Él sacudió la cabeza y se levantó.
– El ruido viene del salón.
– ¿Seguro?
Harry asintió, y el primer pensamiento de ella fue de alivio, aunque ignoraba el porqué. El segundo fue en sentido totalmente opuesto. Si Olivia había oído el estruendo, también lo habrían oído otras personas de la casa. Y si daba la casualidad de que una de esas personas estaba en el piso de arriba, como su madre, quizá bajase corriendo para ver qué había pasado. Y si lo hacía, era posible que entrase en la habitación equivocada.
Y hallase a su hija en un estado considerablemente déshabillé.
Pero en realidad era probable que su madre se dirigiera en primer lugar al salón. La puerta estaba abierta y era la primera habitación que uno encontraba al llegar al pie de las escaleras. Pero si hacía eso, descubriría en su interior a tres caballeros, un guardaespaldas corpulento, al mayordomo y a tres criadas…
Pero no a su hija.
Olivia se levantó de un salto, de pronto aterrorizada.
– ¡Mi pelo!
– … está sorprendentemente intacto -terminó él la frase por ella.
Olivia lo miró con patente incredulidad.
– No, en serio -dijo Harry, él mismo con aspecto un tanto sorprendido-. La verdad es que está casi… -movió las manos cerca de su cabeza como indicando… algo- igual.
Ella corrió hasta el espejo que había encima de la chimenea y se puso de puntillas.
– ¡Oh, Dios mío! -exclamó. Sally se había superado. Apenas se le había soltado un mechón, y eso que habría jurado que Harry le había deshecho el peinado entero.
Olivia se sacó dos horquillas, se recolocó el pelo y se las volvió a poner, luego retrocedió para examinar su reflejo. Aparte de sus mejillas sonrojadas, su aspecto era de lo más decente. Y lo cierto es que ese rubor podría haber sido provocado por un sinfín de cosas, hasta la peste, aunque probablemente ya fuese hora de que se le ocurriera una excusa mejor.
Desvió la mirada hacia Harry.
– ¿Estoy presentable?
Él asintió, pero a continuación dijo:
– Sebastian se dará cuenta.
Olivia se quedó boquiabierta.
– ¿Qué? ¿Cómo?
Harry encogió un hombro. Hubo algo elementalmente masculino en ese gesto, como si dijera: «Puede que una mujer contestase a su pregunta con todo detalle, pero a mí me basta con esto».
– ¿Cómo va a darse cuenta? -repitió Olivia.
Él le lanzó otra de esas miradas.
– Simplemente lo sabrá. Pero descuide que no dirá nada.
Olivia echó un vistazo a su aspecto.
– ¿Cree que el príncipe se dará cuenta?
– ¿Qué más da que lo sepa el príncipe? -repuso Harry con cierta brusquedad.
– Tengo una… -Olivia había estado a punto de decir que tenía una reputación por la que velar-. ¿Está celoso?
Él la miró como si considerase que estaba ligeramente trastornada.
– Por supuesto que estoy celoso.
A Olivia empezaron a fallarle las piernas, y entonces soltó un suspiro.
– ¿De veras?
Harry meneó la cabeza, claramente inquieto por la ingenuidad de Olivia.
– Dígale a todo el mundo que me he ido a casa.
Ella parpadeó varias veces sin saber con seguridad de qué hablaba Harry.
– No quiere que todos sepan lo que hemos estado haciendo aquí, ¿verdad? -preguntó él.
– Mmm… no -dijo Olivia titubeando un poco tal vez, ya que tampoco se avergonzaba de ello, porque no se avergonzaba. Pero sí deseaba que sus actividades quedaran en la intimidad.
Harry anduvo hacia la ventana.
– Dígales que se ha despedido de mí hace diez minutos. Puede decirles que tenía asuntos que atender en casa.
– ¿Va a salir por la ventana?
Él ya había pasado una pierna por encima del alféizar.
– ¿Se le ocurre alguna idea mejor?
Tal vez, si él le diese unos instantes para pensar en ello.
– Hay una altura de… -Olivia señaló hacia el exterior-. Está…
– No olvide cerrar la ventana cuando haya saltado. -Y Harry saltó y desapareció de su vista. Olivia corrió a asomarse. En realidad, el suelo no estaba a mucha distancia, en absoluto. Desde luego no era superior al salto que Priscilla Butterworth había tenido que dar por la ventana del primer piso, y sabe Dios que Olivia se había burlado de ella por su estupidez.
Quiso preguntarle a Harry si estaba bien, pero él ya estaba trepando y escalando la tapia que separaba sus casas, visiblemente ileso tras el salto.
Y, además, no tenía tiempo para seguir hablando. Oyó que alguien bajaba las escaleras, así que se apresuró a salir de la sala de música y llegó al recibidor justo a la vez que su madre.
– ¿Ha gritado alguien? -preguntó lady Rudland-. ¿Qué pasa?
– No tengo ni idea -contestó Olivia-. Yo estaba en el lavabo. Hay una especie de representación…
– ¿Una representación?
– En el salón.
– ¿De qué diantres me hablas? ¿Y qué haces con una pluma en el pelo? -Su madre alargó el brazo y le sacó algo del pelo.
– No me lo explico -dijo Olivia mientras cogía la pluma con la mano para tirarla más tarde. Seguramente había salido de uno de los almohadones del sofá. Todos estaban rellenos de plumas, aunque ella siempre había pensado que antes se les extraía el cálamo.
Con aspecto terriblemente avergonzado, Huntley apareció en el recibidor ahorrándole a Olivia cualquier otro comentario relativo a la pluma en cuestión.
– Milady -dijo éste haciéndole una reverencia a la madre de Olivia-. Se ha producido un accidente.
Olivia bordeó a Huntley y se apresuró hasta el salón. Sebastian estaba tendido en el suelo, su brazo angustiosamente dislocado. Detrás de él había al parecer un jarrón volcado, que había dejado fragmentos de cristal, flores partidas y agua esparcida por el suelo.
– ¡Oh, cielos! -exclamó-. ¿Qué ha pasado?
– Creo que se ha roto un brazo -le explicó Edward Valentine.
– ¿Dónde está Harry? -preguntó Sebastian con dificultad. Tenía la mandíbula en tensión y sudaba de dolor.
– Se ha ido a casa -le dijo Olivia-. ¿Qué ha pasado?
– Era parte de la actuación -explicó Edward-. La señorita Butterworth estaba en el borde de un acantilado y…
– ¿Quién es la señorita Butterworth? -preguntó la madre de Olivia desde la puerta.
– Luego te lo explico -le prometió Olivia. Esa estúpida novela acabaría matando a alguien. Se dirigió a Sebastian-: Señor Grey, creo que deberíamos avisar a un médico.
– Vladimir se ocupará -anunció el príncipe Alexei.
Sebastian levantó la vista hacia Olivia, los ojos fuera de las órbitas.
– Mamá -dijo Olivia en voz alta haciéndole señas para que se acercase-, creo que necesitamos un médico.
– ¡Vladimir! -gritó el príncipe, que soltó una parrafada en ruso.
– No deje que él me toque -susurró Sebastian.
– No te vayas a pensar que esta noche te irás a la cama sin explicarme hasta el más mínimo detalle -musitó lady Rudland al oído de Olivia.
Ésta asintió agradecida porque tendría cierto tiempo para dar con una explicación convincente. Sin embargo, tuvo la sensación de que nada podría superar la verdad; o por lo menos la verdad con unas cuantas omisiones cuidadosamente seleccionadas. Estaba muy agradecida de que Huntley hubiese presenciado la actuación de aquella tarde; eso explicaría al menos por qué lady Rudland no había sido informada de las numerosas visitas recibidas por su hija.
– Avisa a Harry -le dijo Sebastian a Edward-. Ahora.
El joven se retiró y se fue raudo.
– Vladimir se dedica a esto -dijo el príncipe Alexei abriéndose paso a empujones. El guardaespaldas estaba justo a su lado, mirando a Sebastian con ojos entornados y críticos.
– ¿Arregla brazos rotos? -inquirió Olivia mirándolo con considerable suspicacia.
– Sabe hacer muchas cosas -contestó Alexei.
– Vuestra Alteza -musitó lady Rudland al tiempo que le hacía una escueta reverencia; al fin y al cabo, era un miembro de la realeza y, al margen de cualquier extremidad dislocada, había que seguir el protocolo.