sabía muy bien por qué.
– Debía de ser adorable.
Harry soltó una carcajada.
– Mi abuela era muchas cosas, pero adorable, no.
Olivia no pudo evitar sonreír al preguntar:
– ¿A qué se refiere?
– A que era muy… -Agitó una mano en el aire mientras elegía las palabras-. Estricta. Y debería decir que de férreas convicciones.
Olivia pensó unos segundos en eso, luego dijo:
– Me gustan las mujeres de convicciones férreas.
– Me lo puedo imaginar.
Ella notó que sonreía e inclinó el tronco hacia delante con una sensación de afinidad maravillosa, casi eufórica.
– ¿Le habría caído bien yo?
Al parecer, la pregunta cogió desprevenido a Harry, que estuvo unos instantes con la boca abierta antes de decir, por fin, casi divertido por la pregunta:
– No. No, no creo que le hubiese caído bien.
Olivia notó que era ella la que se quedaba boquiabierta por la sorpresa.
– ¿Hubiese preferido que le mintiera?
– No, pero…
Él rechazó su protesta con un gesto de la mano.
– Mi abuela tenía muy poca paciencia con todo el mundo. Despidió a seis de mis profesores particulares.
– ¿Seis?
Harry asintió.
– ¡Dios mío! -Olivia estaba asombrada-. Pues a mí me habría caído bien -musitó-. Yo sólo conseguí zafarme de cinco institutrices.
En el rostro de Harry se dibujó lentamente una sonrisa.
– ¿Por qué será que no me sorprende?
Ella lo miró con el ceño fruncido; o eso intentó, porque probablemente le salió algo más parecido a una sonrisa.
– ¿Cómo es posible -replicó Olivia- que no me haya hablado de su abuela?
– No me lo ha preguntado.
¿Qué se creía Harry, que ella iba por ahí preguntándole a la gente por sus abuelos? Pero entonces se paró a pensar… ¿qué sabía de él en realidad?
Muy poco. La verdad es que muy poca cosa.
Y era curioso, porque conocía a Harry. Estaba convencida de que lo conocía. Y entonces comprendió que conocía al hombre, pero no las circunstancias que lo habían hecho ser como era.
– ¿Cómo eran sus padres? -preguntó ella de pronto.
Él la miró un tanto sorprendido.
– Es cierto, no le he preguntado si tuvo usted abuela -dijo ella a modo de explicación-. ¡Debería darme vergüenza no haber pensado en ello!
– Muy bien. -Pero Harry no contestó en el acto. Se le movieron los músculos de la cara, no lo bastante para desvelar lo que pensaba, pero más que suficiente para darle a entender a Olivia que estaba pensando y que no acababa de saber muy bien cómo responder. Y entonces dijo-: Mi padre era un borracho.
El libro de La señorita Butterworth, que Olivia ni siquiera había sido consciente de estar todavía sujetando, se le escurrió de los dedos y cayó sobre su regazo.
– Era un borracho bastante afable, pero curiosamente eso no parece mejorar mucho el asunto. -El rostro de Harry no revelaba emoción alguna. Incluso sonreía, como si todo fuese una broma.
Era más fácil así.
– Lo siento -le dijo ella.
Harry se encogió de hombros.
– No sabía controlarse.
– Es que es muy difícil -dijo Olivia en voz baja.
Harry se giró, bruscamente, porque hubo un no sé qué en su voz, cierta humildad, quizás hasta cierta… comprensión.
Pero no podía ser. Imposible viniendo de Olivia. Tenía una familia unida y feliz, un hermano que se había casado con su mejor amiga y unos padres que se preocupaban sinceramente de ella.
– Mi hermano -dijo ella-. El que se casó con mi amiga Miranda, no creo habérselo contado, pero estuvo casado con anterioridad. Su primera esposa era aborrecible. Y luego falleció. Y entonces… no sé, creímos que a él le alegraría librarse de ella, pero se le veía cada vez más hundido. -Hubo un silencio y a continuación dijo-: Bebió muchísimo.
«No es lo mismo», quiso decir Harry, porque a ella no le había pasado con su padre, con la persona que se supone que tiene que amarte y protegerte, y hacer que tu mundo sea un lugar justo y estable. No era lo mismo porque seguro que Olivia no había limpiado las vomitonas de su hermano 127 veces. Ni había tenido una madre que nunca parecía tener nada que decir, y no… No era lo mismo, maldita sea. No era…
– No es lo mismo -dijo Olivia en voz baja-. De ninguna manera.
Y con esas palabras, con esas dos breves frases, todo su mundo interior, todos esos sentimientos que habían estado atormentándolo se apaciguaron. Encontraron la paz.
Ella le dedicó una tímida sonrisa. Un conato de sonrisa, pero auténtico.
– Aunque creo que puedo hacerme una idea. Mínimamente, quizá.
Por alguna razón, él miró hacia abajo, hacia las manos de Olivia, que descansaban sobre el libro que tenía en el regazo, y a continuación hacia el sofá, de funda a rayas de color verde claro. No es que Olivia y él estuvieran sentados justo el uno al lado del otro; entre ellos aún hubiese cabido tranquilamente otra persona. Pero estaban en el mismo sofá, y si él alargaba la mano y ella alargaba la suya…
Harry contuvo el aliento.
Porque ella acababa de alargar la mano.
Capítulo 16
Harry no pensó en lo que hizo. Le habría sido imposible pensarlo, porque de ser así, jamás lo habría hecho. Pero cuando ella alargó la mano…
Él la agarró.
Sólo en ese momento se dio cuenta de lo que había hecho, y quizá sólo en ese momento ella también se dio cuenta de lo que había iniciado, pero para entonces ya era demasiado tarde.
Harry se acercó los dedos de Olivia a los labios y los besó uno a uno, justo en la base junto a los nudillos, donde ella llevaría un anillo. Donde en la actualidad no llevaba ninguno. Donde, en un ataque de imaginación que ponía los pelos de punta, la vio llevando un anillo que él le regalase.
Eso debería haber servido de aviso. Debería haberle provocado el miedo suficiente para hacer que le soltara la mano y huyese despavorido de la sala, de la casa y de su compañía para siempre.
Pero no le amedrentó. Harry no apartó la mano de Olivia de sus labios, incapaz de despegarse del tacto de su piel.
Olivia era afectuosa y dulce.
Temblaba.
Al fin, él la miró a los ojos. Los tenía muy abiertos, miraban a Harry con inquietud… y confianza… y… ¿deseo tal vez? No podía estar seguro, porque sabía que ella no podía estarlo. No conocía el deseo, no entendería la dulce tortura que suponía, lo que era desear físicamente a otro ser humano.
Él sí lo conocía, y cayó en la cuenta de que lo había sentido casi constantemente desde que la conoció. Se había producido ese primer momento de atracción química, era cierto, pero eso no era trascendental. En aquel entonces no la conocía, ni siquiera le caía bien.
Pero ahora… era distinto. No era solamente su belleza lo que él deseaba, ni la curva de su pecho o el sabor de su piel. La deseaba a ella. A todo su ser. Deseaba lo que fuese que la impulsaba a leer periódicos en lugar de novelas, y deseaba ese ligero espíritu transgresor que le hacía abrir una ventana y leerle a Harry noveluchas de un edificio a otro.
Deseaba su afilado ingenio, la expresión triunfal de su rostro cuando le arponeaba con una respuesta especialmente acertada. Y deseaba su cara de absoluto desconcierto cuando él se apuntaba un tanto.