Olivia caminó junto a ellos y cuando llegaron a la puerta principal, dijo:
– ¿Me irá informando de su evolución?
Harry le dedicó una sonrisa enigmática y casi imperceptible.
– Acuda a su ventana a las seis de la tarde.
Él debería haberse marchado justo entonces. Había demasiada gente merodeando por ahí, y saltaba a la vista que Sebastian estaba padeciendo, pero no pudo evitar mirar a Olivia a la cara por última vez. Y en ese instante entendió al fin a qué se refería la gente cuando decían que a una persona le brillaban los ojos.
Porque al decirle a Olivia que acudiese a su ventana a las seis, ella sonrió. Y cuando la miró a los ojos, fue como si el mundo entero quedase bañado por un resplandor suave y radiante, y todo él, toda su bondad, su alegría y felicidad, fuese obra de Olivia. De esta sola mujer, que estaba a su lado junto a la puerta principal de su casa de Mayfair.
Y fue entonces cuando lo supo. Había ocurrido. Había ocurrido allí mismo, en Londres.
Harry Valentine se había enamorado.
Capítulo 19
Aquella tarde, a las seis en punto, Olivia abrió su ventana, se apoyó en el alféizar y asomó la cabeza.
Y ahí estaba Harry, apoyado en el antepecho de su ventana, mirando hacia arriba. Su aspecto era absolutamente delicioso, los labios curvados en una sonrisa perfecta, un tanto juvenil, un tanto pícara. A Olivia le gustaba así, feliz y relajado. Ya no llevaba ese pelo suyo, moreno, cuidadosamente peinado, y se apoderó de Olivia el repentino impulso de tocarlo, de deslizar los dedos por él, de revolverlo aún más.
¡Cielo santo! Debía de estar enamorada.
Eso tendría que haber sido una revelación. Olivia debería haberse quedado perpleja por el impacto, pero en lugar de eso se sintió de maravilla. Absoluta y fabulosamente maravillosa.
Amor. Amor. AMOR. Pronunció mentalmente la palabra en distintos tonos. Todos sonaban genial.
La verdad era que sus sentimientos tenían mucho que ver en ello.
– Buenas tardes -saludó ella con una estúpida sonrisa en la cara.
– Buenas tardes tenga usted.
– ¿Lleva mucho rato esperando?
– Unos minutos nada más. Es usted increíblemente puntual.
– No me gusta hacer esperar a los demás -dijo Olivia. Se inclinó hacia delante y casi se atrevió a relamerse de gusto-. A menos que merezcan un castigo.
Eso pareció llamar la atención de Harry, quien también asomó un poco más el cuerpo por su ventana; ambos se habían asomado demasiado. Pareció que iba a hablar, pero algún diablillo debió de apoderarse de él, porque estalló de risa.
Y a continuación ella también.
Y ambos se pusieron a reír como tontos, en realidad, hasta que se les llenaron los ojos de lágrimas.
– ¡Señor! -exclamó Olivia con la respiración entrecortada-. ¿No le parece que… alguna vez… deberíamos tener una cita como Dios manda?
Harry se enjugó los ojos.
– ¿Como Dios manda?
– En un baile, por ejemplo.
– Pero ¡si ya hemos bailado! -repuso él.
– Sólo en una ocasión y en aquel entonces yo no le caía bien.
– Yo a usted tampoco -le recordó Harry a Olivia.
– Pero no me caía peor que yo a usted.
Harry pensó en ello, luego asintió.
– Eso es verdad.
Olivia hizo una mueca de disgusto.
– Fui bastante antipática, ¿verdad?
– Así es -admitió él con bastante rapidez, además.
– No debería estar de acuerdo conmigo.
Harry sonrió abiertamente.
– Es bueno poder ser antipático cuando es necesario. Es una habilidad muy práctica.
Ella se apoyó en un codo y acomodó la mandíbula en la mano.
– ¡Qué curioso! Creo que mis hermanos nunca han pensado de esa forma.
– Los hermanos son así.
– ¿Lo era usted?
– ¿Yo? Jamás. De hecho era algo que fomentaba. Cuanto más antipática era mi hermana más posibilidades tenía de verla metida en un buen lío.
– Es usted muy astuto -musitó Olivia.
Él contestó encogiéndose de hombros.
– Me sigue llamando la atención -dijo ella, negándose a permitir un cambio de tercio-. ¿En qué sentido es práctico saber ser antipático?
– Muy buena pregunta -contestó él con solemnidad.
– No tiene una respuesta, ¿verdad?
– No la tengo -confesó él.
– Podría ser actriz -sugirió Olivia.
– ¿Y perder su respetabilidad?
– Entonces una espía.
– Aún peor -dijo Harry rotundo.
– ¿No me ve como espía? -Estaba coqueteando descaradamente, pero era demasiado divertido como para contenerse-. Estoy segura de que Inglaterra se habría beneficiado con alguien como yo. Habría puesto orden en la guerra en un abrir y cerrar de ojos.
– De eso no me cabe duda -repuso él, y lo curioso fue que parecía haberlo dicho en serio.
Entonces algo detuvo a Olivia. Había hablado con demasiada ligereza sobre un tema que no tenía ninguna gracia.
– No debería bromear sobre estas cosas -dijo.
– No pasa nada -le tranquilizó Harry-. A veces es necesario hacerlo.
Olivia se preguntó qué habría visto Harry, qué habría hecho. Había pasado muchos años en el ejército. No todo habrían sido desfiles con el regimiento y chicas que perdían la cabeza al ver un uniforme. Habría luchado. Marchado. Matado.
Resultaba casi imposible imaginárselo. Montaba estupendamente a caballo y, después de esta tarde, había comprobado en persona lo fuerte que era y la energía que tenía, pero en cierto modo seguía considerándolo más cerebral que atlético. Tal vez fuera por todas las tardes que lo había visto inclinado sobre los papeles de su escritorio, su pluma moviéndose con rapidez por las páginas.
– ¿Qué hace ahí dentro? -inquirió ella.
– ¿Qué?
Olivia señaló hacia él.
– En su despacho. Pasa muchísimo rato sentado frente al escritorio.
Harry titubeó, luego dijo:
– Un poco de todo, pero básicamente traducir.
– ¿Traducir? -Olivia se quedó boquiabierta por la sorpresa-. ¿En serio?
Harry cambió de postura, por primera vez aquella tarde parecía sentirse un poco violento.
– Ya le he dicho que sé francés.
– Pero no tenía ni idea de que sabía tanto.
Harry se encogió de hombros con humildad.
– He pasado muchos años en Europa.
Harry era traductor. ¡Cielos! Era incluso más inteligente de lo que ella se había imaginado. Esperaba poder estar a su altura; creía que podría. Le gustaba pensar que era mucho más inteligente de lo que la gente consideraba, porque no fingía interés en cualquier tema que surgiera y porque no se molestaba en invertir su tiempo en temas o actividades para los que carecía de talento.
Así era como debería comportarse cualquier persona sensata.
En su opinión.
– ¿Cómo es eso de traducir? -inquirió ella.
Él ladeó la cabeza.
– ¿Es distinto a hablar? -aclaró Olivia-. Yo sólo domino el inglés, así que en realidad no sé cómo va.
– Es bastante diferente -confirmó él-. La verdad es que no sé cómo explicarlo. Hablar es… inconsciente. La traducción es casi matemática.
– ¿Matemática?
Harry parecía avergonzado.
– Ya le he dicho que no sabía cómo explicarlo.
– No -dijo ella pensativa-, creo que tiene sentido. Es un poco como encajar las piezas de un puzle.
– Sí, en cierto modo sí.
– Me gustan los puzles. -Olivia hizo un alto momentáneo, luego añadió-: Pero detesto las mates, ¡vaya!
– Es lo mismo -le dijo él.
– No, no lo es.
– Sí, si se atreve a decir que tuvo unos profesores pésimos.
– Eso por descontado. Recuerde que me deshice de cinco institutrices.
Los labios de Harry se curvaron lentamente en una cálida sonrisa, y ella sintió un hormigueo por dentro. Si alguien le hubiera dicho esa misma mañana que hablar de mates y puzles le haría estremecer de placer, no habría dudado en tomárselo a risa. Pero ahora, mirando a Harry, lo único que quería era alargar los brazos, cruzar por aire el espacio que los separaba y refugiarse en los suyos.