– Pereloma ruki u nevo nyet -dijo Vladimir.
– Dice que no tiene el brazo roto -tradujo Alexei mientras presionaba el hombro de Sebastian. Éste pagó tal chillido que Olivia dio un respingo.
Vladimir dijo algo más, a lo que Alexei musitó una respuesta claramente en forma de pregunta. Vladimir asintió con la cabeza y entonces, antes de que nadie tuviese ocasión de reaccionar, ambos hombres sujetaron a Sebastian, Alexei por el tronco y Vladimir por el brazo, un poco más arriba del codo. Vladimir tiró y giró, o tal vez giró y tiró. Se oyó un crujido horrible. ¡Señor! Olivia ignoraba de qué hueso se trataba, pero debió de ser algo espantoso, porque Sebastian soltó un grito aterrador.
Olivia creyó que ella misma vomitaría.
– ¿Mejor? -preguntó el príncipe Alexei, mirando a su tembloroso paciente.
Sebastian parecía demasiado aturdido para hablar.
– Está mejor -comentó Alexei confiado. Acto seguido le dijo a Sebastian-: Le dolerá varios días; semanas tal vez. Se había… ehhh… ¿cómo lo llaman ustedes?
– Dislocado -gimoteó Sebastian mientras movía tímidamente los dedos.
– Da. El hombro.
Olivia desplazó el peso sobre el otro lado del cuerpo para ver mejor la escena, cuya vista le bloqueaba Vladimir. Sebastian tenía un aspecto horrible. Le temblaba todo el cuerpo, daba la impresión de que respiraba demasiado rápido y tenía la piel…
– ¿No está un poco pálido? -preguntó Olivia en general.
Junto a ella, Alexei asintió. Su madre también se acercó diciendo:
– Tal vez deberíamos… ¡Ohhh!
Sebastian había puesto los ojos en blanco y el siguiente golpe que oyeron fue el de su cabeza al caer contra la alfombra.
Harry estaba al pie de los escalones de la entrada a la casa de los Rudland cuando oyó el chillido. Era un grito de dolor, eso lo supo al instante, y le pareció que era de mujer.
Olivia.
El corazón le dio un vuelco y sin decirle ni pío a Edward, subió de nuevo los escalones y entró en el recibidor. No llamó a la puerta, ni siquiera dejó de correr hasta que entró derrapando en el salón, apenas capaz de respirar.
– ¿Qué demonios pasa aquí? -preguntó jadeando. Olivia parecía estar estupendamente; en perfecta forma, de hecho. Estaba de pie al lado del príncipe, quien le hablaba en ruso a Vladimir, que a su vez estaba de rodillas atendiendo a… ¿Sebastian?
Harry miró a su primo con cierta inquietud. Estaba recostado contra la pata de un sillón, pálido y se sujetaba con fuerza el brazo.
El mayordomo lo abanicaba con el ejemplar abierto de La señorita Butterworth y el barón demente.
– ¿Seb? -lo llamó Harry.
Sebastian alzó una mano sacudiendo la cabeza, lo que Harry interpretó como un: «No te preocupes por mí».
De modo que no se preocupó.
– ¿Está usted bien? -le preguntó a Olivia. El corazón aún le latía con fuerza por el susto de que ella hubiese podido hacerse daño-. He oído a una mujer gritar.
– ¡Ah…, habré sido yo! -repuso Sebastian.
Harry bajó la mirada hacia su primo, el rostro congelado por la incredulidad.
– ¿Tú has gritado así?
– Me ha dolido -le espetó éste.
Harry contuvo la risa.
– Chillas como una niña pekenia.
Sebastian lo fulminó con la mirada.
– ¿Lo dices con acento alemán por alguna razón?
– Ninguna -contestó Harry entre tímidos resoplidos casi incontenibles que se le escapaban de la boca.
– Ejem… sir Harry. -Se oyó la voz de Olivia a sus espaldas.
Él se giró, y fue mirarla y romper a reír. Sin motivo alguno, salvo que se había estado aguantando y al verla no había podido resistirse más. Al parecer, últimamente era ése el efecto que ella obraba en muchas de sus emociones. Y Harry estaba empezando a darse cuenta de que no era en absoluto nada malo.
Sin embargo, Olivia no se reía.
– Permítame que le presente a mi madre -dijo con timidez mientras señalaba a la mujer de edad que estaba a su lado.
Harry recuperó en el acto la compostura.
– Lo siento muchísimo, lady Rudland. No había visto que estaba ahí.
– La verdad es que el grito ha sido fuerte -dijo ella con sequedad. Hasta el momento Harry únicamente la había visto de lejos, pero de cerca pudo apreciar que, en efecto, guardaba un gran parecido con su hija. Tenía el pelo cano y ligeras arrugas en el rostro, pero las facciones eran increíblemente similares. A juzgar por la belleza de lady Rudland, la de Olivia tampoco se marchitaría.
– Mamá -dijo Olivia-, éste es sir Harry Valentine. Ha alquilado la casa que da al sur.
– Sí, eso me habían dicho -repuso lady Rudland-. Es un placer conocerlo al fin.
Harry no pudo apreciar si hubo un tono de advertencia en su voz. Un «sé que ha estado usted tonteando con mi hija». O tal vez un: «No crea que le dejaremos volver a acercarse a ella nunca más».
O quizá todo fuesen imaginaciones suyas.
– ¿Qué le ha pasado a Sebastian? -preguntó Harry.
– Se ha dislocado un hombro -explicó Olivia-. Vladimir se lo ha recolocado.
Harry no sabía si preocuparse o asombrarse.
– ¿Vladimir?
– Da -afirmó Vladimir con orgullo.
– La verdad… es que ha sido… absolutamente… -titubeó Olivia mientras buscaba la palabra adecuada-. Extraordinario -decidió por fin.
– Yo lo habría descrito de otra manera -intervino Sebastian.
– Ha sido usted muy valiente -dijo ella asintiendo con gesto maternal.
– Ha hecho esto muchas veces -comentó Alexei, señalando a Vladimir. Bajó los ojos hacia Sebastian, que seguía sentado en el suelo, y dijo-: Necesitará… -Hizo un gesto con la mano, luego miró a Olivia-. Eso que es para el dolor.
– ¿Láudano?
– Sí, eso es.
– Yo tengo un poco en casa -confirmó Harry. Puso una mano sobre el hombro de Sebastian.
– ¡Ay!
– ¡Oh, perdona! Quería tocarte el otro hombro. -Harry levantó la mirada hacia el resto de los presentes en la sala, la mayoría de los cuales lo miró como si fuese un criminal-. Intentaba animarlo, ya saben, darle una palmadita en el hombro y tal…
– Quizá deberíamos llevarnos a Seb -sugirió Edward.
Harry asintió y ayudó a su primo a levantarse.
– ¿Querrás quedarte unos días en casa?
Sebastian asintió agradecido. Mientras se dirigía hacia la puerta, se volvió a Vladimir y le dijo:
– Spasibo.
Vladimir sonrió ufano y dijo que había sido un honor ayudar a un hombre tan fenomenal.
El príncipe tradujo sus palabras, acto seguido añadió:
– Estoy de acuerdo. Su actuación ha sido soberbia.
Harry no pudo evitar lanzarle a Olivia una mirada risueña.
Pero Alexei no dejó las cosas ahí.
– Sería un honor que fuese usted mi invitado en la fiesta que daré la semana que viene. Será en casa de mi primo, el embajador. Celebraremos la cultura rusa. -Desvió la mirada hacia el resto de los presentes-. Están todos invitados, naturalmente. -Se giró hacia Harry y sus miradas se encontraron. El príncipe se encogió de hombros, como diciendo «usted también».
Harry respondió asintiendo con la cabeza. Al parecer no se desharía aún del príncipe ruso. Si Olivia iba a esa fiesta, él también. Así de claro.
Lady Rudland le dio las gracias al príncipe por su amable invitación, luego se volvió a Harry y le dijo:
– Creo que el señor Grey necesita tumbarse.
– Naturalmente -murmuró Harry. Se despidió de todos y ayudó a Sebastian a llegar hasta la puerta del salón.