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Harry reparó en que Sebastian no estaba ofreciéndoles una descripción exacta del accidente. De hecho, todos los detalles eran bastante imprecisos. Desde luego no dijo nada acerca de que se había subido a una mesa para interpretar una escena en un acantilado de una novela gótica. Resultaba difícil saber exactamente qué había contado Sebastian, pero Harry oyó que una dama le decía a otra al oído que había sido atacado por unos salteadores, el pobre, pobrecito.

Al término de la velada Harry ya se imaginaba oyendo que Sebastian se había enfrentado con un regimiento francés entero.

Se acercó a Edward mientras Sebastian atendía con gentileza a una viuda especialmente pechugona cuyo interés por él resultaba desgarrador.

– Hagas lo que hagas, no le digas a nadie cómo pasó el accidente en realidad. Seb no te lo perdonaría nunca.

Edward asintió casi imperceptiblemente. Estaba demasiado ocupado observando y aprendiendo de Seb como para prestar atención a Harry.

– Que disfrutes las migajas -le dijo Harry a su hermano, sonriendo al darse cuenta de que se había acabado lo de quedarse con las mujeres que Sebastian desechaba.

La vida era estupenda. Fenomenal. De hecho, era tan perfecta y fabulosa como siempre.

Mañana le pediría a Olivia que se casara con él, y mañana ella le daría el sí.

Se lo daría, ¿verdad? Era imposible que se equivocara tanto acerca de lo que ella sentía.

– ¿Has visto a Olivia? -le preguntó a Edward.

Éste meneó la cabeza.

– Voy a ver si la encuentro.

Edward asintió.

Harry decidió que era inútil intentar mantener una conversación con su hermano con tantas jovencitas revoloteando por ahí, así que se alejó en dirección al extremo opuesto del salón de baile mientras trataba de divisar a Olivia entre la multitud. Había un grupito de gente cerca de la ponchera, en cuyo centro estaba el príncipe Alexei, pero no vio a Olivia. Le había dicho que iría de azul, lo cual haría que fuese más fácil localizarla, pero de noche a Harry siempre le costaba más distinguir los colores.

En cuanto a su pelo… Bueno, eso era otra historia. El pelo de Olivia brillaría como un faro.

Siguió moviéndose entre la muchedumbre, mirando a un lado y a otro y finalmente, justo cuando empezaba a desesperarse, oyó a sus espaldas:

– ¿Está buscando a alguien?

Harry se giró y fue como si la sonrisa de Olivia iluminara su existencia.

– Sí, a una mujer -contestó él con fingida perplejidad-, pero no logro encontrarla…

– ¡Oh, vamos! -repuso Olivia, golpeándole con suavidad en el brazo-. ¿Por qué ha tardado tanto en venir? Hace horas que estoy aquí.

Al oír eso Harry arqueó una ceja.

– De eso nada, llevará aquí entre hora y hora y media.

Harry alargó la vista hacia su primo y su hermano, quienes seguían rodeados de mujeres al otro lado de la sala.

– Hemos tenido problemas para ponerle a Seb la chaqueta encima del brazo en cabestrillo.

– Y dicen que las mujeres estamos cargadas de historias.

– Si bien debería llevarle la contraria en defensa del género masculino, siempre estoy encantado de meterme con mi primo.

Olivia se rio al oír eso, fue un sonido alegre y musical, y luego le cogió de la mano.

– Venga conmigo.

Él la siguió entre el gentío, impresionado por su firme decisión para ir dondequiera que estuviese yendo. Olivia fue zigzagueando, sin dejar de reírse todo el rato, hasta que llegó a una puerta arqueada que había al otro lado del salón.

– ¿Adónde vamos? -susurró él.

– ¡Chsss…! -ordenó ella. Harry salió tras ella al recibidor. No estaba vacío, había varios grupos reducidos de gente aquí y allí, pero se veía mucho menos abarrotado que la sala principal.

– He estado explorando -anunció Olivia.

– Ya lo veo.

Ella bordeó otra esquina y otra, y cada vez había menos gente hasta que finalmente se detuvo en una tranquila galería. A un lado había puertas intercaladas con grandes retratos; todo perfectamente simétrico, una puerta cada dos cuadros. Al otro lado, una ordenada hilera de ventanas.

Olivia se detuvo justo delante de una de las ventanas.

– Mire por el cristal -instó a Harry.

Harry miró, pero no vio nada fuera de lo habitual.

– ¿La abro? -preguntó al pensar que eso quizá le daría más pistas.

– Por favor.

Él localizó el cerrojo, lo descorrió y a continuación subió la ventana de guillotina. Ésta se deslizó sin chirriar y Harry asomó la cabeza.

Vio árboles.

Y a ella, que había asomado la cabeza a su lado.

– Le confieso que estoy confuso -le dijo él-. ¿Qué es lo que tengo que ver?

– A mí -se limitó a decir ella-. A nosotros. Juntos. En la misma ventana.

Harry se giró. La miró fijamente. Y entonces… Tenía que hacerlo. No pudo evitarlo. Alargó un brazo hacia Olivia, la atrajo hacia sí y ella se acercó encantada, con una sonrisa que auguraba la vida que tenían juntos por delante.

Él agachó la cabeza y la besó con labios ansiosos y deseosos, y se dio cuenta de que ella temblaba, porque esto era más que un beso. Había algo sagrado en este momento, algo honroso y auténtico.

– Te amo -le susurró Harry. No había sido su intención decirlo aún. Había planeado decírselo cuando le pidiera en matrimonio. Pero tuvo que hacerlo. El sentimiento había crecido y se había esparcido por su ser, rebosando de calor e intensidad, y no pudo reprimirlo-. Te amo -volvió a decir-. Te amo.

Ella le acarició la mejilla.

– Yo también te amo.

Durante unos segundos él no pudo hacer otra cosa más que mirarla fijamente, prolongando el momento con veneración, dejando que cada partícula del mismo lo invadiera. Y entonces se apoderó de él algo distinto, algo primario y feroz, y la estrechó contra sí besándola con la pasión de un hombre que defiende lo que le pertenece.

No se cansaba de ella, de sus caricias, su tacto, su aroma. La tensión y la necesidad aumentaban en su interior de forma vertiginosa, y sintió que perdía el control de sí mismo, del decoro y de todo menos de ella.

Sus dedos se hundieron con fuerza en la ropa de Olivia, desesperados por sentir su piel, caliente y suave.

– Te necesito -gimió desplazando la boca por encima de su mejilla, su mandíbula y su cuello.

Se alejaron de la ventana dibujando círculos y Harry se encontró a sí mismo apoyado en una puerta. Rodeó el pomo con la mano, lo giró y entraron a trompicones, pero logrando mantener el equilibrio.

– ¿Dónde estamos? -inquirió Olivia con el cuerpo tembloroso por los jadeos.

Harry cerró la puerta. Echó el pestillo.

– Me da igual dónde estemos.

Entonces la agarró con fuerza, estrechándola contra su cuerpo. Debería haber sido delicado, haber sido tierno, pero ahora era imposible. Por primera vez en su vida le impulsaba algo que escapaba a su control, se sentía atraído por algo a lo que no podía resistirse. Su mundo se redujo a sus cuerpos, a esta mujer y a demostrarle de la forma más pura posible lo mucho que la amaba.

– Harry -dijo ella con voz entrecortada y arqueando el cuerpo contra el suyo. A través de la ropa él percibió cada una de sus curvas y tenía que… no podía parar.

Tenía que sentirla. Tenía que explorarla.

Pronunció su nombre, sin reconocer apenas su propia voz, enronquecida por la necesidad.

– Te deseo -le dijo a Olivia. Y cuando ella gimió una respuesta incoherente mientras con los labios daba con el lóbulo de su oreja tal como él había hecho con el suyo, lo volvió a decir.

– Quiero poseerte ahora.

– Sí -dijo ella-. Sí.

Con la respiración entrecortada, Harry se echó hacia atrás y rodeó la cara de Olivia con las manos.

– ¿Entiendes lo que digo?