– Sigue -le instó Sebastian.
Harry no tenía ni idea de lo que hablaba.
– Leyendo. Creo que estaría bien escucharte. Hace siglos que no lo leo.
– ¿Te vas a quedar aquí sentado mientras te leo en voz alta? -preguntó Harry con recelo.
– A mí y al príncipe Alexei -le recordó Sebastian, y cerró los ojos-. No te preocupes por mí. Así visualizo mejor la escena.
Harry había creído que nada podría hacerle sentir cierta complicidad con el príncipe, pero cuando intercambiaron miradas quedó claro que ambos pensaban que Sebastian estaba loco.
Harry se aclaró la garganta, retrocedió al principio de la frase y leyó:
– Naturalmente, dentro de su diminuta habitación estaba guarecida de las inclemencias del tiempo, pero los marcos de las ventanas vibraban con tal estruendo que esa noche le sería imposible conciliar el sueño.
Harry levantó la vista. El príncipe escuchaba con atención pese a la expresión aburrida de su cara. Sebastian estaba absolutamente embelesado.
O eso o se había quedado dormido.
– Acurrucada en su estrecha y fría cama, no pudo evitar recordar todos los acontecimientos que la habían conducido a este desolador momento, en esta desoladora noche. Pero no es aquí, queridos lectores, donde empieza nuestra historia.
Los ojos de Sebastian se abrieron de golpe.
– ¿Aún vas por la primera página?
Harry arqueó una ceja.
– ¿Acaso esperabas que Su Alteza y yo hubiéramos estado reuniéndonos cada tarde para llevar a cabo sesiones secretas de lectura?
– Dame el libro -le dijo Sebastian mientras alargaba el brazo y le arrancaba a Harry la novela de las manos-. Declamas fatal.
Harry se dirigió al príncipe:
– Es que tengo poca práctica.
– Era una noche oscura y ventosa -empezó a leer Sebastian, y Harry tuvo que reconocer que su tono era muy teatral. Hasta Vladimir había inclinado el cuerpo hacia delante para escuchar, y eso que no hablaba inglés-, y la señorita Priscilla Butterworth estaba convencida de que de un momento a otro empezaría a llover, y caería del cielo una incesante cortina de agua que mojaría cuanto había dentro de su ámbito.
¡Santo Dios! Parecía casi un sermón. Estaba claro que Sebastian se había equivocado de profesión.
– La palabra «ámbito» no se ha empleado correctamente -comentó el príncipe Alexei.
Sebastian levantó la mirada, en sus ojos había destellos de irritación.
– Por supuesto que sí.
Alexei señaló con un dedo a Harry.
– Él me ha dicho que no.
– Y así es -replicó Harry encogiéndose de hombros.
– ¿Qué tiene de incorrecta? -solicitó saber Sebastian.
– Da a entender que lo que la protagonista ve está bajo su poder o control.
– ¿Y cómo sabes que no lo está?
– No lo sé -confesó Harry-, pero no da la impresión de que controle gran cosa. -Alargó la mirada hacia el príncipe-. Su madre muere picoteada por unas palomas.
– Cosas que pasan -dijo Alexei asintiendo.
Alarmados, tanto Harry como Sebastian desviaron la vista hacia él.
– No es fortuito -aclaró Alexei.
– Quizá convenga que revise mi deseo de viajar a Rusia -dijo Sebastian.
– Justicia rápida -declaró Alexei-. Es la única manera.
Harry no se podía creer lo que iba a preguntar, pero tenía que decirlo.
– ¿Las palomas son rápidas?
Alexei encogió los hombros, muy posiblemente el gesto menos conciso y exacto que Harry le había visto hacer.
– La justicia es rápida. El castigo, no tanto.
La frase fue acogida en silencio y con miradas de perplejidad, luego Sebastian se giró hacia Harry y le dijo:
– ¿Cómo sabías lo de las palomas?
– Me lo ha dicho Olivia. Lleva leídas más páginas que yo.
Sebastian apretó los labios con desaprobación. Harry, por su parte, se sorprendió. Era singularmente extraño ver esa expresión en el rostro de su primo. No recordaba la última vez que Sebastian había estado en contra de algo.
– ¿Puedo continuar? -preguntó éste, su voz preñada de amabilidad.
El príncipe asintió y Harry musitó:
– Continúa, por favor. -Y todos se arrellanaron en sus asientos para escuchar.
Hasta Vladimir.
Capítulo 17
La segunda vez que Olivia se arregló el pelo tardó bastante más tiempo que la primera. Sally, aún molesta por haber tenido que dejar una trenza a mitad, echó un vistazo a sus cabellos y dijo con absoluta severidad:
– Se lo advertí.
Y aunque no era propio de Olivia sentarse sumisamente y tolerar semejante falta de respeto, sí se sentó con sumisión, puesto que no sabía cómo explicarle a Sally que la única razón por la que se le estaba deshaciendo el moño por momentos era que sir Harry Valentine había metido las manos en él.
– Ya está -declaró Sally, poniendo la última horquilla con una fuerza que ella consideró innecesaria-. Esto no se le caerá en toda la semana, si así lo desea.
A Olivia no le habría sorprendido que Sally le aplicase una capa de cola únicamente para mantener cada pelo en su sitio.
– No salga si llueve -le advirtió Sally.
Olivia se levantó y se dirigió hacia la puerta.
– No llueve.
– Podría hacerlo.
– Pero no… -Olivia no terminó la frase. ¡Cielos! ¿Qué hacía ahí de pie discutiendo con su doncella? Sir Harry estaba aún en el piso de abajo, esperándola.
Sólo pensar en él le hizo sentir mariposas en el estómago.
– ¿Por qué salta? -preguntó Sally recelosa.
Olivia se detuvo con la mano en el pomo de la puerta.
– No he saltado.
– Estaba usted haciendo… -Sally dio un pequeño y gracioso salto- esto.
– Estoy saliendo tranquilamente de la habitación -comentó Olivia. Salió al pasillo-. ¡Muy tranquilamente! Soy como el portador de un féretro… -Se giró para asegurarse de que Sally estaba lo bastante lejos como para no oírla, y salió disparada escaleras abajo.
Al llegar a la planta baja sí que optó por un paso tranquilo al estilo de los portadores de féretros, y tal vez por eso sus pisadas fueron tan silenciosas que llegó al salón sin que nadie se hubiese dado cuenta de que se acercaba.
Lo que vio…
Realmente no había palabras para describirlo.
Se quedó en el umbral de la puerta, pensando que éste sería un momento estupendo para elaborar una lista titulada Cosas que no espero ver en mi salón, pero no estaba segura de que se le fuera a ocurrir nada que superara lo que sí estaba viendo en su salón; a Sebastian Grey, de pie, encima de una mesa, leyendo (con gran emoción) La señorita Butterworth y el barón demente.
Y, por si eso no fuera suficiente (y la verdad es que debería haber bastado, porque ¿qué hacía igualmente Sebastian Grey en casa de los Rudland?), Harry y el príncipe estaban sentados uno al lado del otro en el sofá, y ninguno parecía haber sufrido daños físicos a manos del otro.
Fue entonces cuando Olivia reparó en las tres criadas, que, sentadas en un sofá de un rincón, miraban a Sebastian absolutamente embobadas.
Puede que una de ellas hasta tuviera los ojos llorosos.
Y estaba Huntley, de pie en un lateral, boquiabierto y claramente embargado por la emoción.
– ¡Abuela! ¡Abuela! -decía Sebastian en un tono de voz más agudo de lo habitual-. No te vayas. Te lo suplico. Por favor, por favor, no me dejes aquí sola.
Una de las criadas empezó a llorar discretamente.
– Priscilla permaneció frente a la mansión durante varios minutos, una pequeña y solitaria figura que observó el carruaje alquilado por su abuela recorriendo a toda velocidad el sendero y desapareciendo de su vista. Había sido abandonada en la puerta de Fitzgerald Place, desechada como ese paquete que uno ya no quiere.
Otra de las criadas empezó a gimotear. Estaban todas cogidas de la mano.
– Y nadie -la voz de Sebastian adoptó un registro entrecortado y dramático- sabía que estaba allí. Su abuela ni siquiera había llamado a la puerta para alertar a sus primos de su llegada.