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– Es Edward Valentine -anunció Huntley arqueando las cejas-. Ha venido a ver a sir Harry Valentine.

– ¡Edward! -dijo al instante Harry, levantándose-. ¿Va todo bien?

– Sí, naturalmente que sí -contestó Edward mientras echaba un vistazo a la sala abochornado. Era evidente que no se había imaginado tanta concurrencia. Le entregó un sobre a Harry-. Ha llegado esto para ti. Me han dicho que era urgente.

Harry cogió el sobre y se lo introdujo en el bolsillo de la chaqueta, y a continuación presentó a su hermano a todos los asistentes, incluyendo las tres criadas, que seguían sentadas en el sofá formando una ordenada fila.

– ¿Qué hace Sebastian subido a una mesa? -inquirió Edward.

– Estoy entreteniendo a la tropa -contestó él mismo saludándole a lo militar.

– Sebastian nos estaba leyendo La señorita Butterworth y el barón demente -explicó Harry.

– ¡Ah…! -exclamó Edward, y se le iluminó la cara de entusiasmo por primera vez desde que había entrado en la sala-. Ya lo he leído.

– ¿Te gustó? -le preguntó Sebastian.

– Es brillante. Divertidísimo. El lenguaje es un poco caprichoso en algunos pasajes, pero la historia es fantástica.

Al parecer, a Sebastian eso le pareció muy interesante.

– ¿Fantástica por buena o fantástica porque es imaginaria?

– Un poco ambas cosas, supongo -contestó Edward. Recorrió la habitación con la mirada-. ¿Les importa que me quede?

Olivia abrió la boca para decir: «Naturalmente que no», pero Sebastian, Harry y el príncipe se le adelantaron.

Pero ¡bueno! ¿De quién era esta casa?

Edward alargó la mirada hacia ella (era curioso, porque no guardaba ningún parecido con Harry salvo por el colorido, que era idéntico) y dijo:

– Mmm… ¿piensa entrar, lady Olivia?

Olivia se dio cuenta de que aún estaba de pie cerca de la puerta. El resto de caballeros estaban sentados, pero era poco probable que Edward, que acababa de conocerla, se sentara si ella permanecía de pie.

– De hecho, había pensado en salir quizás al jardín -dijo, pero su voz se fue apagando cuando se dio cuenta de que nadie protestaba por su marcha-. Pero me sentaré.

Encontró un sitio en un lateral, no muy lejos de las tres criadas, quienes la miraban con inquietud.

– Por favor -les dijo-, quedaos. Soy incapaz de pediros que os perdáis el resto de la representación.

Ellas se lo agradecieron con tal efusividad que Olivia no pudo sino preguntarse cómo se lo explicaría a su madre. Si Sebastian venía cada tarde a leer (ya que seguramente no intentaría ventilarse la novela entera de un tirón) y las criadas se acercaban a escuchar, eso implicaría que dejarían de limpiarse bastantes chimeneas.

– Capítulo dos -anunció Sebastian. Se apoderó de la sala un reverencial silencio que le arrancó a Olivia una risita de lo más irreverente.

El príncipe le lanzó una mirada asesina, al igual que hicieron Vladimir y Huntley.

– Lo siento -masculló ella, y colocó las manos recatadamente sobre el regazo. Por lo visto el momento requería un comportamiento impecable.

Finales aceptables para La señorita Butterworth,

por Olivia Bevelstoke.

El barón está totalmente cuerdo, pero ¡Priscilla se ha vuelto loca!

Reaparece la viruela. Es una cepa nueva más virulenta.

Priscilla deja al barón y consagra su vida al cuidado

y la alimentación de palomas mensajeras.

El barón se come las palomas.

El barón se come a Priscilla.

El último final sería un tanto forzado, pero no había ninguna razón por la que el barón no hubiera podido volverse loco explorando la selva más recóndita, donde se relacionaría con una tribu de caníbales.

Podría pasar.

Olivia desvió la mirada hacia Harry, intentando adivinar qué opinaba de la actuación. Pero parecía distraído; aunque tenía los ojos entornados, estaba absorto en sus pensamientos y no concentrado en lo que decía Sebastian. Y con los dedos tamborileaba sobre el brazo del sofá; signo evidente de que tenía la mente en otra parte.

¿Estaría pensando en el beso que se habían dado? Ella esperaba que no. Harry no parecía ni mucho menos extasiado por el recuerdo.

¡Cielos! Estaba empezando a hablar como Priscilla Butterworth.

¡Por Dios!

Tras escuchar varias páginas del segundo capítulo, Harry decidió que no sería descortés retirarse sigilosamente para poder leer la carta que le había traído Edward, era de suponer que del Departamento de Guerra. Le dirigió una mirada a Olivia antes de abandonar la sala, pero ella estaba aparentemente sumida en sus propios pensamientos, con la mirada al frente clavada en algún punto de la pared.

Además movía los labios. No mucho, pero él tendía a reparar en los detalles más sutiles de su boca.

También Edward parecía bien situado. Estaba en sentido diagonal al príncipe, contemplando a Sebastian con una enorme sonrisa bobalicona en la cara. Harry no había visto nunca a su hermano sonreír de esta manera. Incluso se rio cuando Sebastian imitó a un personaje especialmente insoportable, y eso que Harry nunca le había oído reír.

Ya en el recibidor abrió rápidamente el sobre y extrajo una única hoja de papel. Por lo visto el príncipe Alexei ya no era sospechoso de ninguna maldad. Harry debía abandonar su misión de inmediato. No había ninguna explicación acerca del motivo por el que el príncipe había dejado de estar en el punto de mira del Departamento de Guerra, no ponía nada sobre cómo habían llegado a esta conclusión. Únicamente le daban la orden de detener la investigación. Sin un «por favor» ni un «gracias».

En ningún idioma.

Harry sacudió la cabeza. ¿No podían haberse asegurado antes de asignarle tan ridícula misión? Por eso se limitaba a traducir; este tipo de cosas lo sacaban de sus casillas.

– ¿Harry?

Alzó la vista. Olivia se había escabullido del salón y caminaba ahora hacia él, su mirada dulce destilaba preocupación.

– Espero que no sean malas noticias -le dijo.

Él negó con la cabeza.

– Son sólo inesperadas. -Dobló el papel y se lo metió de nuevo en el bolsillo. Lo tiraría más tarde, cuando volviese a casa.

– Ya no aguantaba más -comentó ella, y apretó los labios en lo que él interpretó como un intento para no sonreír. Olivia movió la cabeza hacia la puerta abierta del salón, de la que les llegaban retazos de La señorita Butterworth.

– ¿Tan mal lo hace Sebastian?

– No -contestó ella, que parecía bastante asombrada-. Él es realmente bueno. Ése es el problema. El libro es malísimo, pero nadie parece darse cuenta. Todos están mirando a Sebastian como si fuese Edmund Kean interpretando a Hamlet, pero yo ya no podía mantener la compostura.

– Me sorprende que haya aguantado tanto rato.

– ¿Y el príncipe? -añadió Olivia, cabeceando con incredulidad-. Está verdaderamente embelesado. No doy crédito. Jamás me habría imaginado que le gustasen este tipo de cosas.

«El príncipe», pensó Harry. Se sintió aliviado. No tendría que volver a tratar jamás con ese malnacido. No tendría que seguirle, no tendría que hablar con él… Su vida volvería a la normalidad. Sería fabuloso.

Sólo que…

Olivia.

La observó mientras regresaba de puntillas hasta el umbral de la puerta y espiaba. Sus movimientos eran un poco rígidos y por unos momentos creyó que tropezaría. No es que fuese patosa, no exactamente. Pero tenía unos ademanes inimitables, y Harry comprendió que podía pasarse horas contemplándola, sin hacer nada más que observar la forma en que sus manos llevaban a cabo tareas cotidianas. Podía observar su rostro y disfrutar de cada manifestación emocional, cada movimiento de su frente, de sus labios.

Era tan hermosa que le dolían hasta las muelas.

Tomó nota mentalmente para no dedicarse a la poesía.